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La construcción de una ópera parece hoy algo más propio de países emergentes. Sin embargo, Oslo era de las pocas capitales europeas que carecían hasta ahora de un edificio de gran magnitud y fuerte personalidad donde dar cabida a este género dramático y musical. Gracias al estudio noruego Snohetta (también encargado de diseñar y construir la Biblioteca de Alejandría y el nuevo centro cultural del World Trade Center de Nueva York), la ciudad inauguró en abril de este año una mole que integra el teatro en el paisaje natural de la ciudad y, por supuesto, en su vida pública.

Levantado junto al fiordo de Oslo, el auditorio emerge tanto del agua como de la tierra, gracias a una rampa que lo recorre por completo. La pendiente es un área de paseo que comienza cerca de la orilla, rodea la sala principal y el foyer, hasta transformarse en el techo del teatro. Pero dicha rampa no es sólo un elemento estructural, también funciona como mirador para los habitantes de la ciudad. La ópera se ha convertido, por tanto, en un objeto cultural a todos los efectos.

El interior se beneficia de grandes aperturas hacia el fiordo, que absorben la luz natural. Los rayos de sol entran a raudales por los inmensos ventanales que va siguiendo la rampa. Frente a la blancura exterior que hace de esta construcción un iceberg emergiendo del agua, la madera de los interiores produce un fuerte punto de calidez en los espacios que conducen a la sala principal, cuya reinterpretación del teatro a la italiana ha sido todo un acierto.

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