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A orillas del río Spree se levanta este hotel que por su arquitectura se ha convertido ya en un importante hito urbano. Pensado para una clientela atraída por la más cool de las capitales europeas, el nhow Berlín permite que en sus salas músicos, grafiteros y diseñadores emergentes exhiban sus trabajos. Entre el hospedaje y la galería de arte.

Si pensamos en la idea de resort, enseguida nos llegan imágenes de lugares maculados de bikinis y de cuerpos bronceados con arena y sol a raudales. Espacios que tienen en la fórmula del “todo incluido” su gran credo hotelero. Por eso, hablar de resort o complejo turístico en el caso del nhow Berlín, la recién inaugurada propuesta del grupo NH para la capital alemana, implica revisar totalmente este concepto. Primero por la meteorología de Berlín, y luego porque las actividades que se proponen en este hotel están concebidas para ser el fiel reflejo de una ciudad vibrante que se nutre de una trepidación artística fuera de lo común.

A diferencia de Milán o París que viven ya casi exclusivamente de sus museos o del prestigio de sus diseñadores más afamados, en Berlín la música, el arte o la moda reivindican su presencia a pie de calle con galerías y talleres abiertos al público. En este sentido, la capital es un work in progress en todos los campos: una obra que se está llevando a cabo tanto a nivel arquitectónico en la reconfiguración de edificios, como en la continua oferta cultural que la han convertido en un referente europeo.

Kreuzberg-Friedrichshain

El nhow Berlín se enfoca a viajeros y profesionales atraídos por el desenfreno creativo de esta urbe. Situado entre Kreuzberg y Friedrichshain, uno de los ejes más dinámicos de la ciudad, el hotel se levanta literalmente como un buque insignia a orillas del Spree, con una estructura de ladrillo que recuerda a las antiguas casas de correos alemanas y con un voladizo de impresión, sólo comparable en su audacia al Sharp Centre for Design de Will Alsop en Toronto (REM 43). El arquitecto ruso afincado en Alemania Sergei Tchoban ha concebido, por tanto, una construcción que se funde en el antiguo paisaje berlinés para reinterpretar sus signos de identidad de cristal y acero. Por dentro y en total contraste con esta sobriedad de ladrillo, metal y ángulo recto, se proyecta la organicidad futurista del neoyorquino Karim Rashid. Sus colores vivos y sus formas curvas reformulan el concepto de vestíbulo, de lobby o de sala de eventos.

Con todo, recurrir a un arquitecto o contar con un interiorista en boga, resultan insuficientes para cambiar conceptos tan establecidos como el de resort. En el caso del nhow, el secreto de su cambio se halla en que ha sabido integrar todo lo que produce la ciudad en distintos campos creativos. En este sentido, funciona como una galería que cambia de exposición cada seis meses dejando un lugar a nuevos artistas. Entre otros detalles, se ofrece un mural descomunal a ilustres grafiteros locales. A la vez, funciona como un showroom para las últimas creaciones de diseñadores de moda que se pueden comprar in situ, y que lucen los camareros del bar. Pero sobre todo, es un estudio de grabación con los últimos avances tecnológicos incorporados y que incluye, además, los servicios de los productores del sello local Hansa conocido por sus trabajos para U2 o REM. Como datos musicales, indicar que hay receptores de iPod en las habitaciones y que se puede solicitar una guitarra al servicio de habitaciones como el que pide un emparedado de pavo o una carta de almohadas. De hecho, se presenta como el primer hotel musical del mundo en el que hasta los empleados tienen formación específica para satisfacer cualquier demanda de los huéspedes en este ámbito.

La impronta Karim Rashid

Como no podía ser de otro modo, un establecimiento de propuesta tan radicalmente moderna y especializada tenía que tener unos interiores inigualables. Y sin duda esto se logra en muchos de los espacios, donde se palpa el dinamismo atrevido de Karim Rashid. El lobby cobra aires futuristas con una estructura escultórica rosa y blanca a medio camino entre arte pop y nave espacial, lo que lo convierte en un área versátil que sirve para acoger tanto una exposición como una performance. Por su parte, el restaurante y el lounge bar son las dos caras de un universo colorista. El primero recurre a tonos claros resaltados por la luz diurna que entra por los ventanales. El segundo, sin embargo, juega con la cómplice oscuridad del negro y la frivolidad del fucsia que habita en el falso techo y en las ondas, sello de fábrica de Rashid. Por último, el bar Envy es una muestra del uso de la curva y de su capacidad para eliminar cualquier nostalgia hacia los noventa grados. Eso sí, Rashid se ha encargado asimismo de todas las habitaciones y en ellas, sin embargo, su impronta deja mucho que desear por obvia, reiterativa y casi franquiciada.

La concepción de los dormitorios se repite en gamas de colores siguiendo unas pautas decorativas insistentes que, además, recuerdan en exceso al Switch Restaurant de Dubai. Las ondas se declinan en alfombras, cortinas y ropa de cama cual marca estandarizada. Algo así como si la inspiración de este egipcio-neoyorquino se hubiera agotado en las zonas comunes del nhow. De cualquier modo, y a pesar de esta crítica, sin duda los dormitorios pasan realmente a un segundo plano para dar total protagonismo a lo que los huéspedes han venido a buscar a Berlín: emoción y cultura emergente.

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