Su trabajo produce sorpresa, atracción o rechazo. Nunca indiferencia. Y lo cierto es que los objetos-esculturas del diseñador valenciano Nacho Carbonell enganchan a medida que vamos descifrando sus códigos y las capas que los componen. Sus piezas interpelan al usuario con nuevos conceptos e interactúan con él jugando al ser y no ser. En ese territorio periférico donde la artesanía se encuentra con la vanguardia, Nacho Carbonell diseña sillas, lámparas, mesas… aunque la incredulidad nos haga dudar a veces.
Afincado en Holanda desde hace más de una década, Nacho Carbonell cuenta con un corpus de creaciones que ya forma parte de museos internacionales y colecciones privadas. A día de hoy es protagonista de exposiciones y ferias, algunas de las cuales lo han ido encumbrando con premios como el de Diseñador del Futuro en la Design Miami Basilea de 2009 y el galardón del London Design Museum por su colección Evolution. En esa ruta de reconocimientos, su colaboración con la galerista Rossana Orlandi, en Milán, le permitió crecer y dar rienda suelta a una expresividad marcada por la experimentación y el diálogo constante con todo tipo de materiales: bronce, papel, arena, hojas prensadas, caucho, silicona, residuos, vidrios rotos, componentes metálicos, tejidos… Todo urdido a conciencia y de manera artesanal.
Nacho Carbonell inició su formación en el CEU Cardenal Herrera de Valencia, donde aprendió la relación entre objeto y función. La Academia de Eindhoven, sin embargo, le abrió un universo mucho más emocional y le enseñó a descubrir el rol de la materia: “a crear diseños que te llevan a distintos estados de la mente”. Algo que le cambió la vida y le despertó una radical libertad de expresión, hasta el punto de entender los objetos como organismos vivos. “Creo en el diseñador como un filósofo, cuyo papel en la sociedad puede ser la llave que abre la puerta a la transformación de los ideales. Con mi trabajo, intento sugerirle a la gente nuevos valores sobre su lugar en el mundo”. En conversación con ROOM, Nacho Carbonell nos confirma que su profesión lo ha convertido en un feliz demiurgo de lo imposible.
ROOM Diseño.- Su paso por la Academia de Eindhoven propició lo que podemos llamar “su espíritu indómito” a la hora de crear.
Nacho Carbonell.- La oportunidad de tener esa libertad fue algo mágico. Creo que en la Academia de Eindhoven viví en una especie de “burbuja” entre lo que es real y lo que es irreal, entre lo que es posible y lo que no. Absorbí esas energías y la idea, fundamental, de que las cosas pueden ser hechas de una manera diferente.
R.D.- ¿Intenta domar esa imaginación desbordada o la fomenta? Y en ese marco, ¿el material le pone límites o su desafío es justamente traspasarlos?
N.C.- Es un juego y un aprendizaje constantes de mí hacia el material y del material hacia mí. Me gusta acercarme de una manera nueva a los materiales que ya conozco, y también a aquellos con los que nunca he trabajado. Siempre intento nuevos procesos y hay en mí una exigencia: que toda prueba sea parte de ese proceso. La idea de fracasar con una materia que desconoces es el verdadero desafío.
R.D.- ¿Se pone plazos para esos resultados? ¿O se detiene placenteramente entre prueba y error?
N.C.- Siempre, siempre hay plazos (ríe no muy convencido de la tiranía del tiempo). Una feria o una exposición son condicionantes; y si no los hubiera, los trabajos se podrían alargar tanto que a lo mejor serían inexistentes. Aunque tengo que decir que también realizo ese tipo de proyectos: los que crecen en el estudio sin saber a dónde van a llegar, ni cuándo. Son iniciativas muy personales. Tal vez algún día lleguen a estar acabados o, a lo mejor, nunca. Pero me sirven y me inspiran para hacer otras cosas. Todo es cuestión de atrevimiento y de probar, probar, probar.
R.D.- No le gustan etiquetas como arte, diseño o art design, pero ese carácter libre que le define le ha hecho comprobar, sin embargo, que en sus creaciones lo artístico está ligado a la función.
N.C.- Arte es un término que a mí no me gusta nada. Me parece un poco, demasiado, “uno más uno”. Y por otro lado, el design es un concepto que se ha ido ampliando y ramificando hacia muchas direcciones. En España aprendí que diseño era dar respuesta a un problema, y ahora, sin embargo, me dedico a plantear preguntas, más que a proponer respuestas. Me he dado cuenta de que planteando preguntas consigues una visión mucho más amplia de cómo entendemos los objetos. Ese es mi campo de investigación: comprender por qué tenemos ese deseo hacia los objetos; qué es lo que realmente necesitamos, lo que no, y por qué.
Capullos multiformes, nidos, escaleras a ninguna parte, sillas con ramas… Sus propuestas híbridas de gran formato y textura-exabrupto definen un estilo reconocible en el que lo inesperado se puede transformar en un sugerente cotidiano. Proyectos como Pump It Up, Por las ramas, Diversity, Skin Collection, Evolution o la serie Cocoon, reunida el año pasado en la exposición Forest, para Carpenters Workshop Gallery en París, nos sumergen no solo en la ambigüedad conceptual, sino en su propia exploración de materiales naturales y técnicas experimentales basadas en la manipulación manual. Una apuesta personal que lo coloca, definitivamente, en el lado del riesgo. No en vano admira a Louise Bourgeois y a Jurgen Bey, con quien se formó; y se siente cercano al espíritu controvertido de Atelier van Lieshout o Maarten Baas.
R.D.- Cuénteme cómo es su taller y la relación con sus colaboradores
N.C.- Dispongo de un taller propio al que hemos intentado dividir en varios departamentos: metal, madera, textil, plantas… Es un sitio donde cada uno puede tener una esquinita desde la cual nos motivamos mutuamente. Y te das cuenta de lo importante que es esa influencia colectiva: las ideas se entrelazan para crear una misma historia, aunque sean proyectos totalmente diferentes. Ese es el tipo de plataforma creativa que me interesa.
R.D.- ¿Cómo se mueve en los caminos de los nuevos soportes: la tecnología 3D, las impresoras, el mundo de la interactividad y las aplicaciones?
N.C.- Fatal. Desconozco muchísimo este mundillo y me crea un poco de ansiedad.
R.D.- ¿Piensa crear un departamento en el taller?
N.C.- Sí, necesitaría más ayuda y más tiempo para ello. Pero me conformo con estar muy centrado en lo que es la idea de la materia. Interactuar con ella. Si lo hace una máquina, pierdo ese contacto con el proceso: ese poder darle un codazo a lo que estoy haciendo y cambiar la orientación. Por eso creo que no tengo sensibilidad para la máquina.
R.D.- Cambiando de tema, ¿qué es para usted un diseño duradero?
N.C.- Es aquel que ha creado una especie de link emocional con el usuario. Es el diseño que al final te pertenece y forma parte de tu vida. Lo contrario es un diseño apático, que simplemente cumple una función por un determinado tiempo y desaparece de tu vida sin más. Esto encaja con la idea de cómo los objetos pueden adaptarse a nosotros y cómo podemos nosotros adaptarnos al objeto.
R.D.- Hoy por hoy, ¿qué cambiaría del diseño como apuesta profesional?
N.C.- El diseño se ha ramificado tanto que me resulta difícil verlo desde una sola perspectiva. Entiendo el diseño y la figura del diseñador como un conector entre lo que pasa a nuestro alrededor y lo que pasa en la industria. Debemos absorber y canalizar ciertas soluciones para poder enlazarlo todo. En el diseño debe haber investigación, representación y crítica.
R.D.– En el 2009 fue designado Diseñador del futuro. Hoy estamos en el 2017, ¿qué ha pasado en ese futuro y qué es el futuro de aquí en adelante?
N.C.- El futuro es donde intentamos proyectar nuestras ambiciones, nuestras ideas. En mi caso, he podido seguir en mi línea de investigación: un camino en el que cuanto más escarbas, te das cuenta de que más hay que escarbar.
R.D.- Vamos, que es un futuro optimista.
N.C.- Yo soy muy optimista, aunque a veces la gente piense que los objetos que creamos en mi estudio o la filosofía de mis piezas tienen un lado oscuro. La vida es así, con un lado oscuro y otro brillante, aunque yo siempre veo la luz en lo que quiero transmitir.