Cuando miras atrás y ves lo que otros diseñadores han hecho o cuando descubres algún objeto anónimo que ha perdurado en el tiempo, relativizas en gran medida la supuesta innovación del diseño más actual. El día a día de los diseñadores, lo quieras o no, se desarrolla entre tendencias, términos y conceptos que están dictados por la actualidad. En esta vorágine es fácil perder la perspectiva y finalmente “hacerse un lío”. En estos momentos de “modernidad tóxica” es cuando para relajarte abres un libro con fotos en blanco y negro y te preguntas: “¿pero qué estoy haciendo?”
Creo que a Torres Clavé (1906-1939), arquitecto y diseñador, autor de la butaca que se muestra en la fotografía, le debió de pasar lo mismo. En los años 30 el racionalismo imperaba y de alguna manera también uniformizaba, pero algunos descubrieron los valores de la cultura popular mediterránea y se sintieron especialmente fascinados por la isla de Ibiza. Torres Clavé fue uno de esos arquitectos, que basándose en modelos tradicionales de la sillería tradicional ibicenca recreó una butaca artesana pero sin renunciar a una cierta contundencia. La estructura de madera de roble es más una pieza de carpintero que de ebanista, y el trabajo de trenzado en cuerda solo puede ser artesanal. Su aportación se centró seguramente en una cuestión muy arquitectónica: las proporciones.
El resultado es una pieza muy refinada, sensual y confortable. La materialidad fuerte de la silla se vería resaltada por el entorno arquitectónico en el que se integraba. Se diseñó como parte del mobiliario del pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de Paris de 1937, junto al Guernica de Picasso y otras obras de Alexander Calder y Joan Miró. La modernidad necesitaba un contraste para ser “si cabe” más moderna.
La vigencia de la silla de Torres Clavé se demuestra porque aún hoy se sigue fabricando y vendiendo. Mobles 114 la reeditó en 1987 mejorando el ensamblaje del respaldo con el asiento mediante un tornillo. Torres Clavé había utilizado un ensamblaje de madera tradicional, que con el tiempo se movía y rompía. Un tornillo poco purista pero muy funcional: no hay que sacralizar los clásicos, sino ponerlos al día para que sigan siéndolo.