En la periferia de Tirana (Albania), un conjunto de formas blancas serpentea entre los árboles como si hubiese crecido desde el subsuelo. Es el nuevo hospital veterinario firmado por Davide Macullo Architects: un edificio brutalista en hormigón curvo que piensa en el bienestar animal con una arquitectura que se funde con el paisaje.
Un hospital veterinario que abraza el terreno
Desde hace siglos, la arquitectura ha oscilado entre el deseo de imponerse al territorio y la necesidad de reconciliarse con él. Pero en tiempos de urgencia climática, mirar al entorno como algo que hay que respetar —y no dominar— se convierte en una responsabilidad ética. Una visión constructiva que considera la edificación como un acto de continuidad con el paisaje y no como una fractura en él. Y dicha prolongación no se percibe tanto como una simple cuestión estilística, sino más bien como una forma de pensamiento.
Esta visión deja de lado las voluntades del arquitecto para tener en cuenta las condiciones topográficas del lugar; en otras palabras, se renuncia al ego para escuchar al contexto. Al fin y al cabo, el terreno no es una página en blanco porque posee una historia y un carácter estructural previo. En este caso, el estudio Davide Macullo Architects lo muestra con un reciente hospital veterinario en Tirana (Albania). Un proyecto que se suma a esa creciente estirpe de propuestas que comprende el paraje como principal protagonista arquitectónico, erigiéndose como un edificio brutalista que se funde con los campos colindantes.
Brutalismo delicado en Tirana
En este ambiente periférico, el hospital se despliega con una morfología serpenteante. Una masa de hormigón que se curva, se abre y se cierra. Al contemplarla desde cierta distancia, uno podría pensar que se trata de una formación geológica, una geografía nueva que ha elegido proteger a los animales que llegan hasta ella. El inmueble parece respirar gracias a las ondas que se generan sobre su fachada, y esta ruptura con la linealidad ortogonal ofrece una experiencia cercana a lo orgánico, con un interior que se adecua a las necesidades requeridas.
Cada curvatura del hospital responde a una doble lógica: la funcionalidad —albergar consultas, quirófanos, zonas de recuperación— y la intención emocional —originar una atmósfera de calma, confianza, familiaridad—. Por esa razón, el espacio no replica los códigos asépticos de la clínica tradicional y se esfuerza por producir una sensorialidad sosegada. Su configuración se organiza en espiral, separando áreas públicas y médicas sin necesidad de barreras. Todo está pensado para reducir la huella energética y aumentar el bienestar: ventilación cruzada, patios internos, orientación solar o amortiguación del ruido. Aspectos que permiten que se perciba como una madriguera.
El hormigón pierde su rigidez habitual convirtiéndose en un elemento blando y casi textil. Es por ello que el volumen parece ondear armónicamente con el viento —pese a su estatismo— por medio de terrazas ajardinadas. Lejos de la asepsia, el hospital se deja tocar por el enclave. De ahí que Davide Macullo Architects haya desarrollado una obra coherente, guiada por la idea central de arquitectura como cuerpo sensible. Sin ambición icónica, la grandeza de este trabajo reside en los detalles, tomando una de las máximas del estudio: “Construir no es acto técnico, sino un acto cultural”. Tan cultural, que han logrado que el lugar cuide incluso antes de que empiece la medicina.
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