Bogavantes sentados a la mesa en el Comedor de Gala; un corazón flamante sobrevolando la Capilla; un piano cubierto por una funda de ganchillo de las Azores en la Sala de Música; la valkyrie de Dior sobre la escalera noble; zapatos gigantescos hechos de cacerolas en el Salón de Baile. Las obras de Joana Vasconcelos han tomado el Palacio de Liria en una exposición memorable hasta el 31 de Julio.
Joana Vasconcelos: una artista de presencia internacional
Joana Vasconcelos es una fuerza de la naturaleza. La artista más popular de Portugal estudió dibujo y joyería, pero acabó dedicándose a la escultura. Desde que arrancó su carrera artística en 1993 ha participado en 912 exposiciones, 164 de ellas individuales. Más allá de los números y récords de taquilla, Vasconcelos es una de las más reconocidas de su generación y la primera mujer en exponer en Versalles —aunque le vetaron alguna creación—. Aparte de las cifras y los logros, estamos ante una autora que ha hecho su propia interpretación de la realidad y que juega con los símbolos para ofrecer nuevos puntos de vista y cuestionar las convenciones sociales.

Por medio de objetos cotidianos y del imaginario doméstico, Vasconcelos crea esculturas colosales que nos hablan sobre la jerarquía, el género, el lujo o el deseo. Con el uso de técnicas artesanales combinadas con referencias mainstreams, elementos folclóricos y costumbristas alude a la identidad y a las mitologías culturales; un lenguaje estético accesible al gran público y un concepto que atraviesa toda su producción: la ambigüedad tensa que viene de enfrentar dos ideas antagónicas, ya sea el lujo y lo doméstico, la artesanía y lo industrial, la feminidad y lo masculino. Ahí reside la clave conceptual de su trabajo, en unas sandalias de tacón —asociadas al glamour de las divas— hechas de cacerolas. Un mensaje sencillo y directo —sé sexy, friega los platos— sobre las exigencias y expectativas sociales que recaen en las mujeres. Pero antes de profundizar, hagamos hincapié en el marco de la exposición.

Un diálogo nuevo en la Casa de Alba
Para aquellos lectores —improbables si están leyendo esto— que desconfíen del arte contemporáneo, quizás les parezca más atractiva la posibilidad de husmear una tarde por el Palacio de Liria. Entre las obras monumentales de Vasconcelos y la portentosa colección privada de la Casa de Alba, se pueden ver fotos de los miembros familiares. Los duques de Huéscar, los condes de Osorno —hijos del actual duque— o de Cayetana de Alba. Retratos de bodas e imágenes que nos son más que conocidas, no tanto por los libros de historia sino por la revista ¡HOLA!, lo que hace que de una manera extraña sintamos un espejismo de cercanía con esta familia. Ese efecto es el que observamos en los tapetes de ganchillo de Vasconcelos, que evocan una estética nostálgica, doméstica y, por lo tanto, denostada y con un aire kitsch. Como ella misma señala, su experiencia exponiendo en palacios es amplia, pero es la primera vez que lo hace en uno habitado. Y es que, a diferencia de Versalles, el Palacio de Liria es la residencia del duque de Alba. Tal cual.


Como hemos señalado, la domesticidad juega un papel importante en el porfolio de la artista. “Los palacios son dream houses”, afirma Vasconcelos en una entrevista, pues está especialmente interesada en el diálogo que se da entre las piezas y el lugar donde se muestran. Por eso la portuguesa trabajó con la fundación Casa de Alba con el fin de comprender la función y la historia de cada una de las estancias: así construyó una exhibición en la que cada elemento entra en diálogo con el entorno. El hecho de conocer la historia del palacio enriquece la visita, pero nos ha parecido encontrar cierto guiños y paralelismos.

Mucho de lo que hay en Flamboyant lo hemos visto antes, pero en este contexto cobra otra capa de significación. Aunque estemos ante el imaginario de una creadora que mueve masas, su discurso no es vacuo ni inocente: existe una crítica constante a las convenciones sociales que contrastan con la residencia de una de las familias de más solera de la aristocracia española. Aquí, entre los tapices y los cuadros de Goya y Tiziano, las mismas piezas que vi en 2010 en la Royal Academy of Arts de Londres resultan mucho más punkis. Y como la exhibición es muy extensa, vamos a dar un par de pinceladas sobre ese diálogo que parece establecerse entre las obras y el espacio.

El Palacio de Liria: la sede de Flamboyant
En el jardín frente a la entrada, se encuentra la primera intervención de la exposición: Solitario. Un anillo de ocho metros con un diamante hecho a base de llantas de coche de alta gama pintados de dorado, con una piedra que se compone de 1450 vasos de whisky. La voz de Vasconcelos se reproduce en la audioguía para explicarnos —con un acento portugués encantador— que la escultura cuestiona los símbolos del lujo y del deseo. Una alianza de compromiso elaborada a base de elementos con fuertes connotaciones masculinas que, a la vez, se asocia con el romanticismo y el ideal del matrimonio. Al verlo pienso que, históricamente, la única forma de acceder a la aristocracia o de entrar en un palacio si no se había nacido en uno era a través del casamiento. En mi caso —y en el de la mayoría—, se logra pagando una entrada.

Una vez dentro nos topamos con objetos de su famoso bestiario, compuesto por animales de cerámica de Bordallo Pinhieiro. En el Salón Estuardo está Matilha (Jauría): diez perros de porcelana enfundados en ganchillo que observan, sentados, a los espectadores. En este caso reflexiona sobre la dualidad de los animales domésticos atrapados entre la independencia y la sumisión, la obediencia, el instinto y la libertad. Alrededor, seis siglos de retratos de generaciones antepasadas de la Casa de Alba miran desde las paredes a los residentes del palacio. El peso de un linaje también puede ser un manto de puntillas y pátina de tradición, que exige cierto comportamiento por encima de la individualidad y las preferencias personales. En otras palabras: Nobleza obliga. Ese bestiario se extiende por todo el palacio junto con otras muchas de sus piezas: bogavantes como metáfora del lujo —sin duda la aristocracia del marisco— se sientan a la mesa en el Comedor de Gala, mientras una pareja de lobos lo hace en el despacho del duque.

Un corazón flamante queda suspendido en la Capilla consagrada —una de las instalaciones más bellas del recorrido— sobre un retablo del siglo XVII y una foto del Papa Ratzinger sonriendo, dedicada a la anterior duquesa. Y más estatuas se cubren de ganchillo junto a bustos neoclásicos de mármol. El choque constante de lo considerado vulgar con lo aristocrático resulta totalmente fascinante. Entre los grandes hits de Vasconcelos no podía faltar una de sus famosas valkyries; en este caso elaborada con tejidos de Dior —patrocinador de la exposición—. Los textiles, inspirados en la hermana y musa del modisto, Catherine Dior, enfatizan la noción de feminidad y poder en dimensiones monumentales, como un homenaje a las figuras femeninas de la Casa de Alba. Se ubica colgada en la escalera noble: espacio central del palacio que, como gran parte del edificio, tuvo que ser reconstruido tras la Guerra Civil.

Para los que no estén familiarizados con la mitología nórdica, apuntamos que las valquirias eran entidades femeninas que volaban sobre los campos de combate para resucitar a los guerreros más heroicos caídos en las batallas. Algo que no cuenta la audioguía, aunque está presente para quien lo quiera ver. Y podríamos seguir por cada una de las estancias, repasando cuadros, estatuas, tapices y armaduras, pero lo mejor será que se acerquen al número 20 de la Calle de la Princesa. Disfruten de las obras de Vasconcelos y del palacio, pero, sobre todo, lean siempre entre líneas y saquen sus propias conclusiones.

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La exposición Flamboyant de Joana Vasconcelos puede visitarse hasta el 31 de julio de 2025.
Joana Vasconcelos (1971) es una de las artistas portuguesas más populares a nivel internacional en la esfera del arte contemporáneo.