Metamorfosis. Ese es uno de los conceptos sobre los que se sustenta la obra trasgresora de Jan Fabre. Artista multidisciplinar, coreógrafo, dramaturgo, diseñador y escenógrafo ha hablado con ROOM para desvelar las claves de su poética. En Madrid, pudimos ver su trabajo plástico en la Galería Javier López y Fer Frances y Mount Olympus, en los Teatros del Canal.
“La idea de la metamorfosis está unida a mi fe en el cuerpo, en su debilidad y en su capacidad de defenderse. Me gusta observar a los seres humanos y cuestionarme cómo sobrevivirán en el futuro”. Así arranca una entrevista intensa y rigurosa, donde Jan Fabre despliega toda su armamentística intelectual. Tras sus palabras podemos visualizar a un individuo que después de muchos años sigue incidiendo en esa metáfora del cambio, algo que conlleva un estado perpetuo de aprendizaje. “Si describiera mi carrera o el momento en el que me encuentro ahora como una fase de metamorfosis, diría que necesitas toda una vida para convertirte en un artista joven”. Clarificador para entender la letra pequeña de sus propuestas.
Esculturas, instalaciones, performances, teatro, danza o poesía son, entre otros, los medios en los que Fabre vuelca todo su mundo. “Trabajo interdisciplinariamente, así siempre puedo elegir diferentes formas y géneros… En todo caso, la idea dicta la forma. Me arrodillo ante la belleza y el arte”, sentencia. Magritte, Ensor, Rops, Bosch o Rubens son algunos de los nombres que han inspirado a este creador belga que creció en Amberes cerca de la casa de este último. “Como artista, en Bélgica te sientes un enano en tierra de gigantes”, nos comenta desde Troubleyn, el espacio interdisciplinar que dirige en la capital flamenca.
Poética y entomología
Fabre siempre ha estado interesado en la ciencia y en los insectos, a los que ha diseccionado durante años. Esta fascinación data de su juventud, cuando conoció las investigaciones del entomólogo Jean Henri Fabre. Lo que explica el uso frecuente de escarabajos en su trayectoria, siempre en una extraña comunión con el hombre. “Lo humano y lo animal están constantemente interactuando. En mi obra, los cuerpos se están transformando, transmutando constantemente. Al hacer esto, resisten al crecimiento y a la decadencia; celebran la vida y la muerte al mismo tiempo”.
Durante la entrevista, Fabre hace hincapié en las diferencias del esqueleto externo en los insectos frente a la constitución física del hombre. “Durante millones de años, los seres humanos hemos cambiado mucho. Los escarabajos prácticamente nada. Esto significa que estos insectos tienen una inteligencia muy anterior a la nuestra. Han sobrevivido a infinidad de catástrofes. Deberíamos de seguir estudiándolos para poder progresar”.
Vidrio y huesos. El exoesqueleto de Fabre
En la producción de Fabre hay dos materiales reiterativos: vidrio y huesos, ya sean estos últimos de animales o de humanos. En las exposiciones venecianas que ha realizado recientemente han sido una seña de identidad. La exhibición Esculturas en cristales y huesos 1977-2017 se llevó a cabo tras una colaboración con el maestro vidriero Adriano Berengo en Murano. Para Fabre, estos materiales son una reflexión filosófica, espiritual y política sobre la vida y la muerte centrada en la idea trascendental de la metamorfosis.
“Me fascina la flexibilidad inherente a los huesos y al vidrio. Algunos animales y todos los humanos salimos del vientre materno como el vidrio fundido en un horno de fundición. Todos podemos ser moldeados, torneados y tener una forma con un grado increíble de libertad”. Es así como podríamos decir que esa exposición reporta el nexo entre material y materia. De hecho, para Fabre el esqueleto del hombre es una veneración de la verticalidad. Y los músculos, un culto al movimiento.
Muy a su pesar, el uso de los huesos ha tenido también una repercusión pública morbosa. Esto le ha llevado a puntualizar en más de una ocasión la procedencia ética de los mismos. Porque detrás de estas herramientas creativas, su discurso conlleva una carga espiritual: “La lucha entre la vida y la muerte, el esqueleto como la muerte y la carne como la vida. O lo que es lo mismo, la conexión mente, materia, acción”.
Dibujando en azul
En la paleta cromática de Jan Fabre el azul es su color más frecuente. Para explicárnoslo recurre al concepto de hora azul (L’heure blue), ese momento en el que se unen el día y la noche, y cuyas tonalidades sólo se dan en ese breve lapsus de tiempo. “Es un momento de descanso y agitación. Esas tonalidades las he usado en intervenciones visuales como El castillo de Tivoli (1990) o en mis piezas escénicas para revelar nuevos espacios. Algo parecido a un lugar mítico, habitado por mis personajes”, indica.
A esta reivindicación cromática hay que sumar la importancia que para Fabre tiene el dibujo, primera parada en la concreción de todas sus ideas. A través de este medio empieza cada uno de sus proyectos. “Dibujar es mi primera y mi más íntima expresión artística. Está entretejida entre mi mente y mi cuerpo”. Más de 25 años plasmando sobre papel sus sueños, y utilizando para ello su sangre, sus lágrimas o incluso su propio esperma. “Dibujar para mí es muy erótico. Es una especie de danza con mis muñecas, que siempre consigue resultados inesperados”. Notas, dibujos, garabatos y bosquejos que se van archivando en carpetas hasta que son requeridos.
La experiencia teatral
El teatro es otra de las aguas donde este belga hunde sus brazos hasta el fondo. Siempre transgresor, sus acciones, performances y propuestas escénicas han dinamitado las ideas preestablecidas de lo que entendemos por estas disciplinas. En ellas, el tratamiento del tiempo tiene una importancia neta. Hablamos de representaciones que pueden llegar a durar un día entero. “El tiempo es una presencia fantasmal, de ser y no ser. Es el componente arquitectónico de la creación”. Esos tiempos prolongados son un elemento que expande la sensación de cansancio y hace que la acción multiplique su fuerza demoledora. “A través del tiempo y de las repeticiones se revela el estado de tu presencia física de una forma diferente”, nos dice.
Durante el estreno berlinés, en 2015, de Mount Olympus, montaje que dura 24 horas, Fabre no esperaba mucho público. Sin embargo, la convocatoria sobrepasó todas las expectativas. Una sala abarrotada y más de cuarenta minutos de aplausos. Toda una catarsis con gente llorando, gritando, que se dormía exhausta con los actores y que ponían sus alarmas para despertarse en un momento determinado. “En Mount Olympus, la dictadura del sol y la luna es revertida. Sientes cómo la gente deja que su máscara analítica caiga, y eso nos ayuda a investigar lo que pasa con el estado físico y mental. ¿Cómo sueñas? ¿Cómo hablas? ¿Cómo se refleja el tiempo en tus acciones?”.
Mount Olympus, esta revisión de varias tragedias griegas, trata, entre otras cosas, sobre la profundidad de los gestos y el pensamiento, de una manera ritual. “Nos confronta con la profunda violación de las normas sociales, las leyes del comportamiento y las reglas de la moral”. Esta intensidad escénica hace que cada representación tenga su propia vida, su propio desarrollo.
Cabe destacar también Belgian Rules/Belgium Rules. Durante casi cuatro horas, Fabre aborda el tema del nacionalismo, un asunto muy presente en su país, aunque con un planteamiento que mira mucho más allá. Se podría decir que, paradójicamente, el texto habla sobre la ausencia de nacionalismo. Fabre hace hincapié en el florecimiento de las fronteras, el euroescepticismo o la extrema derecha que está despertando no sólo en la Europa occidental. “En Belgian rules miraremos muy de cerca nuestra surrealista identidad belga. Es una parábola sobre nuestro hermoso y extraño reino. Y esto puede llevar a un mayor entendimiento, a una celebración del <otro>”.
La muerte, fin de ciclo
En todo este discurso de transformaciones, la muerte tiene también su papel. A Fabre siempre le ha llamado la atención cómo socialmente existe rechazo y miedo hacia ella. “No tenemos realmente idea de cómo enfrentarnos a ese momento. Yo vivo a través del aliento de mi obra y la veo como una especie de preparación para la muerte. Es un tema que está presente desde el mismo inicio de mi carrera”.
Solo hay que escuchar sus experiencias vividas años atrás. Situaciones extremas que marcaron un antes y un después en lo personal y por consiguiente en lo artístico. Ha entrado en colapso dos veces. Una de ellas estuvo en coma durante varios días. Esa experiencia cambió su vida considerablemente. “Tuve la sensación de emerger en una especie de estado post mortem. Y eso me permitió volver a conectar con la intensidad de estar vivo. Cada movimiento y cada respiración se convirtieron en un evento en sí mismo, en una expresión de la voracidad por la vida que no puede ser silenciada”.
En este sentido, Fabre cuenta con coleccionistas que han donado legalmente sus cerebros y esqueletos para que sean usados por el artista cuando mueran. El propio Fabre nos confiesa que se está preparando para el momento en el que ineludiblemente fallezca. Cuando esto ocurra, ya tiene proyectadas diferentes piezas que serán realizadas con sus propios restos. Fiel a las convicciones creativas que han sido siempre su seña de identidad, con ellas estaría firmando su epitafio: huesos y cerebro conformarán lo que será su creación póstuma. Mientras este momento llega, hundámonos en su trabajo. Actualmente se encuentra embarcado en un nuevo proyecto unipersonal con la actriz Isabelle Huppert y con Eric Sleichim, músico y compositor belga.