Es fina; muy, muy fina. La línea que hoy separa la prodigiosa modernidad de la extrema vulgaridad es tan ligera que, en ocasiones, resulta imperceptible. Esta frontera es aún más etérea en el enmarañado y confuso territorio de la cultura del siglo XXI. La modernidad, como concepto, siempre ha sido un asunto espinoso que ha generado virulentas reacciones. Por un lado, es una actitud imprescindible para cuestionar los formalismos estructurales del momento e impulsar otras perspectivas. Por otro, es el ambiente perfecto para la proliferación de mediocridad e insustancialidad. Si a esto le añadimos enormes posibilidades tecnológicas -al alcance de un smartphone-, las espinas se convierten en sables.
En dos de los ámbitos con tendencia natural hacia el oropel y el ruido, la moda y la publicidad, encontramos los llamativos trabajos del ilustrador catalán Ignasi Monreal. Su singular mirada ya ha sido requerida por marcas históricas como Dior y Louis Vuitton. Pero quien verdaderamente ha confiado en él ha sido otro de los colosos del denominado lujo: Gucci. Alessandro Michele, director creativo de la compañía desde 2015, está liderando el proceso de revitalización de esta, sumando al proyecto la energía de talentos jóvenes de la creación contemporánea, entre los que se encuentra el propio Monreal. Este ha llevado a cabo todas las piezas gráficas de la campaña SS18, bajo el título Gucci hallucination, con la supervisión creativa del omnipresente Michele. Un peculiar abanico de escenas, en forma de breves fábulas, con carácter figurativo, caracterizadas por una intrigante atmósfera onírica. Cuentos visuales repletos de extravagantes prendas, complementos y objetos icónicos de la cultura pop de nuestros días.
El resultado de tal cóctel de ideas podría haber sido un batido pretencioso e irritante, y quizás en algunos aspectos lo sea. Sin embargo, el acabado final es una acción publicitaria estimulante, alejada de las habituales fotografías de modelos, y extraordinariamente versátil a la hora de implementarla más allá de los soportes cotidianos. De esta forma, Gucci hallucination ha tenido una gran difusión online -en redes sociales- a través de sutiles audiovisuales editados a partir de las ilustraciones; pero también ha sido una campaña implantada en las calles, gracias a varios murales en edificios -gigantescos e irregulares lienzos- de algunas emblemáticas ciudades. Tan positiva ha sido la acogida que Gucci ha creado una edición limitada de camisetas y sudaderas con estas obras.
Probablemente el gran acierto de este barcelonés es el equilibrio al combinar ingredientes muy diversos -formal y conceptualmente- y, de por sí, con tendencia a la desmesura. Para empezar, sus trazos se presentan bajo un aspecto de pintura realista, lo cual llama la atención si tenemos en cuenta que los realiza de forma digital. Son llamativos también los instantes plasmados: retratos y momentos aparentemente cotidianos que, a través de detalles descontextualizadores, modifican completamente el significado de la escena, llevándola al terreno de lo surrealista. Una calma intensa y enigmática envuelve los ambientes capturados con cromatismos enérgicos, en ocasiones eléctricos.
Hay una buscada conexión con cuadros clásicos, que en el caso de la serie Gucci hallucination es evidente y, por supuesto, no ocultada. Obras de El Bosco, Bruegel o Millais están claramente referenciadas. Pero no resultan copias groseras, sino alusiones directas que adquieren una personalidad actualizada con las singularidades posmodernas que introducen.
Ignasi Monreal conecta de forma muy respetable con los gustos de hoy, sin caer en obviedades, manejando con eficacia un interesante discurso estético, fundamentado en una sofisticación con toques digitales. En todos los sentidos: delicada modernidad.