Shenzhen, considerado hoy “el Silicon Valley de China”, hace tan solo cuatro décadas era un pueblo de pescadores de 25.000 habitantes en el sur de la China continental, cruzando la Deep Bay desde Hong Kong. Su declaración en 1980 como la primera zona económica especial –exenta de restricciones a la circulación de trabajadores y con libertades para la práctica del capitalismo– por el entonces presidente Deng Xiaoping –conocido como el “arquitecto de la China moderna”–, derivó en un aceleradísimo crecimiento.
Se transformó así en un centro industrial que al acabar el siglo XX ya contaba con una población oficial de 9 millones: la extraoficial ascendía hasta los 14 millones, debido a las masas semipermanentes de inmigrantes rurales hacinados en dormitorios colectivos para trabajadores. Y ha continuado una histérica urbanización hasta nuestros días, convirtiéndose en el paradigma de las megalópolis chinas.
iADC Design Museum
En medio de uno de los últimos desarrollos urbanísticos de la ciudad –la Ciudad del Arte Shapu, en el distrito Bao’an–, se erige el iADC Design Museum, diseñado por el estudio hongkonés Rocco Design Architects. Partiendo del volumen puro de la caja, el edificio se eleva del suelo sobre columnas de hormigón –traslación directa de les pilotis, el primero de los “cinco puntos para una nueva arquitectura” de Le Corbusier y Jeanneret– y genera así una suerte de plaza de entrada conformada por una serie de espacios públicos semiabiertos a nivel de calle, de donde parten dos grandes escaleras. La primera da acceso al vestíbulo del museo, elevado en el primer nivel; la segunda desciende a una gran zona soterrada, semipública y cubierta, desde donde acceder tanto al auditorio como área expositiva del sótano.
Esta última está dividida en dos alas —destinadas al arte chino y al arte contemporáneo respectivamente– que ascienden en un recorrido en espiral a lo largo de los otros dos niveles superiores del museo, donde aparece un patio central que lo baña todo de luz natural. Asimismo, la fachada se ha descompuesto en varias piezas que se pliegan ligeramente “rompiendo la rigidez” de la caja y permitiendo el acceso de la luz y la conexión visual del interior con su entorno.
Un nuevo icono en la megaciudad de las contradicciones
Rodeado de rascacielos y edificios de mucho mayor tamaño, son precisamente estos grandes pliegues blancos los que le otorgan su característica imagen a un museo que “pretende ser”, según Rocco Yim, director del despacho, “un icono visual del espíritu de diseño de Shenzhen”. Se convierte así en landmark de todo un barrio de nueva construcción en una ciudad de contradicciones empeñada en proyectar esa imagen de progreso (tecnológico). Su filosofía, tallada en piedra, reza: “El tiempo es dinero; la eficiencia es la vida”.
Ya en 2008, Qin Hui –uno de los historiadores y experto en asuntos urbanos más respetados en China– acusaba a las autoridades gubernamentales de Shenzhen de hipócritas que “disfrutan de los servicios de los trabajadores migrantes” pero “quieren que todos los migrantes regresen a sus aldeas después de que [las ciudades] hayan explotado su preciosa juventud”. Así lo citaba Doug Saunders en su libro Arrival City, obra fundamental para entender la que con casi total seguridad será “la mayor migración en la historia de la humanidad”: un éxodo mundial de dos mil millones de personas desde los medios rurales a las áreas urbanas que nos concierne a todos. O al menos, debería.
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