Ediciones limitadas o artesanía de vanguardia
Ediciones limitadas o artesanía de vanguardia. Complejos procesos de investigación y un intenso trabajo de edición son las constantes en la obra del dúo de diseñadores Fredrikson Stallard. ¿Su poética? La deconstrucción épica de los materiales y una exaltación demiúrgica del hecho a mano.
No hay estridencias, ni ruidos, ni reclamos mediáticos en las propuestas de Fredrikson Stallard. Sus objetos atrapan la mirada desde la calma y el silencio. Llaman la atención pero no perturban. Invitan a descifrar los códigos de una geometría imperfecta y de unas superficies transparentes o reflectantes. Sus piezas irradian una luz verdadera y artificial a la vez, cambian de color, absorben el movimiento. Ese perpetuo movimiento y su flujo de energía quedan plasmados en esculturas funcionales cuyo usuario no es el objetivo final de sus autores. Desde la capital británica, Ian Stallard, 50% de este tándem anglo-sueco, ha desvelado para ROOM las claves de su trayectoria.
ROOM Diseño.- Para empezar quisiera saber cómo es vuestro proceso de trabajo.
Ian Stallard.- Para nosotros el proceso lo es todo. Un todo en el que intentamos compaginar y unir las partes: la estética, el contexto, la historia, la energía. Muchos diseños tienen una forma o un look específico. Es como un mueble de Jean Prouvé: sabes instantáneamente que es suyo. Nosotros, igual. Intentamos que la obra despierte la atención del espectador estudiando mucho los materiales, por eso no los elegimos arbitrariamente.
R.D.- O sea, forma y materia al mismo tiempo.
I.S.- Claro. Si trabajamos con metal, por ejemplo, prestamos una atención estricta a su comportamiento para que parezca muy auténtico, natural. Esta actitud nos ayuda a transformar la energía que viene de la materia. Seguir este camino permite, además, que la pieza tenga mucha potencia y belleza, y lo que es mejor: que esa belleza nazca del caos del proceso.
R.D.- ¿Qué papel juega el color en vuestro discurso?
I.S.- Cuando empezamos solo usábamos blanco y negro. Para nosotros eran importantes el concepto, la forma y la pureza del mensaje. Pero en 2005 hicimos una alfombra roja, The Lovers, porque debía parecer una gota de sangre. Y esa perspectiva fue una sorpresa: nos hizo ver que algunas de nuestras creaciones resultaban muy serias, incluso sombrías. El color, sin embargo, exagera la tensión entre lo artificial y lo natural, entre lo sintético y lo que está vivo, y eso es fascinante. Así que decidimos incorporarlo.
R.D.- Ese planteamiento tiene un punto casi filosófico.
I.S.- Creo que esta es una de las cuestiones que nos planteamos: el diseño como filosofía en el sentido de tensión de las partes. Todo el siglo XX ha estado dominado por los racionalistas, por el imperativo de la forma y la función. No tenemos nada contra ellos, pero para nosotros es algo que se ha acabado. Por eso concebimos objetos con los que establecer una relación similar a la que entablamos con un cuadro. Queremos atravesar el límite de lo funcional, que el objeto sea pensamiento y emoción.
Ian Stallard (1973-Gran Bretaña) y Patrik Fredrikson (1968-Suecia) se graduaron en cerámica y diseño industrial, respectivamente, en la Central St Martins. Pareja sentimental y profesional, han cumplido más de diez años en el ruedo del art design, con premios, obras en los más prestigiosos museos y grandes exposiciones individuales. Con audacia contemporánea modelan exquisitamente las propiedades de los materiales, ya sea en 3D o a mano. Tuercen, doblan y malean el aluminio o el cristal, el poliuretano, el caucho o el acrílico. Detrás de cada propuesta hay una investigación seria y rigurosa: un gran amor por el detalle y numerosas pruebas para dar forma real a sus ideas. ¿Cómo? Forzando la materia pero respetándola; dejando que hable de manera natural, pero dándole a la vez un nuevo sentido, un nuevo idioma. Y es ahí donde estos defensores de las Bellas Artes han construido su identidad.
I.S.- Llevamos juntos veinte años. Oficialmente once como Fredrikson Stallard. Pero no ha sido hasta ahora cuando hemos podido decir “vale, empezamos a ver de qué va Fredrikson Stallard”. Es cierto que no es fácil describir nuestra propuesta, pero creo que hemos encontrado un lenguaje que se puede entender de manera instintiva.
R.D.- ¿Sois ya una marca?
I.S.- Sí, creo que somos una marca porque somos una manera de trabajar. Hay muchos jóvenes que ahora están creando de manera similar a la nuestra, o sea, que tenemos un estilo y una personalidad reconocibles.
R.D.- Ese estilo apela de alguna manera a la naturaleza, a una representación de ella a través de la dualidad caos-orden.
I.S- La naturaleza es extrema y nos inspira tanto el paisaje clásico de una isla de Grecia, como un garito de Chueca donde hay naturaleza humana, donde hay cultura…Es la tensión entre esos elementos lo que nos permite crear. Pero lo que más nos emociona de la naturaleza es la incertidumbre, la oscuridad, el estar en el borde del precipicio entre la perfección y el caos. Nos atrae la serenidad de estar en el límite.
R.D- Hablemos ahora de tecnología y de los nuevos soportes. ¿Cómo los utilizáis?
I.S.- No diferenciamos entre un martillo y un ordenador. Y no usaríamos nunca solo uno u otro. Son dos caminos importantes para conseguir un objetivo. Sin embargo, aunque la tecnología nos permite ir más allá, el ordenador no emociona. Me gusta diseñar con las manos.
R.D.- ¿Cómo es vuestra relación con los artesanos y prototipadores? ¿Son parte esencial de este proceso tan detallista y riguroso?
F.S.- Me encanta colaborar con ellos porque además nos resulta excitante probar, realizar procesos artesanos. Respetamos mucho su manera de comunicarse con el material: los ves seis semanas trabajando con el martillo y buscando la perfección absoluta.
Influenciados por los expresionistas abstractos del S.XX, están convencidos de que la estética escultural enriquece nuestra vida: los grandes formatos, la fragmentación figurativa o la distorsión son una representación de emociones internas materializadas en formas rotas, arrugadas y deconstruidas. Admiran, además, a artistas y diseñadores contemporáneos, aunque entre esas referencias les gusta relacionarse con nombres de otras disciplinas como el coreógrafo Hofesh Shechter o el escritor J.G. Ballard. “Del primero nos interesa la energía oscura que utiliza para crear belleza. Ballard nos motiva porque muestra la parte más sucia de la razón humana”. Y de fondo, siempre el mundo del arte y las galerías.
R.D.- El galerista David Gill es vuestro gran valedor. ¿Cómo es la relación con él?
F.S.- Tenemos mucha suerte porque David Gill funciona cómo lo hacían antiguamente las galerías: apoyando a los artistas. Podemos concebir piezas que dicen lo que queremos expresar y David no impone límites. Incluso cuando es complicado que se entiendan como objetos funcionales o cuando son muy caras de producir. Su posición es “esta es tu exposición y si realmente crees en ello así lo haremos”. David tiene un ojo muy bueno y compartimos el background de las Bellas Artes.
R.D.- ¿Cuál es la propuesta para este tipo de exhibiciones? ¿Seguís un formato? ¿Una idea?
I.S.- No somos muy organizados (risas); simplemente ocurre. Patrick y yo estamos todo el tiempo haciendo sketches, modelos y compartiendo ideas. Para la exposición Gravity en la David Gill Gallery, decidimos distinguir tres áreas: obras con formas orgánicas y con mucha energía, otras que parecen hielo roto y, finalmente, las de metal. No tienen mucho que ver unas con otras, ni en el proceso ni en el material, pero todas conectan en la fuerza y en la forma de vincular técnicas digitales y analógicas.
R.D.- Formas orgánicas, metal deconstruido, artesanía digital ¿Hay actualmente una nueva vanguardia?
I.S.- Mucha gente nos pregunta hacia dónde va el diseño, qué camino está tomando. Pero para nosotros eso no es importante. No queremos seguir tendencias. Nos parece más enriquecedora la influencia de las Bellas Artes.
R.D.- Desde luego, el diseño trendy puede ser bastante dañino.
I.S.- Suele tratarse de gente que solo quiere hacer dinero y ahí no entramos. Nuestro trabajo es reflejo de nuestra manera de ver la vida. Hay mucha gente que desarrolla productos que la gente quiere tener, pero los hace “a medida y color”. Y es aquí donde el diseño se ve corrompido por las grandes corporaciones, que solo piensan en la producción masiva e impersonal.
R.D.- Además de la tendencia, ¿qué otras cosas no os gustan de este negocio?
I.S.- No nos gusta cuando algunas compañías dicen que son amables con el medio ambiente porque hacen cosas que son recicladas. El resultado, a veces, son cosas feas que la gente tira a los dos años. Esto no es nada motivador y sólo genera más y más basura. ¡Ese es uno de los grandes problemas! Imagínate que un sofá se mantuviera en tu salón de por vida. Más que pensar en si será de bambú o de plástico biodegradable, hay que hacer un objeto tan bello que la gente quiera tenerlo y pasárselo a sus hijos. Objetos con los que crecer e incluso envejecer. Esto es lo que sucedía en el pasado y lo que me parece importante.
R.D.- Para acabar, ¿todo el diseño no funcional es diseño?
I.S.- Todo es funcional. Podría decir que el art design no es funcional, pero es que sí lo es. Es una función que tiene que ver con la reflexión, con tu estado de ánimo. Es una función que tiene que ver con cuestionar el mundo y quizá no obtener respuestas.