Repollos, calamares, lenguas de vaca, berzas, nabos, gambas, centollos, langostas… No es la lista de la compra, sino los elementos que Filippos Tsitsopoulos —artista griego afincado en España— utiliza para componer las máscaras que usa en sus performances. De entrada, creemos que es una suerte de Arcimboldo en tres dimensiones, un hombre que parece transformarse en naturaleza. Un ser hecho de otros seres vivientes, animales o vegetales, con un punto siniestro que ya está presente en los retratos del pintor renacentista, pero que, en este caso, va más allá.
De Arcimboldo a Filippos Tsitsopoulos
Vemos a Filippos con un pulpo que hace de peluca y cuyos tentáculos resbalan por los hombros, como una melena a la que acaban de quitar los rulos. En otra ocasión, su semblante está cubierto de gominolas y chucherías. O lo ocultan rábanos, nabos, hojas de lechuga y gambas. Incluso descubrimos sus ojos a través de la boca de un mero enorme que le cubre la cabeza a modo de escafandra. También hay una máscara hecha con una lengua de vaca sobre el rostro y el cuello; carne que corta con una cuchilla en una acción sin palabras, pues solo entorpecerían la expresividad de este gesto.
Si a estas imágenes sumamos los sonidos disonantes —respiración entrecortada y balbuceos ininteligibles— y los movimientos espasmódicos de esta criatura de frutas y verduras, el resultado es una actuación realmente perturbadora. Al cabo de unos minutos de vídeo, hay que hacer un esfuerzo por seguir mirando: su presencia nos incomoda. Conectamos con algo que nos apela profundamente, algo que se disimula bajo esa monstruosidad en la que se ha transmutado el performer. ¿Qué es lo que estamos viendo?
Food Design performativo
Muy influido por las artes escénicas —su padre era actor del Teatro Nacional de Grecia—, parte de la carrera de Tsitsopoulos está basada en la investigación de Jan Kott, teórico polaco autor del Teatro de la esencia. Podríamos decir que su obra persigue, ante todo, la búsqueda del alma del ser. Sus creaciones suponen una fusión de retrato y naturaleza. Una naturaleza que hace referencia a nuestro origen incivilizado y primario.
Con ellas se propone romper esos patrones de comportamiento, fruto de las construcciones sociales que adquirimos a lo largo de la vida. Y eso es lo que acabamos de ver. Como ocurrió en los 60 con el Teatro Pánico de Arrabal, Jodorowsky y Topor o en los 80 con las primeras piezas de La Fura dels Baus, Tsitsopoulos trata de trascender esos mecanismos de socialización, ese autocontrol que ejercemos constantemente sobre nosotros mismos. ¿En qué se traduce esto? En una escena difícil de contemplar que parece evocar la locura, término que el artista define en una de sus entrevistas como la “plenitud de la verdad del individuo”.
Una máscara, solo eso. Una cara falsa sobre la propia cara. Pero ¿qué revela y qué esconde? ¿De qué nos protege? Son preguntas que el crítico Fernando Castro Flórez abre alrededor de su imaginario. ¿Protege al que la lleva de las miradas ajenas o protege a los que miran de lo que hay debajo? Y después de un rato yo me quedo pensando si una máscara nos permite ser otro o si, por el contrario, lo que muestra es nuestro verdadero yo sin disfraces. Sea cual sea la respuesta, el trabajo de Tsitsopoulos va precisamente de eso: de trascender la identidad y llegar a un fondo esencial y atávico.
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Filippos Tsitsopoulos, artista multidisciplinar de origen griego. Comenzó sus estudios en la Higher School of Fine Arts of Thessaloniki at Aristotle University y posteriormente se doctoró en el año 1996 en la Universidad Complutense de Madrid. En activo desde 1990, se mueve en los campos de la pintura, el arte digital, el videoteatro y la instalación, y concibe su trabajo como una reflexión constante acerca de los límites del teatro, la literatura y las artes.