¿Puede un diseño preservar la riqueza cultural, mantener la biodiversidad y mejorar las condiciones de vida de una población partiendo de la gastronomía local? Sí, puede. ¿Qué tipo de creador hace esto? Prescindiendo de etiquetas, vamos a dejarlo en uno que nos encanta. ¿De quién estamos hablando? De Fernando Laposse, un hombre para el que los materiales, los procesos de producción y el resultado final tienen el mismo peso.
El interés de Laposse en productos naturales, que habitualmente descartamos o cuyo potencial no hemos terminado de explotar, le ha llevado a trabajar con comida: maíz, grasa y mucho, mucho azúcar. Eso sí, no estamos ante un food designer. Entonces, ¿por qué hablamos de él en esta sección? Porque este chico, graduado en la Central Saint Martins de Londres, ha conseguido mucho. Ahí vamos: hacer rentable la agricultura tradicional de la pequeña comunidad de Tonahuixtla en México, recuperar su suelo y la variedad de semillas utilizadas para el cultivo, dar trabajo tanto a los hombres como a las mujeres de la zona y mantener la riqueza cultural y gastronómica de su país con el proyecto Totomoxtle. Ahí es nada.
Fernando Laposse visitó esta pequeña comunidad agrícola de niño, y cuenta que cuando volvió en 2015 la demanda de maíz para la exportación —vital para el desarrollo económico de México— había acabado con los cultivos tradicionales. Ya solo se plantaba maíz amarillo para consumo masivo. Ni rastro de la amplia diversidad de colores que había décadas atrás. Los métodos de producción modernos habían bajado drásticamente los precios y erosionado la tierra en aras del máximo rendimiento de las cosechas. Es decir, se había transformado el paisaje. Como consecuencia, muchos lugareños habían tenido que emigrar y el fantasma de la despoblación amenazaba Tonahuixtla. En consecuencia, un drama.
Laposse pensó qué podía aportar él como diseñador y decidió que era posible usar las hojas que envuelven las mazorcas como revestimiento en objetos de madera. De hecho, esa misma es su función en la naturaleza: proteger el maíz. Se puso manos a la obra y recurrió al CIMMYT, centro especializado en el desarrollo y la conservación de los cultivos sostenibles de maíz y trigo en el mundo, que mantiene uno de los mayores bancos de semillas. Se recuperaron especies de hace 50 años y en Tonahuixtla se volvió a cultivar de manera tradicional. A las madres jóvenes se las empleó para tratar las hojas y convertirlas en los maravillosos y coloridos acabados de sus piezas. El procedimiento es simple: se limpian, se planchan y posteriormente se cortan con láser para ser pegadas como revestimiento. Las posibilidades a la hora de combinar formas y colores son infinitas. Además, con los remanentes se hace abono a la vieja usanza, que se utiliza en las nuevas cosechas del año siguiente. Equilibrio y belleza en su máximo esplendor.
Podemos encontrar el resultado final en galerías y colecciones privadas de toda Europa convertido en paneles, jarrones, pantallas y mesas. Pero desde nuestro punto de vista, el material y el proceso son la verdadera obra en cuanto a nuevos planteamientos de diseño, de contribución social, de innovación y, por qué no, de otro tipo de belleza. Estamos ante una propuesta con un discurso cultural, político y económico que se traduce en piezas cálidas y amables. Lo que vemos en ellas es esa épica diminuta que, sin hacer ruido, ayuda a que la vida en el planeta sea un poco mejor. ¿Cuántos muebles u objetos tenemos en nuestra casa que aporten tanto? Definitivamente necesitamos más Fernando Laposse en el mundo y en nuestro salón.