El artista que en 2003 provocó que miles de personas acudieran a la Turbine Hall de la Tate Modern, está hospedado de nuevo en el centro de arte londinense.
Paralelamente, Phaidon ha publicado Experience, un libro que repasa su biografía creativa de Olafur Eliasson. Dos buenos pretextos para acercarnos a la obra de este danés que ha convertido la naturaleza y lo tecnológico en una poética transgresora y contemporánea.
No es la primera vez que la editorial Phaidon saca a la venta un libro sobre el artista y arquitecto danés Olafur Eliasson. Ya lo hizo en el 2015 con The Kitchen, donde se hablaba de la impecable gastronomía nórdica que acompaña al estudio en su cotidianeidad. El texto hacía especial hincapié en las reuniones de su equipo en torno a la mesa y presumía, incluso, de huerto ecológico en la azotea del edificio berlinés donde trabajan.
Experience, sin embargo, gira en torno a las casi tres décadas de producción artística de Eliasson. A lo largo de las 440 páginas, fotografías, ilustraciones y textos narran en primera y tercera persona aspectos claves de su trayectoria.
Después de casi treinta años de creación, ¿cuál es la particularidad de este creador multidisciplinar? No olvidemos que desde hace mucho Olafur Eliasson viene repitiendo que la diversidad es considerada un problema, un enjambre de dudas para una sociedad objetiva como la que vivimos; y que mientras unos buscan tierra firme o intentan llegar a puerto, él disfruta con el viaje, con el vaivén de la experiencia. Visto lo visto, no es un razonamiento lunático: moverse sin miedo entre la arquitectura, el arte y la ingeniería le ha servido para conseguir portentosas y heterogéneas combinaciones.
Hacia el fuera de escala
Sin lugar a dudas, es más conocido por sus instalaciones y esculturas a gran escala, pues tienen la poderosa capacidad de activar a todo el que se acerque a ellas. Endless stairway (2004) consistió en el diseño de una escalera sin fin en el patio de una de las compañías líderes de auditoría y consultoría en Alemania: KPMG. Empleados enfundados en trajes de chaqueta y con carpetas repletas de documentos se dejaban ver en sus minutos libres ascendiendo y descendiendo con elegancia la sucesión de escalones. Una ironía en la que lo formal y lo práctico se sumergen en lo inútil.
Por esa misma época, entre octubre de 2003 y marzo de 2004, se presentó The weather project en la Turbine Hall de la Tate Modern de Londres. 3400 m2 de espacio de exhibición albergaron el constante atardecer de un sol gigante. Miles de visitantes se tumbaban en el suelo, dejándose calentar por la ardiente esfera lumínica mientras elevaban su mirada a la techumbre. Cubierta por un inmenso espejo, esta les devolvía la imagen de comunidad, de instinto y de vida.
En 2006, Versailles Waterfall. Aunque, por supuesto, hubo más cascadas. En ellas se escondía el movimiento del paisaje que siempre concebimos como estático, la activación de la performance de la vida. De ellas, decía el propio autor: “Queremos un lugar que cuadre con lo que esperamos ver. Eso hace de la vida un lugar en dos dimensiones: buscamos el mundo representado en el mundo real”. El agua caía para romper con la fotografía, se podía tocar, escuchar y sentir. Se reciclaba y volvía a salir.
Naturalezas permeables
Sin embargo, si uno agudiza un poco la razón, se dará cuenta de que todos los productos de Olafur Eliasson tienen en común dos temas recurrentes. O quizá solo uno: la naturaleza, que al compararse con el segundo, la ciudad, multiplica sus variantes. El sol, la temperatura, el agua, las rocas, la iluminación, el hielo, el atardecer… evocan su entorno maternal, su lugar de origen. Son reflexiones compartidas, maneras de ver el mundo, percepciones públicas que, obviamente, llevan impregnadas su propia experiencia personal. Son, al fin y al cabo, ideas. Ideas que toman una forma u otra según sus propias necesidades.
“Voy a la naturaleza —afirma el propio Olafur Eliasson— para sentirme más cerca de lo urbano. Para ejercitar mis sentidos y luego usarlos en la ciudad. Porque la ciudad no ejercita nuestros sentidos. Todo lo contrario, los tutela”. Antagonismos que, a decir verdad, se llevan utilizando en la historia del arte desde que, pasado el Romanticismo, los creadores se cansaran de pintar en plena calle.
Quizá no todos se hayan podido permitir viajar asiduamente de Islandia a Alemania, pero lo que está claro es que el artista necesita de un exterior que le permita ser un voyeur, un paseante, un flâneur, para después ir a un interior, un estudio, y ponerse a trabajar. A Walter Benjamin le gustaba recorrer la ciudad y ver cada detalle de los elementos que la componían, de la misma manera que Olafur observa y captura lo imprescindible de la naturaleza. Todo con el objetivo de llegar a captar la esencia, lo que bien puede verse en sus series de fotografía.
Un lugar en el sol
Esa oposición interior-exterior ha llegado, incluso, a convertirse en algo literalmente material para el danés. En 2012 —y junto al ingeniero Frederik Ottesen— fundó Little Sun, proyecto cuya finalidad era contribuir tanto a la concienciación en el uso de los recursos energéticos alternativos, como al acceso a una iluminación limpia y sostenible en regiones sin electricidad del África subsahariana. El producto estrella era algo tan sencillo como una lamparita portátil, que acumulaba energía solar para después ofrecer hasta cinco horas de luminiscencia artificial. En 2016 repetía proceso de creación con una de sus esculturas: Care and power sphere. A través de paneles situados en su centro rotatorio, la obra transformaba la luz del día para luego irradiarla. Lo mismo en 2017 con The exploration of the centre of the sun; solo que en esta ocasión el panel solar se encontraba situado en el techo de la galería. Las láminas de vidrio que componían la pieza eran altamente reflectantes y multiplicaban su luminosidad innumerables veces, produciendo una gran variedad de colores y geometrías cambiantes que llegaban a simular galaxias.
La fachada del Concert Hall en Reykjavik guarda una estrecha relación con el concepto de aprovechamiento de la luz natural. En diálogo con Henning Larsen Architects, Olafur Eliasson utilizó un ladrillo apilable de acero y cristal para la cara exterior del centro de conciertos y conferencias. La transparencia de estos bloques abre nuevas maneras de concebir el espacio y la construcción. Así, casi la totalidad del interior se revela como un magnético escaparate cultural mientras permite que la luz acompañe a todo lo que sucede entre sus cuatro paredes. Una ópera, un concierto para niños o una conferencia se podrán llevar a cabo tanto en la plenitud del día como en la oscuridad de la noche. De nuevo, la conexión entre exterior e interior. Una fina capa que, a modo de epidermis, separa a ambas partes pero las mantiene conectadas. ¿Qué fue The Blind Pavilion (2003) sino eso? Una fusión de todas las formas del espacio: lo lleno, lo vacío, lo que está dentro, lo que está fuera. Your rainbow panorama (2006/2011) también va a alterar la relación con el lugar. Situado en la cima del Aarhus Art Museum, cuenta con las cualidades de un faro, o con las de una brújula: divide el paisaje para encajarlo en el círculo cromático. Cada sección es percibida desde un filtro diferente, desde una piel diferente. La luz como elemento que potencia el color, la luz como modificador de la realidad.
David Eagleman, neurocientífico estadounidense, asegura que en el reino animal, cada especie percibe una parte diferente de la realidad. Así, la temperatura es una información primordial para definir la interpretación del mundo de la garrapata, al igual que los campos eléctricos lo son para el pez cuchillo o las ondas de aire comprimido para el murciélago. Esa es la parte del ecosistema que pueden captar, es lo que los alemanes llamarían umwelt: el único mundo percibido por el sujeto. Dicho esto, uno podría ampliar creativamente este concepto para aplicarlo a los seres humanos: aquel que se haya formado en arquitectura observará la vida a través de estructuras y espacios, un ingeniero lo hará a partir de fuerzas o energías, y aquel que ejerza el arte no podrá sino ver todo aquello que se posa ante él como una obra en sí –a ello le acompañará la necesidad de capturar el momento–. Ahí, justo ahí, reside el secreto de la obra de Olafur Eliasson. Lo que pudiera parecer una completa colección de obras multidisciplinares es, en realidad, su propio umwelt, una muestra catalogada de impresiones personales. Percepciones que necesitan de una naturaleza para ser gestadas y de una ciudad para ser desarrolladas.