Hay proyectos muy aparentes en los que más vale posponer la apariencia si uno quiere entender algo. Es el caso de esta “reinvención de la torre-bloque” con la que desembarca en Francia Sou Fujimoto, el más joven de un grupo de arquitectos japoneses cuya difusión exterior apadrinó en su momento Toyo Ito.
Remontémonos al origen: un concurso promovido por el Ayuntamiento de Montpellier en 2013 para “enriquecer el patrimonio arquitectónico de la ciudad” con doce modernas folies periféricas, de la que esta es la segunda en llevarse a cabo tras la Folie Divine de Farshid Moussavi. La palabra clave es folie, es decir, “capricho”; como aquellas pequeñas edificaciones sustraídas a la norma para amenizar jardines dieciochescos que ya trajera a colación Bernard Tschumi en la Villette de los ochenta.
Establecido ese pedigrí algo revenido de arquitectura-acontecimiento, las apariencias se aclaran. Fujimoto recurre al expediente naturalista que todo lo legitima: “Una forma natural que representa a la perfección cómo un árbol se configura a sí mismo para crecer en su entorno al tiempo que lo mejora ofreciéndole la sombra, tan necesaria”.
Sin embargo, no hay un patrón orgánico propiamente dicho, sino un bloque alargado que se contrae hacia el este —respondiendo a la curva de una rotonda—y ofrece un frente convexo al oeste, para abrirse al amplio parque a orillas del Lez. El volumen queda desdibujado por los voladizos en abanico de las terrazas, que proyectan los 113 apartamentos distribuidos en sus 17 pisos, de manera que todos ellos se convierten en una suerte de áticos con amplias vistas y generosa continuidad interior-exterior.
La distribución de los balcones fomenta cierta conexión visual entre los situados a alturas diferentes, rasgo con el que Sou Fujimoto busca la interacción entre los residentes: una especie de fachada habitada que se comportaría como los patios de vecindad o de corrala de las ciudades del sur en una lujosa periferia residencial. Es en este espacio, a medio camino de lo privado y lo común, donde radica la aportación más interesante del edificio, que se abre también al uso público en la galería de arte acristalada que ocupa la planta baja y en el bar panorámico de la cubierta. Desde las terrazas se divisa la cercana intervención de Ricardo Bofill en el barrio de Antigone, con sus ejes neoclásicos posmodernos y sus columnatas, que tan de moda estuvo en los lejanos setenta y ochenta. Dios los cría y el Ayuntamiento los junta.