Hace unos meses se estrenó en Madrid Vida y Muerte de Marina Abramovic. Una ¿ópera transgresora? en torno a la artista serbia Marina Abramovic, donde ella misma formaba parte del elenco interpretando a su madre. Dirigida por Bob Wilson y construida como una estructura de performances en sucesión, Vida y muerte… repasa la biografía personal y profesional de esta investigadora de los límites del cuerpo. El desarraigo, el dolor y la muerte de Abramovic vistos con un fuerte esteticismo alejado de la dureza underground de sus orígenes. Un espectáculo de minimalismo limpio y eficaz, que además de tener como narrador a William Dafoe, cuenta con la música y la presencia de Antony Hegarty.
Pero Vida y muerte… no solo es un atrevimiento formal en una plaza de público clásico como el Teatro Real. Esta obra supone, sobre todo, el viraje al mainstream de Marina Abramovic. Si su performance de tres meses de duración en el MoMA de Nueva York hace un par de años le ha dado un gran empujón mediático, el salto cuántico hacia un público amplio se lo ha permitido Bob Wilson, ese director teatral que en su evolución ha sabido hacer de la rebeldía postmoderna una herramienta masiva. Wilson la ha convertido en una estrella. O mejor en una performer estrella. Y no en cualquier sitio, insisto, sino en el Teatro Real. En ese templo de la ópera clásica. En fin, Marina Abramovic o el arte de devenir diva.
A pesar de su agenda furiosa, la artista tuvo tiempo para una entrevista. Una larga entrevista de casi hora y media en la que prácticamente construyó un manifiesto vital y donde habló también del Marina Abramovic Institute, diseñado por Rem Koolhaas. Pasen y lean. Decálogo Abramovic.
1.-La muerte I
En Vida y muerte de Marina Abramovic permanezco cuarenta minutos en el ataúd mientras el público entra y se sienta. Y pienso “oh, Dios mío, cuando me muera de verdad voy a creer que estoy actuando en un escenario”. Piensas incluso en quién va a ser el primero en llorar, o en quién no vendrá. Es un ejercicio muy interesante. Lo recomiendo.
2.-La no-ópera
Para mí la ópera es como un viejo dinosaurio del arte. Es muy difícil cambiarla y la gente que la apoya es reacia a los cambios. Sin embargo, Vida y muerte… rompe los esquemas tradicionales. De hecho, invitamos a Antony a que se hiciese cargo de la música porque sabíamos que no iba a ser La Traviata. Y es un riesgo. Cuando veo que hay gente que se marcha después del primer acto… es como si hubiera un agujero enorme. Ver ese agujero en el teatro es muy impactante. Pero bueno, no puedo mantener a todo el mundo sentado. Solo puedo ser responsable de mí: si tengo el estado mental correcto y la energía correcta, sé que va a ir bien. El público lo percibe todo. Es como un animal. Huele tu miedo y tu inseguridad.
3.-Bob Wilson
Además de aconsejarme que lo mejor que puedo hacer en esta obra es simplemente estar, lo primero que Bob me dijo fue que quería que interpretase a mi madre, a la que yo odiaba. Nunca me besó, por ejemplo, y está siendo muy duro enfrentarme a ese papel. Pero mi actitud en el trabajo es hacer cosas que no me gusten. Es de ahí de donde más aprendo. Además, como se trata de mi biografía, me dijo que si a una vida dramática le pones más drama, se convierte en kitsch, pero si la desdramatizas, de alguna manera te hace más fuerte. Por eso dirige él, y no yo. Lo mío sería un drama total. Dejar a Bob que controlase mi historia ha sido una experiencia muy liberadora. Es como unas vacaciones de tu propia vida. De hecho, para futuras representaciones me gustaría que mi papel lo interpretara otra actriz y me encantaría que fuese Rossy de Palma. Tenemos una nariz parecida.
4.-La felicidad transitoria
Las dos culturas que más han cambiado mi vida son la tibetana y la de los aborígenes del centro de Australia con los que conviví durante un año. De ellos aprendí que no puedes estar pegado a la felicidad o al sufrimiento para siempre; hay que dejarlos ir. Son sentimientos temporales, como un día soleado y lluvioso al siguiente. Van y vienen. Mi última obra en una galería en Milán se llamaba Con los ojos cerrados veo la felicidad. Plantea que hay que encontrar esa luminosidad dentro de uno mismo. Y entender que viene y va.
5.-La muerte II
Uno de mis proyectos en el futuro es interpretar una ópera con siete muertes durante siete días. Porque en la ópera siempre se muere. Una muerte estética, eso sí. Para ese proyecto quiero usar la música de Mari a Callas, de la que soy una gran admiradora, y mezclarla con el sonido de muertes reales. Porque es un hecho: nunca hablamos de la muerte. Pensamos que vamos a vivir para siempre. Pero cuando tienes 65 años como yo, sabes que habrá un final. Y es mejor que te vayas haciendo a la idea.
6.-La postmodernidad mainstream
En los años 70, en mis primeras performances tenía un público compuesto por cinco personas, veinte, treinta a los sumo. Dejé la ex-Yugoslavia en 1975 porque nadie entendía mi obra. Bueno, y porque me enamoré. En los 80 seguía habiendo gente que no entendía mi trabajo. Quiero decir con esto que el éxito tarda en llegar. Pero mis experiencias han cambiado y los espectadores han cambiado también. Con aquellas performances donde el público podía hacerme lo que quisiera, me di cuenta que pueden matarte si los dejas. A partir de ahí no quise desarrollar lo peor del ser humano. No quise reflejar que la sociedad está podrida, sino lo contrario, elevar la mente. Pero he tenido que pasar por todo aquello para estar donde estoy. Para llegar aquí he tenido que experimentar con los límites físicos, dónde está la sangre, los huesos y el espíritu. Me ha constado 40 años.
7.-John Cale y el silencio
Me encanta la música. Para mí es la forma más elevada de arte, la más inmaterial. Me encanta la música étnica, de cualquier país. Pero John Cale me enseñó a escuchar el silencio. En su casa no hay instrumentos ni radio ni nada. Le pregunté por qué, y me dijo que para poder escuchar el silencio, porque el silencio está lleno de música.
8.-Escuela de performances
La performance es un arte basado en el tiempo y en el espacio. Hacer que el público experimente la performance es el futuro. Por eso estoy creando el Marina Abramovic Institute, diseñado por Rem Koolhaas. Va a ser un centro para pensar la performance en todas las artes interpretativas: ópera, danza… todas. Un sitio donde los artistas jóvenes harán obras largas, de más de seis horas. Habrá espacios para comer, para descansar. Tendremos también tres aseos, uno para caballeros, otro para señoras y otro para artistas. Funcionará con donaciones de quien quiera participar, porque los precios en el arte son tan altos. Aunque crear no tiene nada que ver con el dinero. Quien crea lo hace igual que respira, porque tiene que hacerlo. Es eso, una obsesión, una necesidad.
9.-Gino de Dominicis y la invisibilidad
Gino de Dominicis es mi creador favorito porque hizo algo muy interesante. Vendió arte invisible. A finales de los 70 en Roma le vendió a un coleccionista, que probablemente estaba borracho, una obra invisible. El coleccionista le dio un cheque. Dominicis lo cobró y luego le envió por medio de una empresa de transportes una obra de arte invisible. El año pasado este coleccionista hizo una retrospectiva de sus obras y esta era solo una cinta en un rincón vacío. Un espacio vacío y ya está. Alucinante. Es la idea la que tiene valor.
10.-La muerte III
Fui al funeral de Susan Sontag en París, y quedé tan decepcionada que le dije a mi abogado que quería organizar mi sepelio mucho mejor. Quiero un funeral en las tres ciudades del mundo donde he vivido más tiempo: Belgrado, Ámsterdam y Nueva York. Y que nadie sepa cuál es el verdadero entierro. Quiero además que Antony cante My way. Creo que un entierro tiene que ser una celebración de la vida. Los sufís dicen que la vida es un sueño y la muerte es despertarte. Y no vestir de negro como yo, sino vestir con colores eléctricos, rojos, verdes, azules…