Kikekeller, Corredera baja de San Pablo, 17. Madrid. Hasta el 18 de noviembre
En los arquetipos nos reconocemos y buscamos reflejos de nuestras propias inquietudes existenciales. Entre ellos está el profeta Jonás que decidió desobedecer el mandato divino. En su huida fue tragado por una ballena y vivió dentro del cetáceo durante tres días antes de ser escupido.
A punto de cumplir los cuarenta años, el fotógrafo David Luna se apropia de la figura bíblica en su exposición El beso de Jonás. Este es su personal renacimiento después de tres años de trabajo esporádicos (tres días bíblicos). Además de nuevas aseveraciones y nuevas formas, Luna cambia el formato de sus obras, su modus operandi y se autorretrata para ofrecer nuevas preguntas y lecturas al espectador.
En los últimos años, David Luna ha explorado las recientes herramientas de la imagen. El móvil, Instagram o las redes sociales han sido testigo de su incesante inquietud por la fotografía y su impacto en el mundo. En este tiempo también se ha reasentado en Madrid tras vivir durante más de una década en Italia, Bélgica, Puerto Rico o México. Entonces sentía curiosidad por ahondar en la intimidad cotidiana de las personas cercanas para expresar la vulnerabilidad de una mujer echando una cabezada en su cocina o de una pareja haciendo el amor en su habitación. En todas aquellas iconografías, el ojo recogía un momento de abandono, cuando solo somos lo que somos, sin máscaras. Lo que nos contaba en montajes que se desplegaban horizontalmente.
Pero hoy, al renacer, Jonás-Luna ha encontrado otro modo de expresión. Foto-instalaciones mediante lonas gigantes de un metro de ancho por 6, 9 o 12 metros de largo guían el ojo del espectador por un viaje que rompe la línea de horizonte y recorre paredes y techos. Salvo las tres figuras humanas, Jonás, la Ballena y el Capitán Ahab, el protagonista de Moby Dick, “no hay nada real en las imágenes porque no hay nada alrededor digno de interés”, recalca Luna. La mirada sigue hacia arriba, hacia los sueños y los deseos. Pero lejos queda la historia bíblica en esa búsqueda de lo que realmente somos y de lo que de verdad deseamos.