Al principio, Collezione Maramotti, solo era un enorme espacio industrial a las afueras de Reggio Emilia. El edificio, sin ser un icono, tenía cierto atractivo. Sus arquitectos, Antonio Pastorini y Eugenio Salvarani, proyectaron un complejo en el que mezclaban brutalismo y funcionalidad, creando enormes salas diáfanas con las que reformulaban el concepto de taller moderno: luz, espacio y calidez. Más de 60 años después, la que fuera la fábrica de Max Mara ahora es la colección de arte de Achille Maramotti. Y es que el creador de esta firma ya soñó en vida con esta metamorfosis mientras inspiraba a sus trabajadores colgando alguno de sus cuadros entre los maniquíes.
Recorrer esta institución es un ejercicio de inmersión total. Sí, es un edificio abierto al público, pero solo se puede conocer mediante una visita concertada, guiada y gratuita, que garantiza la exclusividad que merece la colección. Asesorado por su amigo y galerista Mario Diacono, Achille Maramotti comenzó su mecenazgo con la compra de obras de artistas de renombre en el panorama internacional —como Basquiat o Richter—, a la vez que apostaba por los talentos que despuntaban en Italia. La museografía se estructura también en esta evolución cronológica, siendo el Arte Povera de los 60 y 70 de artistas como Kounellis, Pistoletto, Piero Manzoni y Pino Pascali la primera escuela representada. Después, asombra la fantástica presencia de la Transvanguardia italiana con una gran selección de creaciones de Palladino, Sandro Chia y Enzo Cucchi, para los que Achille fue un padrino y un impulsor a nivel global.
Con la deriva, a finales de los ochenta, del arte italiano hacia vértices más abstractos, Maramotti viró su punto de mira hacia EE.UU., donde encontró a artistas que continuaban explorando los límites del arte figurativo mediante el neoexpresionismo. Por eso, el museo cambia de acento a mitad del recorrido. Eric Fischl, Malcolm Morley, Sean Scully o Karin Davie son solo algunos de los pintores que conforman un verdadero Hall of Fame lejos de la influencia de la patria. No en vano, cuando Ross Bleckner visitó el museo hace unos años, llegó a asegurar que no recordaba haber pintado algo tan bonito al contemplar sus obras contextualizadas como arte. Mientras, la colección sigue creciendo gracias a la labor de la familia y el mecenazgo con el Max Mara Art Prize, un prestigioso galardón bienal concedido solo a mujeres, cuyo premio es una estancia cubierta de seis meses en Italia para poder crear y desarrollar su obra bajo las influencias transalpinas. Al fin y al cabo, un intercambio de tendencias que Achille inició el primer día que colgó un cuadro entre las máquinas de coser.