Cine, publicidad, videoclips y arte contemporáneo. Poco se resiste a la mirada de Chino Moya (Madrid, 1976), el director de la aclamada película Undergods. Con él nos citamos para hablar sobre esta distopía audiovisual que nos invita a imaginar otros mundos posibles mientras vivimos al borde del colapso. “En esta distopía tecnocientífica y mediática ya ni siquiera nos controlan los gobiernos, sino los algoritmos que manejan este mundo”.
Nacer en la interzona
Durante la conversación con Chino Moya sale a relucir el concepto the uncanny, término que usa Freud en uno de sus estudios y que suele traducirse como lo asombroso, lo extraño. Curiosamente, se vincula a El hombre de arena, un cuento de E.T.A Hoffmann recogido en el volumen que sostiene uno de los personajes de Undergods. Esta idea de rareza —siendo conscientes de que no hay nada más insólito que lo aparentemente convencional— es una de las obsesiones que se repiten en los proyectos de Chino Moya, ya sea en sus videoclips y anuncios publicitarios o en sus videoinstalaciones y películas. Sin pretender hacer un recorrido biográfico sobre su trayectoria, es obvio que una parte de sus trabajos tiene que ver con su propia experiencia vital: desde su nacimiento en mitad de la década de los 70 en el Madrid premovida hasta el despegue de su carrera en el Londres de los años 2000, después de haber perdido muchas horas de sueño en fiestas a las afueras de Madrid y en aquellas raves de la Ruta del Bakalao.
Como ocurre con otros artistas que han saltado a la pantalla grande —Steve McQueen, Philippe Parreno, Sophie Calle, Chantal Akerman, Albert Serra o el propio Jean-Luc Godard—, en la obra de Chino Moya vemos cómo esa estética oscura y cotidiana se adapta al formato cinematográfico bajo un discurso visual que parece construirse como una mezcla entre Mad Max y los escenarios íntimos de Erwin Olaf, los cómics de Enki Bilal y el cine de Tarkovsky.
Nacido en esa interzonaque va del fin de la dictadura franquista al principio de la democracia, hay en su historial un particular interés por la influencia que los regímenes políticos tienen en nuestra evolución como individuos. “Crecí en este limbo histórico y creo que de ahí procede mi obsesión por los sistemas totalitarios, las dictaduras o las versiones más extremas del capitalismo. Cuando estaba haciendo el pitch de Undergods, tuve que escribir por qué quería hacer esa película, y me di cuenta de que tiene que ver con haber crecido en esa tierra de nadie”.
Chino Moya
“Crecí en este espacio de cambio que va del final del franquismo a la democracia y creo que de ahí procede mi obsesión por los sistemas totalitarios, las dictaduras o las versiones más extremas del capitalismo”
Superhéroes, tiempos modernos y luces en la noche
En esa España del cambio —como en los lemas políticos del momento—, el despliegue de la cultura popular fue decisiva para muchos de los que nacimos en ese tiempo extraño. Con La bola de cristalen la televisión —“Viva el mal, viva el capital”— y con los miles de cómics que circulaban por las habitaciones de los adolescentes, se fue construyendo la mirada de Chino Moya. Eran los 80. “Leía muchísimo a Marvel y, aparte, mi padre tenía en casa tebeos para adultos como el Víbora, El Cairo, 1984o Creepy. Su nivel de imaginación era salvaje. Los monstruos y los mundos que creaban. Escenarios futuros o de terror, y dibujantes increíbles como Moebius, Rank Xerox, Bernie Wrightson, Richard Corben o Enki Bilal”.
Junto a todo este universo gráfico —y ya en los 90—, el joven Chino asistió al surgimiento de una nueva era. La cultura ravey la Ruta del Bakalao se convertirán en experiencias vitales de aquello que había leído. “Fue como una especie de versión experiencial de muchas cosas que había visto de pequeño en el cine de ciencia ficción o en los cómics. Esa música, que era totalmente nueva, y esos haces de luz y humo en medio de polígonos industriales, donde parecía haber una realidad paralela”.
En esa década se despierta su interés por el cine, especialmente por el de autor. “Tarkovsky, Bergman, Godard, Bresson, Kurosawa, Lynch o Carax. Directores que recuerdo ir a ver con los compañeros de clase”. Además, entra como runneren algunos rodajes, lo que le sirve para darse cuenta de que, solo con una cámara y un equipo de edición casero, podía realizar sus películas.
El publicista oscuro
Con la llegada del nuevo siglo, hacia 2002, Moya se estrena en agencias de publicidad. “Estuve diez años metido en ese sector y aprendí técnicamente todo lo que no habría aprendido en una escuela de cine”. En esa etapa se fue forjando una estética y adquirió cierta fama de publicista oscuro, con tendencia a crear realidades extrañas. “Poco a poco empecé a entender quién era a nivel creativo. Mi estilo tiene una parte un poco crítica, y a veces no excesivamente optimista, que no siempre encontraba un encaje fácil dentro de la industria publicitaria, cuya idea es vender felicidad. Ahí me di cuenta de que tenía que moverme hacia otro sitio”.
Después de anuncios como Ballooms para PlayStation o el spot para las víctimas de la talidomida, llega Extraordinary Bar para el whisky escocés Drambuie: “Un anuncio en el que me dejaron total libertad y que gustó mucho a los propios creativos, lo que rompió ese miedo a mi fama de ser demasiado dark”.
Video didn’t kill the art star
Sin embargo, será en el campo de los videoclips y el arte contemporáneo donde encontrará nuevas alianzas para construir su lenguaje cinematográfico. Al instalarse en Londres —y tras un primer vídeo musical para Najwa Nimri—, Chino colabora con bandas como Hurts, Years & Years o Ladytron, y adquiere gran importancia mediática gracias a Digital Witness para el grupo St. Vincent: “Un videoclip pequeño, que tuvo muy buena acogida. Spike Jonze lo colgó en su blog, apareció en el Times Magazine y la Rolling Stone lo destacó como uno de los vídeos del año”.
Hackeando la estética MTV, también se inicia en el mercado del arte, con el que ya había tenido unos primeros escarceos en los 90 con una exposición en la madrileña galería Moriarty, y que ahora desarrolla en proyectos como los que realiza para la Colección SOLO. “David Cantolla me encargó una pieza. De ahí nace Deemona, una fantasía audiovisual sobre cómo sería una sociedad creada dentro de miles de años, cuando la humanidad se haya extinguido y unas entidades de inteligencia artificial decidieran recrear el mundo de los humanos. Un mundo perfecto”. Al igual que hacen nombres como los españoles Mit Borras o Filip Custic, en las videoinstalaciones y obras visuales de Moya se propone una nueva mitología para un futuro posible, “que también bebe de la arquitectura renacentista, de Piero della Francesca y Carlo Crivelli, y de aquellos cómics que leía en los 80”.
Chino Moya
“Deemona es una fantasía audiovisual sobre cómo sería una sociedad creada dentro de miles de años, cuando la humanidad se haya extinguido y unas entidades de inteligencia artificial decidieran recrear el mundo de los humanos. Un mundo perfecto”.
Undergods. We are the humans
Desde esta utopía elaborada a partir de entidades de la IA, llegamos a Undergods, la película que provoca esta entrevista: un éxito que se estrena en 2020 y que adquiere una nueva vida cuando Filmin la incluye en su catálogo. La crítica la define como distópica, y el boca a boca la ubica en una dimensión apocalíptica y posindustrial.
Para Chino, Undergods “tiene que ver con lo que los humanos somos capaces de hacernos a nosotros mismos. Con todo aquello que hemos construido para acabar en esta distopía tecnocientífica y mediática en la que todos vivimos y en la que ni los propios gobiernos parecen controlar esos algoritmos que lo manejan todo. Undergods es un reflejo de los avances digitales, de mis propios miedos y, a la vez, de ciertas fantasías infantiles. Es una película muy europea que también habla del neoliberalismo low cost y de la precariedad emocional, financiera y vital en la que viven los personajes. Un universo donde todo se convierte en cantidad y no en calidad, donde lo material ha reemplazado por completo lo que queda de espiritual en nosotros”.
Chino Moya
“Undergods habla de neoliberalismo low cost y de precariedad emocional, financiera y vital. De un mundo donde todo lo material ha reemplazado lo que queda de espiritual en nosotros”.
La familia. El núcleo duro de la resistencia
Nosotros, los humanos. Este eslogan tiene un peso importante en uno de los momentos del film y surge cuando Moya estaba rodando en Belgrado. “Fui a un concierto de Kraftwerk en el que la banda alemana interpretó el mítico We are the robots. Al volver al set de rodaje en lugar de eso pintamos We are the humans, una frase que resume muy bien el mensaje de la película: quiénes somos y por qué estamos en esta deriva tan autodestructiva”. Una narrativa temporal que termina sorprendentemente con una defensa de la familia. “Los sistemas creados en los siglos XX y XXI —desde los movimientos autoritarios al neoliberalismo extremo— han ido minando el concepto de familia nuclear. Todo eso se ha derrumbado, pero no ha sido sustituido por nada. Simplemente nos hemos quedado como partículas flotantes sin ningún tipo de unidad o núcleo al que pertenecer”.
Pero esta óptica desesperanzada nada tiene que ver con el futuro de Chino Moya, cargado de propuestas. “A nivel artístico estoy preparando una exposición para el LACMA y otra para una galería londinense. Por otro lado, estoy trabajando en una serie de terror en España, ambientada en los 70, relacionada nuevamente con los sistemas de poder”. También está poniendo en marcha un proyecto con Layla Martínez, autora de Carcoma, una novela que se ha convertido en toda una sensación literaria. “Estamos escribiendo un guion con el que estoy bastante emocionado”. Un porvenir con buenas noticias para la carrera de Chino Moya. Los demás —viendo las noticias que asaltan nuestras pantallas— seguiremos creyendo que no news is good news; seguiremos manteniendo la fe; seguiremos intentando ser humanos. Demasiado humanos.