Fotos: Adrián Vázquez
La Casa del Lector son cuatro naves del antiguo Matadero de Madrid que ven sus viejas estructuras convertidas en una nueva realidad arquitectónica donde casi todo es posible, si hablamos de lectura. Es el resultado de la estrecha colaboración entre el arquitecto Antón García Abril y Germán Sánchez Ruipérez, un visionario que imaginó hace más de diez años un centro para la lectura más allá del formato libro.
Entre crisis y recortes sociales y culturales, a veces surgen pequeños oasis en forma de milagro que nada tienen que ver con el mundo de la liturgia, sino más bien con el espíritu emprendedor y el talento humano. Es lo que ocurre con La Casa del Lector, una asociación simbiótica entre el universo del libro y el de la arquitectura convertida hoy en espacio polivalente donde el arte de la palabra parece fluir a través de sus volumetrías y materiales contemporáneos. Hablamos de una delicada y a su vez radical intervención de corte vanguardista sobre las naves del antiguo Matadero Municipal de Madrid, impregnadas de historia y amparadas, al igual que el Museo del Prado, por el más alto grado de protección.
Esta aventura fue iniciada en 2002 por el fundador del Grupo Anaya, Germán Sánchez Ruipérez, que deseaba crear una institución consagrada al lector y a la agitación cultural desde el libro en sus diversos formatos. Un centro de investigación sobre la lectura apoyado en la más avanzada tecnología, y cuya programación debía permanecer vinculada al hecho lector. Según palabras del propio Sánchez Ruipérez, que falleció hace tan solo unos meses sin poder ver el proyecto acabado, se trataría de “una red de enlaces, un entramado de puentes que conectan la lectura tradicional y la contemporánea, el papel y la pantalla, el mundo profesional y el público en general, los niños y los adultos…”.
Vigas-puente de hormigón
Hallar ubicación para tan apasionante amalgama de contenidos no resultó tarea fácil. Después de un largo periodo de búsqueda, fueron las naves del Matadero de Madrid, prácticamente en escombros y junto a una M-30 aún sin soterrar, las elegidas para La Casa del Lector y su Fundación patrocinadora. Pensando en su realización, se convocó un concurso al que fueron invitados cinco equipos, de los cuales surgiría el segundo pilar de este atrevido viaje: el arquitecto Antón García Abril al frente de Ensamble Studio.
El reto fue inmenso desde el principio, tanto a nivel conceptual como constructivo. Posados a orillas del río Manzanares se extendían 7.000 m2 distribuidos en cuatro naves industriales, dos de ellas gemelas y separadas por un corredor, sobre los que realizar un trabajo que, según Débora Mesa, coautora de La Casa del Lector junto a García Abril, “exigía una nueva tipología arquitectónica para espacios educativos, expositivos, de investigación y difusión, orientados a potenciar la lectura como una actividad creativa abierta a múltiples formatos más allá del libro”.
Teniendo en cuenta el mal estado de las estructuras, el primer punto a abordar fue la rehabilitación de las mismas. Terminadas las complejas tareas de adecuación, el equipo de Ensamble Studio se centró en la idea fundamental de la intervención: conservar la memoria del lugar manteniéndolo intacto e insertar una estructura nueva que permitiera el desarrollo de la nueva actividad, conectando las dos naves gemelas que se hallaban separadas. Acción de unir que, cuenta Débora, “se llevó a cabo mediante los elementos más representativos del proyecto: unas vigas-puente de hormigón pretensado de 40 toneladas que cruzan transversalmente el interior, generando un nuevo nivel de actividad“. Este tipo de viga, ya empleada a escala menor en otros edificios del estudio, no solo refuerza aquí el carácter industrial y “de ingeniería” propio del Matadero, sino que sirve a su vez de pasillo conector flotante y de zona para la lectura.
Es por ello que al acceder, lo primero que se percibe y sorprende es la visión de una especie de gran basílica longitudinal, limpia y llena de luz, con doble altura, unificada a través de un suelo continuo y a su vez surcada rítmicamente, con la cadencia minimalista de un tema de Philip Glass, por las vigas transversales que, desde arriba, hacen de pasarela entre las dos naves. Es el área dedicada a exposiciones. Tanto allí como en el resto de la edificación, los espacios y usos funcionan sin jerarquías. En realidad todo sirve para todo, interconexión e intercambio, movilidad y transiciones tal y como sucede en el mundo que vivimos hoy.
Una nube de poliestireno
Al fondo de la zona expositiva, se divisa La Nube, una estructura cúbica y amarilla definida por Ensamble Studio como “un espacio dentro de otro espacio destinado a niños entre 1 y 12 años donde jugar, aprender, esconderse, escapar…”. Su diseño se ha realizado con un material que toma como base el poliestireno: “una nueva tecnología, continúa Débora, que estamos estudiando y testando a distintas escalas”. Un elemento ligero y resistente, perfecto para generar arquitectura con carácter de urgencia en lugares que han sido azotados por alguna catástrofe. La Nube es el primer prototipo diseñado por el estudio dentro de un programa que van a desarrollar en el Massachusetts Institute of Technology.
La elección de los componentes empleados en el resto de la construcción ha estado condicionada por esa doble función de preservar el pasado y añadir a su vez valores de vanguardia. Por eso, junto a elementos tan contemporáneos como el hormigón, el acero o el propio poliestireno, aparecen otros más cálidos y cercanos a la tierra como el ladrillo, el granito o la madera.
La Casa del Lector dispone también de aulas equipadas con pantallas y un sistema acústico especial, a tono con la política marcada desde un principio en cuanto al uso y promoción de las nuevas tecnologías. Llama la atención, en este sentido, el auditorio, que comparte nave con la Fundación Sánchez Ruipérez y con el área dedicada a funciones administrativas. Erigida en una de las antiguas neveras del Matadero, esta inmensa bóveda cuenta con un sofisticado sistema de iluminación que rememora de un modo muy escenográfico su función original de cámara frigorífica, y alberga una pantalla capaz de conectarse con todo el mundo mediante un ancho de banda de un giga simétrico. César Antonio Molina, exministro de Cultura y ahora director del centro, destaca la importancia de la cultura digital en la Casa del Lector. “Estamos viviendo un periodo de transición en el que el soporte del libro, como antes el del papiro o del pergamino, va a trasladarse del papel a lo digital y virtual. En realidad el medio es lo de menos. Lo importante es mantener los mismos hábitos de lectura que nos han hecho tener más saber y conocimiento”.
La parte superior de las naves se ha reservado para el trabajo y la investigación, mientras que las zonas de estar o de descanso se han ubicado en la calle central que originalmente separaba los dos edificios. Como remate a un trabajo impecable, el interiorismo ha sido desarrollado por Jesús Moreno y el acceso al conjunto cuenta con la firma de Alberto Corazón, que se ha encargado de la gráfica y de dar un toque de calidez y fuerza a través del color en las sillas y en la escalera principal.
Futuro y tradición, historia e innovación. Todo ello se nos muestra en La Casa del Lector: un proyecto cultural avanzado, cuyo diseño ha sabido tender puentes entre materiales y estilos. Sin trucos. Solo con algo tan sencillo y complejo como el acto de romper la frialdad de unas naves industriales y convertirlas en espacios armónicos y abiertos. Una respuesta arquitectónica y contemporánea a los efectos enriquecedores y humanistas que ofrece la lectura en un momento en que la tecnología está multiplicando los formatos, los soportes y las posibilidades.
Enlaces: Casa del Lector – Ensamble Studio