El CAM-Gulbenkian de Lisboa se ha convertido hasta el 30 de marzo de 2026 en el laboratorio de paradojas de Carlos Bunga. Habitar la contradicción no es solo el título de su mayor exhibición en Portugal, sino la declaración de principios de una práctica artística que desarma cualquier noción de estabilidad. Bunga opera en los límites de la construcción y el derrumbe, la memoria y el olvido, lo público y lo doméstico. Y su intervención, un ejercicio de site-specific radical, desmonta la lógica espacial y conceptual de la institución.
La permanencia efímera en el CAM-Gulbenkian de Lisboa
La carta blanca ofrecida por el director del Centro de Arte Moderna-Gulbenkian (CAM), Benjamin Weil, supuso el impulso decisivo para un artista cuyo trabajo se nutre de la tensión. Carlos Bunga (Oporto, 1976) no responde con obras terminadas, sino con un proceso. La nave principal del museo alberga ahora un bosque de columnas cilíndricas de cartón y cinta adhesiva que evocan, a un tiempo, la solidez de la arquitectura clásica y la vulnerabilidad de un tronco talado. Esta es su metodología: emplear materiales humildes, de desecho, para aludir a la permanencia, sabiendo que su destino es el desmantelamiento o la desintegración.

Esta atención al entorno y al ritmo de la materia se extiende a Convite, donde las piezas de Bunga dialogan con obras de la Colección Gulbenkian que él mismo escogió. Obras de Doris Salcedo, Francis Tropa o Wolf Vostell —unidas por su carácter provisional e inacabado— enfatizan el desarrollo y la fragilidad por encima del objeto terminado. Esta selección refuerza el principio que guía las construcciones de Bunga: una sumisión deliberada a la gravedad y al deterioro que replantea el papel del museo contemporáneo como lugar de cambio más que de conservación. La introducción de las sillas de jardín en las salas, que el visitante puede mover a su antojo, disuelve la rigidez característica y traslada al arte la informalidad del exterior.

La memoria familiar y el nomadismo de Carlos Bunga
Otro eje de la exhibición orbita por la memoria familiar, en Maternidade se refleja con fotografías de la madre de Bunga tomadas en los años ochenta en clubs nocturnos lisboetas, cuando dependía de su cuerpo como sostén familiar. Vinculadas a su reivindicación contra prejuicios y tabúes, estas imágenes también testimonian la vida de una mujer que rehace su identidad en contextos difíciles, sin dramatismo explícito ni vergüenza, pero con una fuerza transformadora silenciosa. Esa combinación de historia personal, resiliencia y reivindicación familiar se materializa también en My First House Was a Woman, un collage donde una figura materna embarazada, con la cabeza convertida en una choza, carga con el peso de un panfleto en el que se lee Portugal Colonial. En este caso, como en el resto de la muestra, la fuerza de Bunga radica en enseñar la violencia, la precariedad y la pérdida no como espectáculo, sino como elementos de una vida que persiste y se recompone.

Asimismo, la noción de cuerpo como instrumento de supervivencia y autoafirmación se manifiesta en la serie Nómadas. Estas figuras híbridas y pigmeas conversan con la historia del artista, marcada por la migración, los realojos y la infancia en recintos endebles y transitorios, pero también con procesos más amplios de adaptación y movilidad que involucran a los seres vivos. Una de ellas, en posición invertida, carga literalmente una casa sobre los hombros, en señal de que el hogar no es un sitio fijo, sino una estructura mental transportable y móvil. Colocadas directamente sobre el suelo o fuera del edificio, las esculturas remiten a un equilibrio inestable entre querer pertenecer a un lugar y estar siempre listo para abandonarlo.


El porfolio de Bunga elude un final definitivo. En marzo de 2026, con la clausura de la exposición, el autor regresará para ejecutar una performance de deconstrucción. Este acto no representa una devastación, sino la consumación del ciclo vital de la pieza Bosque: su tránsito de la forma inicial a la ruina. Una maniobra que rememora la de artistas como Niki de Saint Phalle, cuya obra monumental Hon – en Katedral también fue demolida tras su exhibición. De la destrucción, sugiere, viene la renovación. Habitar la contradição invita a cuestionar la estabilidad de objetos, espacio y memoria, reafirmando a Bunga como un creador contemporáneo cuyo eje artístico es la impermanencia y la transitoriedad. Su arte no nos concede un refugio, sino las herramientas para imaginar cómo reconstruirlo una y otra vez.

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