En pleno auge de los cafés de especialidad, Crosby Studios ha propuesto una experiencia disonante en la cuarta sede del parisino Café Nuances. Un lugar donde el acto cotidiano de tomar café se transforma en una escena especulativa sobre el residuo, la rutina y la estética del exceso.
Crosby Studios: contra el minimalismo del consenso
Todo lo que sea producto de Crosby Studios está destinado a ser performativo. Espacio u objeto debe prepararse para una subversión de reglas; un juego de transmutación hacia una propuesta lejos de la convencionalidad. Sin importar el contexto, Harry Nuriev —fundador de Crosby Studios— impregna sus diseños con la premisa del “lienzo en blanco”. Una tarea difícil para cualquier creativo y, al mismo tiempo, liberadora. Quien arriesga no gana, y en el caso de Nuriev, ganar implica transformarse en otra cosa diferente a la que se espera. Por eso al comienzo de su práctica tuvo que encontrar una palabra propia para describir su imaginario. Terminó encontrándola en “transformación, porque eso es lo que hago: transformo todo con lo que trabajo”.

Irónicamente, no hay que dejarse engañar por la fuerza instragrameable de sus resultados: la contradicción es un caballo de troya en su porfolio. A pesar del fuerte componente escenográfico con el que impregna sus obras, siempre subyace una crítica sutil al propio exceso. El sofá para Balenciaga —hecho con bolsas de basura repletas de ropa— enmarcaba la realidad del imperio fast fashion y el afán acumulativo que domina la industria textil. Mientras que en sus interiores siempre sobrevuela un futuro distópico posible. Colores estridentes, materiales en bruto y alguna que otra apuesta por lo desechado —la más representativa la encontramos en el showroom The Garage, para Alexander Wang— nos acaban trasladando a otras líneas temporales, que coquetean con el ciberpunk, el brutalismo pop o el trash chic. Un cóctel estético que se sirve de los códigos del consumo para sabotearlos desde dentro. ¿Dónde termina el diseño y empieza el residuo? Su reciente intervención parisina en el Café Nuances intenta aproximarnos a ese enigma.


Una cafetería de tazas prensadas y futuros posibles
La proliferación de cafeterías de especialidad vive una efervescencia global. Si bien el café sigue funcionando como el combustible cotidiano de una sociedad adicta a la productividad, su encarecimiento tiene mucho que ver con esa curiosa glamourización impulsada por el marketing. De ahí han surgido locales que comparten una estética ya canonizada: interiores japandi donde el minimalismo funciona como coartada visual, y donde el metal y la madera se alinean en un equilibrio tan correcto como previsible. Pero en la lente de Crosby Studios, la disidencia pone la nota estilística.

El nuevo Café Nuances —cuarta sede en la capital francesa de este roastery parisino— irrumpe como un tributo simbólico al consumo adictivo de esta bebida y a la basura que genera en su formato take away. Con Nuriev, lo superficial es un señuelo dentro de la propuesta porque siempre alberga una crítica velada. El pequeño establecimiento plantea un contraste entre lo primitivo y lo futurista; de hecho, podría ser una cafetería lícita para el planeta Arrakis por su cromatismo terroso. El característico naranja —color insignia de la marca— se proyecta en el testero posterior de forma retroiluminada como lava ardiente, reflejándose en las superficies metálicas que envuelven todo el enclave.


La acción escultórica y performática se condensa en el mostrador: un volumen tosco compuesto por acero inoxidable que emula tazas prensadas. He ahí el residuo elevado a la categoría de símbolo. Una operación que se extiende también a los taburetes: piezas de art design con forma de abstracción sedente. Crosby Studios respeta el minimalismo imperante en estos ambientes, pero lo subvierte a su manera con crudeza y elegancia. Desde fuera, la fachada acristalada ofrece una visión sin filtros de lo que sucede dentro: un altar industrial consagrado al consumo repetitivo y al gesto automatizado que estructura nuestros días. Un escaparate silencioso donde el presente se vacía en vasos de plástico para que el futuro se siente sobre ellos.

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