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Por más que arquitectos de prestigio internacional firmen bodegas, sobre todo en La Rioja, no hay dos que se parezcan. Y son ya muchas: Ysios, de Santiago Calatrava; Pagos de Viña Real, del francés Philippe Mazières; Baigorri, de Iñaki Aspiazu; Señorío de Arínzano, obra del arquitecto navarro Rafael Moneo; Marqués de Riscal, del canadiense Frank Gehry, o  la tienda-boutique para López de Heredia, de la iraquí Zaha Hadid. A todas estas construcciones se suma ahora Portia. En esta ocasión, le ha tocado el turno a la Ribera del Duero que, gracias al Grupo Faustino, ya atesora su propia joya arquitectónica proyectada por el prestigioso Norman Foster. Originario de Manchester, Premio Pritzker en 1999 y Príncipe de Asturias de las Artes en 2009, Foster no había edificado nunca una bodega y, en sus propias palabras: “no teníamos ideas preconcebidas sobre cómo debía funcionar, lo que me ha permitido la posibilidad de empezar desde los principios básicos, examinar las diferentes etapas de la producción del vino y tratar de crear las condiciones ideales para su desarrollo. El vino fue el punto de partida, así como la bella localización en la Ribera del Duero. Con el uso de materiales que beben de las tradiciones vinícolas de la zona y con espacios públicos abiertos al paisaje, queríamos mejorar la experiencia del visitante”.

El resultado no puede ser más rompedor por su camaleónica adaptación al paisaje, su concepto de funcionamiento basado en la gravedad y su diseño orientado a que el visitante conozca la elaboración de los caldos. En palabras de José Luis Fernández de Jubera, director general de Grupo Faustino, “se trata de la ecuación perfecta entre calidad, diseño y vanguardia”. De aspecto futurista, el edificio de 12.500 m2 emerge del subsuelo para adaptarse a la topografía del lugar, una loma cuya ubicación estratégica aprovecha las condiciones orográficas del terreno para ayudar al proceso de la producción vinícola y crear las condiciones óptimas de trabajo, mientras reduce las demandas de energía y el impacto en el paisaje.

Bodegas Portia es una construcción que, en principio, parece sacada de un libro o de una película de ciencia ficción. Como una nave que ha aterrizado junto a la autopista o que ha surgido del interior de la tierra. Tiene forma de trébol o de estrella de tres puntas, y estas tres hojas componen las tres alas correspondientes a las fases en la producción del vino: la fermentación en depósitos de acero, el envejecimiento en barricas de roble y la maduración en botellas de vidrio. Y el corazón en el que convergen los tres radios es el núcleo de operaciones, desde el que se controlan todas estas etapas. La cubierta es transitable, lo que permite que las uvas puedan ser arrojadas desde arriba hasta la parte superior de las tolvas y que en esta operación de transporte, por tanto, el racimo apenas sufra como sí ocurre con otros métodos de vertido donde hay mayor manipulación. Las alas que contienen las barricas y las botellas están parcialmente enterradas con el fin de crear las condiciones más favorables para el proceso de envejecimiento, lo que forma parte de las estrategias medioambientales del proyecto. Como el hecho de que el edificio se valga de las propiedades térmicas de la tierra, una solución que se completa con la estructura de hormigón que propicia la regulación de la temperatura interna. Además, la cubierta del techo, el atrio acristalado y los depósitos, expuestos para que liberen dióxido de carbono, incorporan placas fotovoltaicas y parte de la estructura está forrada en acero cortén para mimetizarse aún más con el color del viñedo.

 

www.fosterandpartners.comwww.bodegasportia.com

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