Recuerdo cuando tenía ochos años y nos llevaron por primera vez a la biblioteca. Gigantes estanterías con libros que no te dejaban tocar, incómodas sillas en las que tenías que permanecer inusualmente quieto y una sala donde solo se escuchaba el continuo “shhhhhh” de la bibliotecaria. Una solemnidad que, justamente, ha evitado la agencia mexicana Anagrama cuando Conarte (Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León) les propuso convertir una antigua planta de acero conocida como Fundidora Park en un centro cultural con auditorio y biblioteca infantil. El reto: hacer que de un edificio 100% industrial surgiera un espacio acogedor, estimulante y que promoviera la lectura entre los más pequeños.
La solución de los diseñadores Gustavo Muñoz, Miguel Herrera y Sebàstian Padilla pasó por el dinamismo, por el color y por ensalzar y respetar un entorno considerado patrimonio del Estado, lo que les impedía intervenir en la estructura. Formas asimétricas que simulan la topografía montañosa de Monterrey nos dan la bienvenida a un área multifuncional donde la diversión para los más pequeños está asegurada. No se trata únicamente de almacenar libros; se trata de poder interactuar con ellos y con las historias que esconden.
Si echamos un vistazo a proyectos similares, nos encontramos con trabajos como la Biblioteca Pública de Seattle (OMA), la Denver Public Library (Design Collective), o más recientemente la Book Mountain (MVRDV). Propuestas que, aunque a una escala mayor, confirman un nuevo modus operandi a la hora de convertir la lectura y el aprendizaje en un ejercicio atractivo y sugerente. Un nuevo paradigma que en Anagrama conocen bien. De ahí su apuesta vanguardista y rompedora en una ciudad como Monterrey, cuyo futuro dependerá de las oportunidades que se les dé a los más pequeños; y de que estos prefieran, como Daniel Sempere en El cementerio de los libros olvidados, pasar sus tardes en un lugar lleno de palabras a exponerse a la violencia de las calles.