Auguste Perret (1874-1954) ocupa un asiento en el front row de la historia de la arquitectura de la primera mitad del siglo XX. Pionero en el uso del hormigón armado en Francia, aplicó este material a todos los edificios, modestos o prestigiosos, simbólicos o utilitarios que realizó; siendo la reconstrucción que hizo del centro de Le Havre la que marcó la apoteosis de su arte, considerándose Patrimonio Mundial de la Unesco desde 2005. En ROOM hacemos un repaso por algunos hitos de su trayectoria.
Auguste Perret en Le Havre: empezar de cero
Gracias al prestigio que le granjeó su carrera, Auguste Perret fue elegido para el innovador planteamiento de reconstrucción de Le Havre, ciudad normanda gravemente bombardeada al final de la Segunda Guerra Mundial. El estudio de Perret diseñó una nueva urbe que discurría a lo largo de los antiguos muelles para realojar a los 40 000 habitantes que poblaban el centro. El resultado fueron unos 150 bloques ortogonales e idénticos que mantenían la uniformidad estética del conjunto. El piso piloto de Perret —esbozado en los años cuarenta— se materializó en el primer piso de un inmueble de la Rue de Paris y fue abierto al público en 2006; dicho apartamento se ajustaba tanto a los planos como al mobiliario presentados por el arquitecto, constituyendo una muestra sobre cómo reubicó a los residentes de Le Havre en la posguerra: doble orientación, aprovechamiento máximo de la luz solar, cocina y baño con doble o triple acceso, eliminación de basuras y calefacción central por aire forzado…
Asimismo, en el plan de desarrollo urbano para Le Havre, el ayuntamiento —como la mayoría de edificios emblemáticos— fue devuelto a su posición original anterior a la guerra; y su inauguración en 1958 significó el renacimiento de Le Havre. En su torre de 18 plantas se encuentran las oficinas administrativas, mientras que la parte horizontal del conjunto —realzado por una distinguida columnata— acoge amplios salones y un teatro. Por su parte, la iglesia de Saint-Joseph —declarada un monumento histórico en 1965— se alza como un símbolo de la ciudad renacida. Dedicada a la memoria de las víctimas de los bombardeos, es una de las obras maestras arquitectónicas del siglo XX.
La audacia de sus dimensiones y la proeza técnica en su edificación —con medios innovadores para la época— la convierten en una de las referencias del uso del hormigón armado en el Viejo Mundo. Una impresionante destreza constructiva que se complementa con los 12 700 fragmentos de vidrio en 50 colores de su interior, diseñados por la maestra vidriera Marguerite-Félicité Huré, que filtran la luz externa realzando la arquitectura hacia el grandioso campanario de 107 metros de altura.
El brutalismo parisino de Auguste Perret
A los 11 años, Auguste Perret descubrió en la biblioteca de su padre el Dictionnaire raisonné de l’architecture française du XIe au XVI siècle, de Emmanuel-Eugène Viollet-le-Duc. Y la publicación del arquitecto responsable de los proyectos de Notre-Dame de París y del Monte Saint-Michel actuó en él como una revelación. Tras abandonar sus estudios de arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de París, Perret se hizo cargo del negocio familiar y se convirtió en uno de los primeros contratistas en usar el hormigón armado; un material percibido en aquella época como poco noble, sin atractivo ni interés. Los rasgos neoclasicistas y los grandes ventanales también se volverían en señas de identidad de sus creaciones, estableciendo un estilo que mezcla la arquitectura soviética comunista, la del Tercer Reich y la de la Bauhaus.
El 25 bis de rue Franklin (1904) fue su primera intervención en París. Un volumen de hormigón armado revestido de cerámica y plano libre que no tenía muros de carga, sino postes del mismo componente para garantizar su solidez. Esta fórmula sedujo a Le Corbusier, que trabajó para Perret durante algo más de un año. Y es que la autosuficiencia del concreto quedaría nuevamente demostrada en el Teatro de Champs-Élysées (1913), cuya sala no disponía de ningún apoyo intermedio para que la visión del espectador fuese perfecta. Ya en la década de 1930, el gobierno francés encargó a Perret el Mobilier National y el Musée des Travaux Publics —que luego ocuparía el Conseil Économique, Social et Environnemental—, conocido como el Palais D’Iéna de la plaza de Trocadero.
Otras propuestas parisinas fueron la iglesia Notre-Dame de Le Raincy, la Salle Cortot de l’École Normale de Musiqué o el 51 Rue Raynouard. La residencia de Perret en su séptima planta se cedió a la Fondation Auguste Perret. La refinada y poética manipulación del hormigón por parte del autor condujo a la creación de un nuevo orden arquitectónico, considerándose un visionario y pionero en su país en su utilización. Innovador en su voluntad de sublimar un material pobre, pero clásico en su rechazo a romper con la historia, Perret constituye el ejemplo mismo del arquitecto a caballo entre tradición y modernidad al que nuestra época parece dar en parte la razón.
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