
Política, tradición, comida y sexo. Cuestiones que articulan el relato superficial de las piezas que integran Bazar, la última exposición de Los Carpinteros. La galería Ivorypress de Madrid acoge hasta el 3 de mayo el trabajo del dúo cubano, en esta ocasión con el video como protagonista: tres grandes formatos audiovisuales actúan como bloques temáticos consolidados, rodeados por un anecdotario de objetos de mediano y pequeño formato.



Ideología, raíces, lo sustancial, el paso del tiempo. Temas que se intuyen y entrecruzan, van concretando o sustituyendo a los anteriores a medida que el espectador se ubica; la jerarquía temática se plantea difusa a la llegada al Bazar, aunque la elección del título sirva de arma esclarecedora. Aquí también se venden productos dispares de manufacturas diversas, ya sean galletas grabadas con jerga política de calle o relojes de lujo que no dan la hora, retratos a modo de propaganda política o herramientas de construcción bañadas en oro. Todos estos “objetos” satisfacen, como en un bazar, un espectro de necesidades básicas, las necesidades de Los Carpinteros al formar un compendio de sus inquietudes recurrentes.
Cuatro años después de la primera exposición en Ivorypress la factura manual y la conexión que a través de la plástica establecían con el espectador, han dejado paso a la digitalización de los temas y una codificación de los propios objetos. En aquella muestra una pieza de la serie “Derrames” (síntesis del uso simbólico del objeto, la manipulación matérica y la influencia de los agentes naturales) organizaba el discurso. Según los propios artistas, la traducción de la idea venía dada con la “producción de un objeto, un diseño, un espacio” a lo que habría que añadir ahora la de un relato audiovisual. Una ampliación de recursos que evidencia una práctica artística convulsa, viva y en conflicto, que genera contrastes: véase “Sala de juntas” (Arco, 2011) y compárese con el vídeo “Rumba sin oxígeno” (Ivorypress, 2014).

Ya hemos dicho que Bazar satisface las necesidades de Los Carpinteros, no tanto las del espectador que encuentra trabas para trazar coincidencias, establecer relaciones, distinguir discursos. Quizá ya no se manchan las manos tanto como antes, aunque este supuesto alejamiento de la figura del artesano no conlleve una pérdida de intencionalidad ni de poética. La mirada sigue puesta en los acontecimientos políticos o sociales traducidos a consumibles estéticos, mismos temas, distintos formatos. Una valla publicitaria nos da la bienvenida anunciando el caos que nos espera también allí dentro, caos que no han querido ordenar nunca Los Carpinteros.