Este pasado domingo concluyó la sexta edición de Urvanity, la feria referente en España en cuanto al arte estrictamente contemporáneo. Tras cuatro días de intensa actividad y de gran afluencia, el edificio del COAM ha despedido esta reunión con una interesante exploración de los lenguajes artísticos más frescos y un reflejo de las inquietudes de la sociedad actual.
Urvanity: radiografía de la realidad de hoy
Más de treinta galerías han demostrado lo que mejor sabe hacer el arte contemporáneo: ser fiel testigo de su tiempo. Para ello se han servido de las inquietudes de los creadores de hoy, que no han sido otras que las mismas que atañen a la realidad contemporánea en la que una incertidumbre, casi existencial, se desliza nerviosa por la rapidez vertiginosa de los continuos estímulos que recibe. ¿Y cómo se ha manifestado esa incertidumbre? Urvanity ha respondido de diversas maneras: la búsqueda constante de la identidad; la representación del paisaje y las sociedades del futuro; la evasión lúdica conviviente con la violencia que subyace en las tensiones sociopolíticas. ¿Apabullante? Démosle una vuelta.
Arte contemporáneo desde todos los ángulos
Si por algo ha destacado la última entrega de la feria es por un estilo mayoritariamente naíf y colorido. Quien haya recorrido los numerosos stands sabrá de qué hablamos. Más allá de la herencia fauvista, existe una moda claramente predominante dentro del mercado actual: la que se decanta por las imágenes ingenuas, de apariencia cándida e inocente, aunque su mensaje no lo sea tanto. Artistas como Imon Boy, Neil Campbell Strachan o Fran Baena, por citar algunos. O sin ir más lejos, con la sola presencia de Leonardo Rodríguez Pastrana basta. Literalmente un niño, de ocho años, que a su corta edad ha podido experimentar lo que significa ser reconocido a escala internacional.
Nada es lo que parece en Urvanity
Una infantilización, positiva o no, de los cánones de belleza; pero no todo es estética. Un buen ejemplo lo ha traído la galería Víctor Lope con la obra de Cesc Abad, que, a pesar haberse servido de esas formas expresadas en apacibles parajes llenos de color, encierra una incómoda violencia que es patente. Porque en el arte nada es lo que parece. Ni siquiera lo “infantil”. Esta imaginería pueril refiere al carácter lúdico y evasivo de la contemporaneidad. Como ese retrato volátil y pasivo que icónicamente presagiaron algunos intelectuales del siglo XX, como Bauman con su Vida líquida o Debord con La sociedad del espectáculo.
El capitalismo y la digitalización han conseguido que vivamos en una feria incesante. Sin embargo, ello no quita que los creadores también hayan sido conscientes de otras situaciones más crudas; la adversidad de los conflictos políticos es una y la certeza de la violencia sin control es otra. Así, en un mismo espacio —en este caso el de Reiners Contemporary Art— hemos visto propuestas de circunstancias contrapuestas: desde los interesantes escenarios de resaca versallesca de Flavia Junquera hasta un muestrario de pistolas de Juan Miguel Quiñones. Planteamientos discursivos que han retado al espectador a hallar vínculos reflexivos.
Digitalismo y nuevas generaciones
Otro de los puntos fuertes de la exhibición ha sido lo ampliamente reflejadas que se encuentran las nuevas generaciones. Desde la Millennial hasta la Generación Z. Esta presencia se revela en un interrogante que ha sido el hilo conductor de gran parte de las piezas de la exposición: ¿quién soy? La construcción de una faceta puramente digital, la de la imagen personal mediante las redes sociales, la de la pantalla del móvil como espejo… La juventud es eminentemente tecnológica, y en esas herramientas ha encontrado un lugar donde preguntarse por su propia identidad.
Este cuestionamiento perpetuo obtiene su manifiesto en el arte contemporáneo a través de paletas de policromía desenfrenada y flúor —como las del icono de la app social más consumida—; de brillos y estridencias —como los de las omnipresentes pantallas—; o de rostros fragmentados y descompuestos —como el de la personalidad cambiante—. Un universo lleno de incógnitas sobre el comportamiento humano. Esta búsqueda de sentido individual, siempre en relación con el otro y nunca de un modo aislado, se ilustra en obras como las que ha presentado Ela Fidalgo (La Bibi Gallery) en Contemporary Narcissists, donde pinta y entreteje retazos y parches de una persona que parece admirarse en un ejercicio de egolatría, pero que, también, se juzga a sí misma.
Hacia un futuro múltiple en el arte contemporáneo
¿Y el contexto? El paisaje contemporáneo o futuro tampoco ha escapado al escrutinio en esta edición. La ciudad, el hogar e incluso la propia naturaleza y el anhelo de ella frente a la vorágine consumista de la urbe. Múltiples figuraciones que entran dentro del gran angular que Urvanity ha trazado y que parecen apuntar hacia un mañana tomado por las máquinas, en donde el ser humano convive con la tecnología de una manera, paradójicamente, orgánica. ¿Preocupante o esperanzador? Urvanity ha decidido reservar la respuesta a la reflexión del público.
Esta última entrega se ha confirmado como el place to be de aquellos que quieran encontrar frescura e innovación; artistas que, de media carrera o emergentes, vienen pisando fuerte para dar forma a la nueva escena contemporánea y, de paso, plantear unas cuantas preguntas y alumbrar el porvenir. Ese ha sido, y esperamos que siga siendo, el ADN de Urvanity. Una cita imprescindible en la ya habitual semana madrileña del arte contemporáneo pendiente para repetir el próximo 2023.
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