Hay dos maneras de poner un edificio en su contexto urbano: mimetizarse con él o eludirlo. El arquitecto japonés Jun Igarashi opta por lo segundo de otra vez de una forma muy japonesa, quebrando el eje de acceso. La situación es la siguiente: uno camina por un paisaje periférico y anodino de Kitami, la ciudad más oriental de la prefectura de Hokkaido, buscando una selecta tienda de sake y, cuando llega a la dirección indicada, un sendero lo obliga a variar su camino noventa grados. De pronto, se encuentra en un patio sinuoso frente a un solitario cerezo, ajeno a ese entorno tan poco estimulante.
Jun Igarashi recurre a metáforas marinas para explicar este volumen enroscado, chapado en listones de madera, que alberga en su planta baja la tienda y en la superior, la vivienda de la pareja que la regenta. Se trata de crear espacios íntimos y fluidos, de habitar una curva. El gesto envolvente sobre la parcela libera superficie al noroeste para tres plazas de aparcamiento y, al este, genera un callejón que oculta la carga y descarga. Dentro, lo imprescindible para acompañar el recorrido de la curva: un leve mostrador para la degustación y la zona de compra al fondo.
En el piso superior, la vivienda se dispone igual, aunque el acceso se hace desde el extremo contrario. Se accede por la cocina, la única pieza delimitada en planta y, desde ella, la curva es una corriente de vacío sereno y dinámico donde, como dice Igarashi, los muebles flotan: apenas una mesa con unas sillas para comer o estar y un sofá de obra en el recodo de la curva. Aunque, en realidad, aquí todo es un recodo continuo. Los vanos, salvo el que da luz a la cocina, dan al patio de acceso, de forma que el volumen se vuelve elegantemente de espaldas al mundo por más que lo acoja con amabilidad y una taza de sake.