David Chipperfield (Londres, 1953) ha sido nombrado ganador del Premio Pritzker de este año. Un premio que celebra una arquitectura audaz con la memoria y cuidadosa frente al olvido.
Premio Pritzker sobre el tiempo y el silencio
Noches atrás, en el marco de la última edición de CEVISAMA, escuchamos dictar sus discursos a los premios Pritzker Anne Lacaton y Francis Kéré. Y previo a ambos, estuvo David Chipperfield, quien se dirigió al mismo auditorio para hablar del tiempo en la arquitectura: esa otra versión del espacio, esa otra cara de la misma hoja. Toda edificación está hecha de esa inmaterialidad radical. Escribo radical porque va a las raíces de nuestros patrimonios históricos, tipológicos y materiales, entendidos como las principales referencias que debe enfrentar un arquitecto si pretende tener un sentido de la ciudad como construcción cultural colectiva en el tiempo. Quizá, y tras un hiato de 10 días, hemos conocido que esa conciencia y ese sentido del tiempo es lo que ha llevado a David Chipperfield a alzarse con el Premio Pritzker de Arquitectura 2023.
Hace algún tiempo escuché a Chipperfield afirmar, durante una conferencia titulada What is the future of the past?, que la arquitectura siempre había sido infinitamente más importante que los arquitectos; que no le atraía especialmente lo espectacular, lo nuevo o lo autopromocionado; que era imperativo volver a dejarse seducir por las cosas con cualidades innatas y sustanciales. En sus palabras: “Encontrar la belleza en la normalidad me parece una posición profunda y algo muy moderno y diferente a lo que está haciendo nuestra sociedad contemporánea, que es alimentar el hambre de novedad”. Y concluyó con un alegato de esperanza: “No he perdido mi confianza en la arquitectura en sí, hacemos un mundo físicamente mejor, hacemos un mundo mejor en general. Siempre me he aferrado a eso”.
Puede que esas prioridades sean, en parte, la razón por la que el jurado del Pritzker ha seleccionado a Chipperfield como su laureado de 2023. “En todos los casos, ha elegido hábilmente las herramientas que son fundamentales para el proyecto en lugar de aquellas que solo celebran al arquitecto como artista. Tal enfoque explica cómo es que un arquitecto, a veces, casi puede desaparecer”, dijo el jurado en su acta, anunciada el pasado martes.
David Chipperfield. Mirada y acción
Su trabajo concienzudo y sereno con la historia es una alusión a la sensibilidad para potenciar lo preexistente y guardar aquello que peligra de caer en el olvido. Su arquitectura es silenciosa y no habla, enmudece. Está hecha de materia, tenazmente impermeable, ajena a los jirones de la vida. Es, de algún modo, anterior a nosotros mismos, quizás anterior a sí misma. Se nutre de una de las dificultades —es decir, una de las oportunidades— de la labor del arquitecto: la que reside en su capacidad de desenvolverse simultáneamente en varios planos distintos, superpuestos y múltiples. El futuro, el presente y el pasado. De lo exigible este último, la práctica de Chipperfield extrae una nueva poética. ¿Por qué? Porque la materia no cambia cuando la miramos, pero nuestros ojos sí. Nos traslada a otro lugar, a otro tiempo, a un purgatorio entre el aquí y el allá.
De Berlín a Venecia
Vamos con los hechos. A finales del siglo pasado se enfrascó en uno de los mayores planes de rehabilitación urbana jamás acometidos: la ardua intervención en el conjunto de edificios de la isla de los museos de Berlín (1997-2022). Una acción que colmató veinte años más tarde, con uno de los mejores inmuebles públicos de la Europa contemporánea: la Galería James Simon (2018), así como la renovación del Neues Museum (2010), donde Chipperfield salvó todos los elementos dañados durante la Segunda Guerra Mundial. Este último le valió condecoraciones y menciones a todos los niveles por su «discernimiento entre la preservación, la reconstrucción y la adición”; tales como el Premio Stirling en 2007 y el Premio de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea —Premio Mies van der Rohe— en 2011.
Con todo, Chipperfield siguió poniendo al día la capital patrimonial. Fue así cómo actuó sobre la Neue Nationalgalerie de Berlín (2021), una de las obras más relevantes, no solo de su autor Mies van der Rohe, sino de la historia de la propia arquitectura. Un proyecto que seguía la estela de muchos otros como lo fue su sobria ampliación de la Royal Academy de Londres (2018), una laboriosa y una tremenda filiación por devolverle un sentido público a la institución. Allí el mejunje consistió en diseñar un moderno puente de hormigón que solventaba un problema urbano crucial: unir Burlington House en Piccadilly (1868) y Burlington Gardens con la antigua Casa del Senado (1998). Acto seguido, se enzarzó en la rehabilitación de la Procuratie Vecchie (2022), al lado del Campanile de la Plaza de San Marco. Esta vez reunió al gremio de artesanos venecianos para revivir los frescos originales: el pavimento de terrazo, los pastellone y las yeserías fueron levantados y reparados, descubriendo capas y capas de historia enterrada.
De Londres a Kyoto, y de Kyoto a Ciudad de México
Este corpus de escala monumental es análogo a su trabajo en escalas más modestas y domésticas. David Chipperfield se graduó en la Escuela de Arte de Kingston en 1976 y en la Architectural Association de Londres en 1980. Y, antes de fundar su propia oficina en 1985, estuvo bajo el mando de los arquitectos Douglas Stephen, Norman Foster y Richard Rogers. Se dio a conocer a inicios de la década de los noventa gracias a los interiores diseñados para la tienda que la firma nipona, Issey Miyake, tenía abierta en la Sloane Street londinense.
Este hecho no solo le dio fama en el mundo de la moda, sino que le puso en contacto con Japón, un lugar que, según él, tuvo una profunda influencia en sus valores y estética. Fue en ese país donde se empezaron a materializar la mayor parte de sus propuestas más personales, como el Museo Gotoh en Tokio (1990), el Edificio Tak en Kyoto (1991) y la Sede Central de Matsumoto en Okayama (1992).
La rotundidad con la que aúna forma y expresión y su escueta economía son hechos que se intercalan sin concesiones cuando uno fija la mirada en cualquier momento de su trayectoria. De más a menos: la adición de una nueva galería al Museo de Arte de St. Louis, un pequeño frente vidriado en contraste con el hormigón pulido del museo original, diseñado por Cass Gilbert para la Exposición Universal de 1904; la sede de la BBC Escocia en un hangar destinado a la construcción naval abandonado en Glasgow (2007); seis volúmenes cristalinos con vistas al mar para la galería Turner Contemporary en Margate (2011) o el Museo Jumex, un bloque compacto —de travertino, claro— sin adornos excepto por una cresta de dientes de sierra, levantada sobre 14 columnas y un basamento en la Ciudad de México (2013).
David Chipperfield. El espacio es el tiempo
Es posible que el Pritzker de este año nos quiera recordar la valiosa lección de que la arquitectura, como la de Chipperfield, debe combatir contra el olvido. Y es que los estratos de nuestra vida reposan tan juntos los unos sobre los otros que, en lo actual, siempre advertimos la presencia del pasado, no como algo desechado y acabado, sino como algo presente y vívido. Ese es el sentido de la memoria y de la arquitectura que aquí se ha premiado: el espacio como corazón del tiempo.
Enhorabuena, David.
En este enlace puedes leer más artículos sobre David Chipperfield y también sobre otros Premios Pritzker.