Nada hay más característico de la arquitectura japonesa moderna que su capacidad de somatizar los inputs occidentales en términos estrictamente autóctonos. Así lo hace Yu Momoeda –joven arquitecto de Nagasaki curtido en el estudio del arquitecto japonés Kengo Kuma- en esta capilla en el parque nacional de Agri, en medio de un bosque junto al mar, que le valió el año pasado uno de los premios de arquitectura emergente de la Architectural Review.
Yu aplica la geometría fractal a la gramática estructural del gótico –en Nagasaki se conserva la iglesia gótica más antigua de Japón– y la cruza con la tradición nipona de sistemas constructivos en madera. Si los templos góticos buscan la altura, la capilla de Agri busca el vacío y la continuidad del paisaje. Un cuadrado de 125 m2 se resuelve con cuatro muros en esquina que soportan los empujes horizontales y permiten abrir grandes vidrieras a toda altura en los cuatro lados. Las más de veinte toneladas de la cubierta plana son recibidas por una estructura ligera de madera en forma de árbol dispuesta en tres niveles.
En el primero, cuatro pilares de 120 mm de sección se ramifican en siete nervios; en el segundo, son ocho y su sección se reduce a 90 mm, y en el tercero hay dieciséis pilares de 60 mm. La estructura parece colgar del techo –aunque en verdad se trate de una trama de cúpulas invertidas y virtuales–, se estabiliza con unos tensores horizontales de acero y es menos densa cuanto más cercana a la superficie. Los cuatro pilares de base dibujan un esquema de tres naves, pero la experiencia espacial es continua y abierta.
Los muros apenas cinchan el espacio y los pilares y ramas de cedro convierten el vacío en una dimensión vibrante y perceptible, como es propio de la cultura japonesa. El bosque gótico y fractal de la estructura como leve eco artificial del bosque natural del entorno al que se entrega.