En cada edición, Collectible Design Fair despliega una constelación de objetos que escapan a la lógica funcional para habitar el territorio del símbolo. En su 8º entrega, Bruselas volvió a encender el art design como mitología contemporánea, entre materiales mutantes, rarezas escultóricas y un diseño que desafía la norma.
Collectible Design Fair: 8 años de diseño coleccionable
Cada mes de marzo, Collectible Design Fair aparece para despertar un poco la tierra y caldear el ambiente invernal. Celebrada en esta ocasión del 13 al 16 de marzo, esta octava edición podía presumir de llevar a sus espaldas un éxito incorporado: la versión neoyorquina que se desarrolló en septiembre de 2024. La estrategia curatorial de esta nueva cita en el bruselense Vanderborght Building planteaba las mismas secciones a las que nos tiene acostumbrados. Aunque el recorrido en vertical por las distintas plantas conducía a galerías consolidadas y emergentes, estudios y editores independientes que transformaban en mito contemporáneo cualquier objeto al que solemos imbuir de una función.

Como siempre, en Collectible Design Fair la utilidad se convierte en signo abierto, llevando el diseño al borde del uso para que este se desplace hacia lo simbólico e incierto. Se establece así una nueva mitología en torno a la rareza que desfila por el objeto, percibido como fetiche por su carga alegórica y su cualidad coleccionable. En esa derivada multiplicación de lecturas, surge la ficción encarnada por medio de materiales innovadores, técnicas y tecnologías —tan antiguas como recientes—, además de formas que intentan distanciarse de lo que dicta el mercado convencional.

Art design entre la naturaleza y el mito
En un espacio así, la naturaleza se cuela a modo de referente directo, alzando la biomímesis como sistema de pensamiento creativo y también de acción, topándonos con estructuras que varían o rememoran procesos naturales. Partiendo de este lenguaje, una lámpara deja de comportarse solo como un artefacto que ilumina para actuar como las fases lunares en superficie porosa —Moon¸de A.D.U Studios—, como una metáfora fúngica y pétrea —Cairn Lights, de Maarten de Ceuler—, como un volumen sinuoso que se derrama textilmente —Fontaine, de Elise Uberti para Form Editions—. Un ademán que se traduce a todo tipo de mobiliario: mesas-hongo erigidas con la maestría de la laca japonesa —Kinoko, de Studio Bovti— o butacas que están más cerca del mordisco geológico que de ser un asiento hecho en foam —Lapis Lazuli, de Pablo Octavio para Full Circle—.


Esta inspiración en lo biológico acaba despertando la viveza de los materiales, siendo tratados desde vértices innovadores. Por eso el vidrio de la colección Ash, del atelier HOMA, irradia alquimia cromática en sus superficies espejadas; y por eso la manipulación del acero inoxidable, oriunda de la India, se arruga como papel en las piezas de Aroosh & Nitush. Esta iniciativa por someter el medio vivo con una expresividad inusual da lugar a extraños experimentos donde se entremezcla el artificio moderno con la tradición, quedando reunidos en frankensteins esculturales. Injertos móviles como fragmentos arquitectónicos y sedimentados que lanzan una luz contenida —Mostro, BRH+ para MOOS—. Vidrieras deconstruidas en planchas metálicas —Order Now, de White Noise Data— para servir de luminarias y también de cartelería extravagante.


Un discurso alternativo a la lógica de la producción industrial queda en manos de creadores como Diderik Schneemann, quien se atreve a lanzar dados al aire —Lucky Dice— para que se asienten en espejos, candelabros y cualquier otro útil doméstico. Por eso ante cada edición de Collectible Design Fair lo mejor es pronunciar Alea Iacta Est, entregar la expectativa al azar y toparse con una mitopoiesis del art design que, aunque repite patrones, no deja de mutar año tras año.

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