La exposición Surréalisme en el Centre Pompidou propone una inmersión en la efervescencia creativa del movimiento surrealista, que nació en 1924 con la publicación del manifiesto fundacional de André Breton y se diluyó hacia 1969. Compuesta por pinturas, dibujos, películas, fotografías y documentos literarios, la muestra presenta hasta el 13 de enero de 2025 obras de artistas emblemáticos de esta corriente.
Viaje al corazón de los sueños y la ilusión del surrealismo
Con forma de espiral o laberinto, la exposición se presenta alrededor de un tambor central que custodia el manuscrito original del Manifiesto Surrealista, cedido por la Bibliothèque Nationale de Francia. La muestra se estructura en 13 capítulos cronológicos y temáticos que evocan las figuras literarias que lo inspiraron y las mitologías que configuraron su imaginario poético. Hay que elogiar al equipo curatorial la visibilidad que se otorga a las numerosas mujeres que participaron en el movimiento: Leonora Carrington, Remedios Varo, Ithell Colquhoun, Dora Maar, Dorothea Tanning, Meret Oppenheim, Leonor Fini, etc. Un ejercicio que quizá sigue la estela de la exhibición de 2023 Surréalisme au feminin? en el Museo de Montmartre, que se centró exclusivamente en mujeres artistas de esta corriente sin poner a André Breton en un pedestal, como sí ocurre en esta.
Asimismo, también queda reflejada en esta presentación la expansión mundial del surrealismo a través de nombres internacionales, como Tatsuo Ikeda (Japón), Helen Lundeberg (Estados Unidos), Wilhelm Freddie (Dinamarca) o Rufino Tamayo (México). Así como la contribución de los máximos exponentes en España: Joan Miró, Salvador Dalí y el tinerfeño Óscar Domínguez. En cualquier caso, lo más florido de la selección son las creaciones de René Magritte y Max Ernst.
Las fuentes inagotables del surrealismo en el Centre Pompidou
Para penetrar en este panorama, uno debe atravesar una caja mágica, cuya entrada —casi idéntica a la del Laberinto de Tim Burton— evoca la fachada del cabaret L’Enfer de Montmartre, situado hace un siglo cerca de la casa de André Breton. La exposición rastrea una interminable lista de orígenes, precedentes, antepasados e inspiraciones de esta vanguardia. Primero con los artistas médium y las sesiones de sueño hipnótico en las que participaban los integrantes primigenios, cuya entrega total al inconsciente asentó las bases de todo. También se pone de relieve la implicación política del surrealismo, que pretendía responder al doble mandato de Marx —transformar el mundo— y de Rimbaud —cambiar la vida—. Desde sus inicios, trató de actuar en el terreno político desde la izquierda: denunció el colonialismo condenando la guerra del Rif en 1931 y luchó contra el totalitarismo en Europa en la década de 1930.
La trazabilidad continúa con el libro Le sommeil et les rêves (1861), de Albert Maury, que abrió camino al estudio neurológico de los sueños y su interpretación en pacientes psicóticos con fines curativos. Además, puso métodos del psicoanálisis al servicio de los intereses poéticos del movimiento. Como antecedente del movimiento encontramos la obra del olvidado Isidore Ducasse —conocido con el alias Conde de Lautréamont—, al que elevaron a la categoría de mito literario por sus tramas incongruentes y disonantes que se vinculaban a la estética del collage. De igual modo, se aferraron a Alicia en el país de las maravillas (1860, Lewis Carroll) porque, en su opinión, encarnaba el asombro, la incoherencia, el humor y la subversión de los fundamentos racionales de la realidad. Con todo ello, la admiración por los seres ilógicos, como el minotauro y la quimera, condujo a la invención del cadáver exquisito: emblema de la actividad colectiva surrealista. Y así, otros orígenes como la leyenda de Melusina, el bosque como metáfora del laberinto y el viaje iniciático o el erotismo y el cosmos.
Si bien Surréalisme difunde el trabajo de figuras globales poco conocidas y acentúa las piezas de las mujeres de esta corriente, en general muchas obras no consiguen asirse con dignidad y sin forzarse dentro de los capítulos donde han sido asignadas. Y es que, al (re)buscar en semejante miríada de referencias, el resultado no puede ser otro que un batiburrillo del que el espectador sale aturdido. A la escasa iluminación se suma el recorrido enmarañado y la abundancia de creaciones minúsculas. Siguiendo un patrón parecido, el Pompidou —que cerrará sus puertas en 2025 durante cinco años por reformas— ha intentado repetir la atmósfera íntima y enigmática de aquel trabajo que dedicó recientemente a Brancusi, pero la fórmula no les ha terminado de cuajar.
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