La editorial Tres Hermanas ha ilustrado su nueva publicación, Al final todo llega, con las fotografías y textos de David Robles. Un fotoensayo que plantea lo presente y lo ya sucedido en lugares abandonados, haciendo que el lector reflexione y se traslade a aquellos sitios donde existió la vida.
Entre la fotografía y los pensamientos
Caminamos por calles cada día en una “distracción”, como diría Walter Benjamin; sin pensar en los sucesos que allí ocurrieron o en cómo siempre ha habido, hay y habrá vida. David Robles es fotógrafo especializado en capturar enclaves abandonados y reflexionar sobre ellos. Así lo hace en su fotoensayo Al Final todo llega —editado por Tres Hermanas—, donde nos muestra recovecos olvidados que reflejan ecos de otro tiempo. Una publicación donde se suceden, junto a las imágenes, diversas meditaciones a modo de narración poética para darle un significado completo a todo el conjunto.
Y es que, para Robles, dentro de objetos oxidados y de sitios caóticos sigue latiendo un espectro del pasado que ahora convive con grafitis de décadas más modernas. “Cuando he enseñado estas fotos a lo largo de los años, a menudo me preguntan y se sorprenden por la ausencia de personas, de vida (me dicen) o de alegría. A mí, sin embargo, me deja perplejo que no sean capaces de ver cómo la vida se abre paso siempre en cualquier medio, entorno o situación. Cómo no pueden ver todo lo que han presenciado esas paredes, aunque ya no quede nada ahí, pero que fue vida y que sigue siéndolo”. Al final, solo esos muros y elementos que él inmortaliza son los únicos que pueden hablar de la “felicidad cotidiana” que ocupó esos espacios.
Lugares abandonados que crean historiografía
Con todo ello, David fotografía edificios y terrenos desamparados, donde también se topa con muebles que han caído en desuso y considerados muchas veces —tomando como modelo los sofás rojos de escay— “ejemplos de mal gusto”. Estos emplazamientos deshabitados permiten crear historiografía mediante las piezas que un día sirvieron de atrezo al ajetreo existente y que, ahora, funcionan como fantasmas que vagan por el ambiente. Objetos que actualmente serían impensables para su utilización, pero que en su época fueron la última tendencia.
Robles nos convierte en testigos de estos vaivenes temporales en las casas de ancianos, donde se aprecia cómo han cambiado los gustos y la sensibilidad a lo largo de las épocas. También captura para su libro un antiguo buzón de Correos, poniendo de manifiesto que, con el empleo de las tecnologías, se ha perdido la costumbre de enviar cartas. Una manera de plasmar las anécdotas y experiencias que un día fueron enviadas por correo y que nos hace preguntarnos donde quedó la energía de esos relatos personales.
Casualidad infinita: resquicios de vida
Dejar algo con la idea de recogerlo más tarde forma parte de nuestra rutina. Y, por alguna “casualidad infinita”, en Al final todo llega muchas de esas cosas se han quedado ahí para toda la eternidad. Supone un enfoque interesante observar cómo aquello depositado en un punto puede contar una historia sobre la finitud que provocó que se quedara permanentemente en el suelo, al abrigo de la descomposición y la oxidación. “¿Cómo identificar la finitud antes de que se produzca?”, escribe David Robles. “Y si se identificara, ¿se volvería a la ‘escena del crimen’ para cambiar esa conciencia finitesimal? (…) Porque sí, porque sí hay vida, la hay y la hubo”.
Leer las palabras y contemplar la obra de David Robles nos instiga a recapacitar sobre los lugares como guardianes de experiencias previas que siempre existen en silencio. Y quizás sea eso lo que aprendemos al pasar estas páginas: que los espacios podrán hallarse vacíos, pero nunca lo estarán; una energía fantasmagórica hará que en ellos siempre haya vida, aunque “al final, el final siempre está por llegar”.