El arquitecto británico-ghanés David Adjaye ha inaugurado una torre de apartamentos de lujo en el 130 William Street. Un rascacielos que se muestra como un guiño al Manhattan de finales del siglo XIX.
Un nuevo tótem en el Low Manhattan
Cuando David Adjaye se enfrentó a su primer encargo en el Low Manhattan —entre Tribeca y el South Street Seaport— planteó, a inicios del 2017, un edificio emplazado en el 130 de William Street. Una arquitectura de 240 metros de altura y 66 plantas que, en pleno corazón del distrito financiero, destaca entre los sinuosos perfiles vidriados de rascacielos corporativos. “No hagamos otro edificio de vidrio con muro de cortina, fijémonos en la increíble tradición de las construcciones de fábrica y mampostería del Midtown neoyorquino”, dijo Adjaye. Y así surgió esta pieza esbelta de mampostería que apela al pasado de la Gran Manzana.
Si uno atiende a las imágenes de los interiores del proyecto, pareciera que la oficina del británico-ghanés trató de emular la tipología residencial que se veía en vecindarios como Chelsea, London Terrace y el Midtown a comienzos del siglo XX: en ellos abundaban las molduras, los arcos góticos, las pilastras y los pavimentos cerámicos. No obstante, David Adjaye no estaba por la labor de, simplemente, copiar una imagen nostálgica de ostentación de un pasado ya en declive, sino todo lo contrario. La suya era una voluntad por dotar de sentido y arraigo al inmueble, haciendo visible en él la memoria de la metrópolis y amalgamarla en sus contornos.
David Adjaye hace visible la memoria de la ciudad
Para ello modeló una cubierta de profundos y arqueados huecos de hormigón que guardan una apariencia casi de roca volcánica, horadada por ventanales curvos de generosas dimensiones. Un gesto formal que recuerda a la tipología industrial de finales del siglo XIX del Bowery y que fue fundacional para Nueva York. Como ocurre en el célebre Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana de Adjaye, en esta ocasión también ha dividido la masa constructiva en líneas horizontales. La fachada —aunque de textura lisa, cantos suaves y relieves de bronce— está ocupada por paneles de hormigón prefabricado que se apilan con cierto desfase unos respecto a otros. Así se aporta la percepción de que el volumen ofrece un alzado escalonado de dientes de sierra, terrazas ajardinadas y grandes logias.
En su interior, el edificio alberga una generosa disposición funcional compuesta por un centro de salud, un spa, un gimnasio, una sala de proyecciones, una guardería y un restaurante exclusivo para los residentes. En contraste con los usos públicos, si miramos hacia arriba, en su corona se abre un observatorio con vistas a la bahía del Hudson; mientras que, a nivel de calle, el rascacielos se retranquea unos metros de la parcela para dejar lugar a la aparición de una plaza, que toma su inspiración de los parques organicistas del centro de Manhattan de los años 70.
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El edificio empezó a erigirse en 2019 y ha llevado más de tres años completar su construcción.
El precio mínimo de salida de uno de sus inmuebles es de $1.11 millones.