Steve Jobs, el grunge de los 90 y ahora Jean Verville. La MEV House que el arquitecto canadiense ha diseñado es una vivienda disruptiva en un entorno repleto de árboles de gran porte. Un lugar al que no es fácil llegar si no es en coche y donde el edifico ofrece la mayor parte de su interior al refugio, cuidado y mantenimiento de estos vehículos. El garaje como centro de todo.
De Luis Barragán a la importancia del garaje
El proyecto residencial Los Clubes —ideado en los 60 por el mexicano Luis Barragán—, una balsa de agua actuaba de separación entre dos universos: el equino al norte y el de los propietarios, la familia Folke Egerstrom, al sur. El agua de la inmensa alberca les llegaba a los caballos por la panza, profundidad suficiente para que pudieran refrescarse y seguir cruzándola. Los volúmenes de la residencia y de las cuadras se situaban contrapuestos, mirándose entre ellos, y contaban con una entidad similar. Sin embargo, mientras que a un lado de la lámina acuática el suelo se compartimentaba sobre un pavimento de losas duras y limpias para los habitantes de la casa, al otro se abría a una plaza más amplia para que los animales pudieran correr sobre tierra. Luis Barragán introdujo con sensibilidad en la Cuadra San Cristóbal el papel que estos podían tener en el paisaje, dentro y fuera de la construcción.
La arquitectura se piensa, normalmente, para servir a las personas. Surge con la idea de cubrir una necesidad básica —la de refugiarse frente a las inclemencias del medio—, pero su evolución ha hecho que ciertos elementos ganen presencia en la lucha por el espacio, ya sea en contextos industriales, urbanos o incluso domésticos. Barragán supo encontrar la poética en el mundo ecuestre para organizar una propuesta en torno a animales y personas. En la MEV House, Jean Verville parece querer hacer lo mismo con la figura del coche. ¿Hay lugar para la emoción dentro de una máquina?
Arquitectura ex machina en MEV House
El planteamiento del estudio canadiense parece bastante coherente: si la única manera de acceder a MEV House es gracias al vehículo privado, ¿por qué dejarlo fuera de la ecuación? El automóvil —como el caballo de Los Clubes— cobra protagonismo en el proyecto, aunque con variaciones notables respecto al de Barragán. Si los volúmenes de las cuadras se separaban de la residencia y estaban orientados hacia el centro de la parcela para mantener una relación visual con los inquilinos, en la obra de Verville todo queda bajo un mismo techo. Barragán adaptó el exterior —con tierra blanda o pavimento limpio— en función del tipo de usuario. Por contra, en las zonas libres que quedan a ambos lados de MEV House se repite un mismo acabado neutro y yermo. La familia Folke Egerstrom dialogaba frente a frente con sus caballos, los clientes de Jean Verville susurran a sus coches en el interior de la casa.
La envolvente de madera chamuscada se muestra impasiblemente opaca en la mayor parte del perímetro, y el pavimento de grava oscura mantiene a raya el límite del claro.
Esta aparente desconexión quizá responda a que el vínculo con el vehículo es otro. Aquí hay un trato de favor. Todos conviven en el mismo módulo y, además, el garaje y el taller ocupan el doble de superficie que el área destinada a vivienda. Esta diferencia se hace visible no solo en la cantidad de metros cuadrados, sino también en la distribución: el garaje tiene capacidad para al menos tres vehículos y la parte habitable una sola habitación. Incluso podemos verla en el volumen de una pieza arquitectónica que plantea un eje excéntrico en la cubierta a dos aguas para evidenciar la distinción entre las dos divisiones.
Interiorismo Memphis rodeado de naturaleza
El coche en la MEV House salta del jardín para entrar hasta la cocina. Invade el espacio doméstico y, en cambio, a la hora de comunicar su propuesta, los arquitectos se esfuerzan por mostrarnos los detalles del 30% restante: ponen el énfasis en el confort del interior, en el color y en la colocación de los sillones Marshall —Diamond sofa— del salón, en el vuelo de la lámpara Mónaco —Utu Soulful Lighting— del dormitorio o en la ligereza de la mesa del comedor. Es decir, en los detalles de la tapicería y no en la robustez de las áreas dedicadas a la mecánica.
El edificio se configura en dos cuerpos que al juntarse forman una planta en “L”. Los arquitectos resuelven la entrada de luz en el punto de unión de las dos partes desfasando una ligeramente de la otra, de tal modo que ambas zonas cuentan con un pequeño patio protegido parcialmente por la curva que recorta el tejado. Esta idea podría permitir, por un lado, acercar la naturaleza del bosque y, por otro, abrir las vistas de las estancias hacia el paisaje.
Sin embargo, la fachada de madera requemada se muestra impasiblemente opaca en la mayoría del perímetro y el pavimento de grava oscura mantiene a raya el límite del claro. Esta solución se ratifica en las pequeñas aperturas que se hacen en las habitaciones, en los baños y al final de la galería, pero especialmente en el hecho de que no se incluye ningún tipo de iluminación externa. De noche, tenemos la sensación de estar alojados en el piso 47 de un rascacielos.
Jean Verville desmaterializa el espacio
Después de estas decisiones, queda un interior que necesariamente ha de mirar hacia sí mismo y que se compartimenta lo justo para ofrecer un dormitorio, un estudio y un baño independientes a la sala principal, que incluye salón y cocina. Es interesante ver cómo la tensión que se pone sobre el cerramiento no termina en el exterior, sino que la textura de madera negra continúa por dentro hasta la línea que dibujan los acabados de los techos. Resulta muy impactante el juego de dorados y amarillos que se salpican por el frente de armarios y el mobiliario en la cocina, por las paredes junto al comedor y sobre los asientos del salón.
Los reflejos, los brillos y las luces se perciben caleidoscópicos durante el día y enormemente atrayentes en la oscuridad de la noche. La sensación de que estamos en un sitio único, de que todo lo necesario puede realizarse en unos pocos metros cuadrados y de que nos podemos encontrar en cualquier lugar alejado de un bosque de robles de 25 metros de altura, nos puede venir a la cabeza al sentarnos en uno de los sillones que se ubican de espaldas a los grandes ventanales.
Resolver de una manera coherente un encargo con esta extravagancia y conseguir ordenar a la vez un proyecto destinado a que reine el caos, es realmente complicado. El equipo de Jean Verville ha trabajado las contradicciones de la MEV House con la naturalidad de quien está acostumbrado a moverse en la distopía. El despacho ha diseñado una vivienda que no necesita servirse de la singularidad de su entorno, que no se interesa por nada —o casi— de lo que pueda ocurrir fuera de su envolvente y con más garaje que toda la discografía de Nirvana junta.
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