La idea de un museo vertical es disruptiva, como lo fue en su momento colgar cuadros de un muro curvo a lo largo de una rampa en espiral. Lo segundo lo hizo Frank Lloyd Wright en el Guggenheim neoyorquino; lo primero lo acaba de hacer Juan Herreros en el Museo Munch.
Hablamos con el arquitecto Juan Herreros sobre el Museo Munch
El Museo Munch de Oslo y sus vecinos
La idea de un museo vertical es disruptiva, como lo fue en su momento colgar cuadros de un muro curvo a lo largo de una rampa en espiral. Lo segundo lo hizo Frank Lloyd Wright en el Guggenheim neoyorquino; lo primero lo acaba de hacer Juan Herreros en Bjørkiva, junto al fiordo, en la vecindad de la Ópera de Snøhetta y la biblioteca Deichman, las nuevas arquitecturas que cifran la imagen de Oslo como capital de una modernidad sostenible, igualitaria y civilizada.
La instalación este invierno del rótulo luminoso sobre la entrada anuncia la apertura —en verano— del penúltimo episodio de ese intercambio encarnizado que la arquitectura mantiene con el museo como institución cultural, dispositivo urbano y aglutinador social.
Un museo singular de Juan Herreros
El singular proyecto de Juan Herreros ganó claramente un concurso estelar en 2009, pero ha suscitado tantas reservas como expectación en la opinión local. Según explican en el estudio, el propósito era conjugar dos programas simultáneos: uno estático, a base de espacios apilados de distintas alturas que constituyen las salas de exposición en la parte posterior, resuelto con un armazón de hormigón; el otro, dinámico, se abre a la fachada y organiza las circulaciones ascendentes en la parte anterior a partir de una estructura de acero.
La parte dinámica permite ir descubriendo al mismo tiempo la obra de Munch y la ciudad de Oslo, cuya escala se va revelando a medida que se sube: primero el entorno del fiordo; más arriba, el desarrollo de la urbe y, por fin, las montañas y la naturaleza en que se inscribe. Se trata, en definitiva, de “un espacio público/mirador ascendente” que va mostrando al visitante la colección, la localidad y los ámbitos operativos —administración, salas de restauración y conservación—, algo así como el making off del museo.
El gran vestíbulo es una plaza cubierta, un fragmento urbano resguardado —que aloja un salón de actos, restaurantes y servicios públicos— cuyo carácter se retoma en la culminación. La inclinación del remate, que recuerda a la torre Woermann de Juan Herreros y Ábalos en Las Palmas, se rinde gentil a Oslo y resuelve un envoltorio de aluminio perforado y plegado que habilita tanto las vistas como la interacción del edificio con la luz ambiente. De este modo, funciona a la vez como mirador y como faro en su faceta de hito dominante y respetuoso, rotundo y leve al tiempo.
El ambicioso planteamiento sostenible de Juan Herreros en el Museo Munch, basado en el agua y en el concepto passive house, redondea su originalísima propuesta, que lo tiene todo para responder cabalmente a las extraordinarias expectativas despertadas por su radical vuelta de tuerca a la noción del museo como emblema ideal de la ciudad moderna.
Hablamos con el arquitecto Juan Herreros sobre el Museo Munch
En este enlace puedes ver otro proyecto museístico de Juan Herreros en Buenos Aires