Creativo, osado e inconformista. Amante de la ciencia y la tecnología, así como de todo lo que la naturaleza ofrece y esconde. Mathieu Lehanneur es un creador francés que juega a desdibujar las fronteras tradicionales del diseño, haciendo desaparecer límites aparentemente infranqueables. Desde su estudio en París desvela para ROOM las claves de su visión del mundo.
Convencido de que el mundo del diseño no tiene sentido si no mejora la vida de quienes lo usan, Mathieu Lehanneur afronta cada proyecto como un reto holístico en el que no existen las jerarquías. El producto es su hábitat natural, aunque los interiores creados por él siguen esa línea innata de inconformismo. La peculiaridad de su estilo y el éxito de sus trabajos radican en la perseverancia de un espíritu libre en constante búsqueda por dejar un mundo mejor. Desde que inaugurara su estudio en 2001, muchos son los premios recibidos y algunas de sus piezas forman parte de las colecciones permanentes del MoMA, el Museo de Artes Decorativas o el Centro Pompidou, ambos en París.
ROOM Diseño.- Se define como diseñador e interiorista por encima de cualquier otra disciplina. Sin embargo, la ciencia, el arte y la naturaleza están presentes en casi todos sus trabajos.
Mathieu Lehanneur.- De un modo general, todos mis proyectos están centrados en lo humano. Y los humanos, como sabemos, nacen y viven dentro de la naturaleza, desarrollan la ciencia para comprender el mundo, se rodean de arte para domesticar lo que no dominan y se sirven de la tecnología para tener relaciones con el mundo y los demás. Estas nociones son los pilares de nuestra civilización y son, pues, los pilares de mi trabajo. El tema es crear un buen equilibrio entre ellas, en función de los proyectos y en función de los contextos.
R.D.- Siempre ha dejado muy clara su defensa de la funcionalidad, pero no hay ni uno solo de sus objetos que no sea bello.
M.L.- La belleza es una función. Hacer que las cosas sean bellas es hacerlas atractivas a nuestra atención y a nuestra mirada. Dibujo los lugares y los objetos para que nos hablen de manera natural, instintiva. Su belleza viene de eso. Por ejemplo, bajo el mar, los peces y las criaturas con las que nos cruzamos son todas bellas porque hablan con nuestra comprensión instintiva de lo que son. Su belleza no viene de sus formas o de sus colores, sino de la capacidad de dirigirse a nosotros visual e inteligentemente. Intento dibujar las cosas de esta manera. Cuando no consigo combinar todo lo que deseo, no abandono, sino que persevero hasta encontrar la evidencia que busco.
R.D.- ¿Cómo un hombre conocedor de la ciencia es capaz de “bajar el cielo a la tierra” de un modo tan natural como en la iglesia de Saint-Hilaire?
M.L.- Para realizar un buen proyecto, primero hay que tener un buen encargo. Cada proyecto es como una cuestión, como un enigma que hay que resolver. Es muy difícil aportar una respuesta inteligente si la pregunta es estúpida. Para la Iglesia de Saint-Hilaire, el enigma del sacerdote era cómo dibujar el coro para que se dirigiera espiritualmente a los creyentes y a la vez a los no creyentes. Cómo dibujar un coro contemporáneo en una iglesia del siglo XI y crear una integración natural y homogénea. Cómo hacer sentir a cada persona, tanto a los visitantes, a los turistas o a los fieles, que el coro es una zona sagrada que ni se mira ni se atraviesa como cualquier otro lugar. Respondiendo progresivamente a cada una de estas preguntas el proyecto se fue diseñando como por arte de magia, muy suavemente. Y esto tal vez sea la definición de paraíso…
Una de sus debilidades es servirse de la tecnología para recrear situaciones que la naturaleza ofrece, pero que en ocasiones el hombre se empeña en olvidar. Por eso ha encontrado en el sector sanitario un ámbito donde desarrollar ideas que optimizan la vida de muchos pacientes. Para él, el diseño puede jugar un papel muy importante en la recuperación de las personas, convirtiéndolo en ese intermediario pacífico que toda enfermedad necesita. Por ejemplo, Tomorrow is another day, creado para un servicio de cuidados paliativos de un hospital parisino, habla de la incertidumbre del ser humano y de la permanencia de las cosas.
R.D.- Purificadores de aire, pelotas neutralizadoras de ruidos, generadores de oxígeno, dispositivos de luminoterapia. ¿El confort en los interiores es una obsesión para usted?
M.L.- Tengo dos hijos y soy un hombre, por lo que no he servido en casi nada durante su construcción biológica. Los he imaginado creciendo y desarrollándose en el vientre de su madre y me he sentido totalmente inútil. Esta pequeña obsesión viene probablemente de ahí. En efecto, una vez que el niño ya ha nacido, el espacio ideal y optimizado de su madre se ha convertido en un lugar de limitaciones, de dolor, de ruido, de contaminación… Mediante los objetos o los espacios, y ayudándome de lo que la ciencia, la biología o la tecnología permiten hoy día, busco crear ecosistemas optimizados, zonas de un confort profundo, como el que tiene un feto durante sus nueve meses de felicidad.
R.D.- ¿Conecta esto con su idea de diseño invisible?
M.L.- La noción de diseño invisible significa que la función de ciertos objetos no está siempre a la vista. Cuando vuelves el aire más puro, cuando desarrollas sistemas de calefacción inteligente, cuando modificas la percepción de los sonidos agresivos… estás en el territorio del diseño invisible. La naturaleza es la reina del diseño invisible. Cuando una acacia, cuyas ramas están siendo devoradas por un impala, avisa a su vecino liberando partículas invisibles para que este produzca las toxinas contra los impalas que llegarán unos minutos después, entonces estamos dentro del diseño invisible. Naturaleza, ciencia, tecnología… Todo lo que me gusta.
R.D.- En una ocasión usted dijo: “los diseñadores estamos condenados a producir objetos bajo ciertas restricciones impuestas por la sociedad.” ¿Sigue sintiéndose así?
M.L.- No. Ahora me siento más libre porque soy libre de decir sí o no. Ya no estoy obligado a hacer algo en lo que no creo. Cuando acepto un proyecto significa que creo que la vida será más bella con ese proyecto que sin él. Los diseñadores tienen una gran responsabilidad. Todo lo que diseñan tiene un efecto inmediato en el mundo, de manera positiva o negativa. Si la solicitud no es legítima, prefiero no hacer nada. O más bien, si la pregunta no es interesante, prefiero no contestarla. Debo estar absolutamente satisfecho y orgulloso de lo que sale de mi estudio. El mayor temor que tengo es que un día la mirada de mis hijos me den a entender: “Papá, eso de ahí habría sido mejor que no lo hubieras hecho”.
Audemars Piguet es casi un buque insignia en el estudio del diseñador francés. La impecable habilidad del artista para fusionar el pasado con el presente, lo rudo con lo elegante, la belleza con la precisión tecnológica, hacen de los espacios creados para la marca de relojes suiza toda una declaración de intenciones. Un manifiesto estético del que casi podríamos extraer el decálogo de Mathieu Lehanneur.
R.D.- De entrada, sus interiores para Audemars Piguet podrían suponer una lucha de poderes: naturaleza vs tecnología. Pero no es así. ¿De dónde nace ese diseño tan pacífico?
M.L.- Cada enfoque necesita su opuesto para resaltar. Por ese efecto de contraste, la naturaleza es aún más bella cuando se combina con la tecnología, y la tecnología es siempre más mágica cuando se rodea de naturaleza.
R.D.- Y en ese equilibrio de contrastes, ¿cómo es su proceso creativo para los espacios de Audemars Piguet?
M.L.- Mineral Lab, por ejemplo, juega con esa dualidad de naturaleza y tecnología. Los enormes bloques minerales que fueron creados a partir de las rocas del lugar histórico de la marca, se fusionan con las arquitecturas minimalistas de los paneles de vidrio. Las rocas parecen estar levitando y el vidrio parece irreal y atravesado por la roca. Desde sus orígenes, la marca Audemars Piguet está en plena montaña suiza, en el Valle de Joux. Es una región muy bella pero también muy dura, casi violenta. El relieve, la nieve, el frío, las rocas… todo en esta región parece que nos dice “no os quedéis aquí, no es un lugar para los hombres”. Los fundadores de la marca, sin embargo, se quedaron y ocuparon los largos meses de invierno y frío perfeccionando el arte de la mecánica y del tiempo. Me di cuenta rápidamente de esta naturaleza hostil y quise enseñar ese tremendo contraste entre la infinita precisión de los movimientos de los relojeros y la violencia de la naturaleza que los vio nacer.
Francia siempre ha sabido destacar en el mundo de las artes en todas sus vertientes. Moda, diseño, mobiliario, arquitectura… Los trabajos de Lehanneur parecen haberse inspirado en este savoir fair: son elegantes, carentes de estridencias y excelentes en su ejecución. Hay una profunda conexión con el espíritu de las cosas, con su razón de existir. Y esa conciencia es lo que hace despertar nuestro interés por la espectacularidad de su discurso formal.
R.D.- Los trazos escultóricos en sus piezas no son objetivo pero sí un resultado. ¿Es ese resultado una condición sine qua non?
M.L.- Un objeto es como una persona. Cuando lo deseamos es como sentir deseo por alguien. En una relación de seducción, ese alguien debe atraer nuestra mirada para ser visible entre otras miles de personas. Ha de retener nuestra atención, ofreciendo algo más que únicamente belleza. Pero además, esa persona tiene que inspirarnos las ganas de volver a verla al día siguiente. En definitiva, tiene que seguir siendo idéntica y a la vez siempre diferente durante las semanas, meses y años que vendrán… para no cansarnos nunca y siempre reinventarnos. La dimensión escultural de mis proyectos se concibe para intentar conseguir este tipo de historias de amor.
R.D.- ¿Le gustaría ser reconocido por ese lado escultural?
M.L.- Solo deseo ser reconocido por haber deformado, dilatado o desdibujado las fronteras tradicionales del diseño. Me gustaría que los estudiantes de diseño tuvieran en mente que no hay ámbitos prohibidos en el diseño. Desde el sílex hasta el airbag podemos intervenir en todo lo que concierne al ser humano en este planeta o en otro. Lo pensaba cuando era estudiante y sigo pensándolo ahora. Y trataré de probar esa idea hasta mi último día.
R.D.- Para concluir, ¿qué diseño del pasado le habría encantado haber inventado?
M.L.- Me hubiera gustado diseñar el airbag. Es una pura maravilla de la que sentiré celos toda mi vida. Un objeto invisible hecho de aire y de tejido. Un objeto que aparece en una décima de segundos y que te puede salvar la vida. Es imposible hacer algo más sencillo, más elegante y más útil.