Abro la puerta, suelto la maleta y me siento en el sofá. Ni enciendo la luz. Respiro cansado. Acabo de regresar de El Cairo y Lúxor. Diez días en los que he conocido más profundamente parte de la historia de una cultura extinta hace milenios. Pirámides, templos, tumbas. Miles de años de distancia. Miles de años de abandono. Edificaciones que vieron perder su esplendor y donde los siglos han provocado una decrepitud inevitable. En realidad, el destino de toda construcción humana. Pues bien, con estas referencias me enfrento a la obra de Pablo Genovés. Idóneo viaje con el que preparar esta entrevista y adentrarme en el modus operandi de algunas de sus imágenes más conocidas. Aquellas que definen el tempus fugit irreparabile de la condición humana
Cataclismo del viejo orden
A lo largo de la historia siempre se producen los ciclos catastróficos. Algo que seduce a un individuo interesado por el paso del tiempo, la muerte y la desaparición. Por eso Genovés habla de la hecatombe, pero sin hacer de esta el centro de un imaginario hiriente. “Busco un punto entre lo sublime del ser humano y lo terrorífico de estar vivo. Entre lo más dramático y lo más bello. Quiero que las imágenes tengan las dos cosas, los pros y los contras de la existencia”. Esta reflexión nos permite entrar en sus últimas series, Precipitados y Cronología del ruido. Dos proyectos que van de la mano y que han necesitado cuatro años de trabajo. Son propuestas donde la ausencia humana es absoluta. “Se trata de imágenes de una humanidad fuera de juego. Quiero que el espectador sea el último ser vivo que las mira”.
Abordar ambas series no es fácil. Porque enfrentarnos a las grandes pirámides es vernos a nosotros mismos como supervivientes de una época desaparecida. Pero otra cosa es encarar nuestra cultura en estado de descomposición. En Precipitados tiene gran protagonismo el agua, ese elemento sin el cual no hay opción para la vida, y que en estas imágenes es, por el contrario, azote de nuestro mundo. “En Cronología del ruido el agua se ha retirado y es el barro lo que queda tras las inundaciones”.
Deshago el equipaje, amontono la ropa, y al guardar la maleta un puñado de arena cae por un lateral. Arena de cualquiera de los templos visitados. De las pirámides. De todos esos antiguos centros de poder. Egipto vivió miles de años de prosperidad. No sabemos si Occidente, como pronostican algunos, podría estar tocando a su fin. En todo esto, las obras de Genovés son una especie de mirilla hacia un futuro incierto. De hecho, la situación que atraviesa Europa parece estar despertando esa idea del ocaso de una época con una crisis que no acaba de resolverse y que llega a todos los ámbitos. “En España el arte se desprecia. La subida del IVA en un mercado agonizante es la muerte. La política cultural en nuestro país es indignante. Igual con el PSOE que con el PP”. Un panorama poco alentador que muestra en algunas de sus obras. Con Los cimientos de la cultura europea, Genovés está reflejando precisamente esta situación insostenible. “La temática no es solo España, es Europa. Yo trabajo sobre esos problemas, los de la vieja cultura clásica. En realidad estoy hablando del final de una forma de entender la existencia”.
Sin embargo, su labor no siempre ha estado vinculada a esta decrepitud. A esta adoración por la ruina. Mirando toda su producción, nos encontramos a un Pablo Genovés colorista y vital. Sucedáneos y Viaje interior nos revelan ritmos distintos. “Hubo un cambio que tal vez tuvo que ver con descubrir la vejez. Los años del color representan más la juventud, el amor. Es decir, una etapa más lírica”.
Berlín, el oasis. Madrid, el desierto
Pablo desbordaba indignación. Y lo hace desde la distancia. Berlín es el refugio que necesita para alejarse de un cotidiano que le impide crear con tranquilidad. “En mi caso particular, me fui un poco antes (de la crisis), pero me he dado cuenta de que es una cuestión de supervivencia. El que no se va no vende. En España los artistas están desaparecidos. ARCO se está sosteniendo por las ayudas. El año que viene las galerías extranjeras no asistirán. Terminará siendo una feriucha”.
¿Pero es sintomático solo de nuestro país? ¿Berlín se libra de esa quema? “Sin duda. Berlín es una ciudad a la que se han venido creadores de toda Europa. No es una capital rica, pero el apoyo al arte es enorme. Hay estudios muy baratos. En Madrid no habrá dinero, pero sí espacios. Todo el Matadero está prácticamente vacío. Como el Conde Duque. ¿Por qué no se habla de los artistas de Madrid? Porque no existen. Y no existen porque no tienen sitio donde trabajar. Claro, te pones a pensar y los únicos que siguen están todos fuera”.
Intuición y mecanismos de trabajo
Viro la conversación y le pregunto cómo realiza sus fotomontajes, el conocido proceso creativo. “Mi creación tiene mucho que ver con buscar dentro de mí. No soy como esos artistas conceptuales que parecen empresarios. Los artistas tienen que ver más con la incertidumbre que con el saber. Más con las preguntas que con las respuestas. El trabajo artístico lo veo situado en el territorio de la intuición, de lo espiritual. Mi fuente de inspiración son postales y fotos que me voy encontrando en mercadillos. Es una dinámica mágica en la que viendo muchas imágenes una salta de manera especial”. En su haber tiene miles y miles de postales y de fotografías que son el medio básico con el que va articulando su discurso. ¿Pero qué hace que una foto, y no otra, sea la afortunada para recibir una nueva oportunidad? “Por un lado, lo visual: la forma, la luz. Por otro, lo técnico. No todas valen”. Y no valen porque la manipulación digital a las que las somete requiere determinadas composiciones, elementos arquitectónicos, etc.
El sueño del faraón
Tumbado ya en la cama, portátil en mano, luces apagadas y todo en silencio, voy cerrando esta especie de decálogo del fin del mundo. Y con él, los proyectos en los que Pablo anda ahora mismo metido. Me ha hablado del tópico fotográfico, de la imagen ideal, de su reconversión e reinterpretación. Duda de que vuelva a utilizar la pintura o el color, como ocurrió en las series mencionadas Sucedáneos y Viaje interior, donde pintaba directamente sobre las fotografías. Y termina mencionando exposiciones como la que podremos ver a principios del verano que viene en la sala Canal Isabel II de Madrid, donde se valdrá también del sonido y el vídeo como herramientas artísticas. Y de la que inaugura en la sala Loewe a partir del día 15 de noviembre
Definitivamente las propuestas de Pablo Genovés gustarán o no, pero no dejan impasible. Podrás quedarte en la epidermis, o arañar un poco y descubrir el peso existencialista que esconden dentro. En todo caso, por ahora habrá que esperar a ver esa próxima muestra para tener frente a frente nuestro propio rostro “embalsamado”. O si no, siempre tendremos el de Tutankamón, aunque para eso habrá que viajar a Egipto.
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