Construido a mediados del siglo XIX y gravemente dañado durante la II Guerra Mundial, el Neues Museum abrió sus puertas en 2009 después de sesenta años de abandono. Una rehabilitación en la que su autor, David Chipperfield, ha aplicado con acierto su estilo sencillo, mínimo y casi silencioso. Un trabajo que no oculta la historia del edificio y que ha sido galardonado con el premio Mies van der Rohe de arquitectura en su última edición.
Historia del edificio
Aunque la vida del Neues Museum sea casi inseparable de la estatua de Nefertiti, no hay que olvidar que se trata del primer gran museo construido con tecnologías propias de la revolución industrial. Diseñado por Friedrich August Stüler y levantado entre 1841 y 1859, bajo su apariencia de edificio neoclásico se ocultan estructuras de acero y toda una serie de estrategias de ingeniería avanzada que no resultaron incompatibles con sus altos relieves, sus grandes columnatas y los frescos en paredes, techos y cúpulas.
El Neues Museum fue la segunda obra en lo que hoy se conoce como Isla de los Museos: un inmenso trozo de tierra rodeada por el río Spree en el centro de Berlín que el rey Federico Guillermo IV de Prusia decidió convertir en área de ciencia y cultura, y que hoy contiene cinco grandes museos de arte e historia. En un principio, el Neues nació como una ampliación del Altes Museum, que se había quedado pequeño en una época (los imperios coloniales) en que Alemania competía con Francia y el Reino Unido por lograr grandes tesoros arqueológicos. El prestigio del Neues fue creciendo con los años, aunque no será hasta 1923 cuando su fama se haga internacional y polémica: el momento en que se exhibe por primera vez la estatua de Nefertiti y el inicio de una reclamación histórica por parte del gobierno egipcio cuyo debate continúa todavía hoy.
La llegada de la II Guerra Mundial y los ataques sobre Berlín cambiaron la suerte del edificio. Los bombardeos para reducir el poder nazi destruyeron gran parte de la estructura. La escalera central, por ejemplo, y los frescos que la decoraban quedaron eliminados en 1943. Durante el conflicto, y para proteger las piezas, éstas se repartieron por todo el país. Y en concreto, el busto de Nefertiti fue escondido en una mina en la región de Turingia.
Cuando se firmó la paz, el Neues Museum estaba prácticamente derruido. Se rescataron, catalogaron y guardaron fragmentos y secciones para una futura e hipotética reconstrucción; y los habitáculos menos afectados se reutilizaron como almacén para los otros museos. Incluso llegaron a emplearse como armería, lo que no impidió que el conjunto quedara abandonado y que incluso fuera objeto de expolio como cantera.
A mediados de los años ochenta se iniciaron unos tímidos intentos por poner en marcha una restauración que definitivamente no prosperó. Tras la reunificación alemana, en 1989, se volvió a plantear el tema con la misma fortuna. El edificio, que había estado vegetando durante más de medio siglo como una célula durmiente, tuvo que esperar a 1997. En ese año se resolvieron algunos problemas burocráticos y se convocó un concurso que ganó David Chipperfield junto a Julian Harrap. La rehabilitación, que arrancó en 2003 y concluyó en 2009, recibía el pasado mes de abril el Premio Europeo de Arquitectura Contemporánea Mies van der Rohe, un galardón que selecciona en cada edición el mejor edificio realizado en Europa.
Neues Museum de David Chipperfield
“La reconstrucción del Neues Museum aúna el pasado y el presente en una sorprendente mezcla de arquitectura contemporánea, restauración y arte”. Así se manifestaba Androulla Vassiliou, Comisaria Europea de Educación, Cultura, Multilingüismo y Juventud el día que se falló el premio. Efectivamente, el acierto de esta reforma ha sido llevar a cabo un programa que no disfraza al edificio, que no oculta su currículum histórico. Y no ha de extrañar si al frente de la misma se encuentra el británico David Chipperfield, un arquitecto que desde mediados de los ochenta se le ha vinculado al minimalismo: esa etiqueta, a estas alturas, desemantizada y casi carente de significado por su mal uso, tras la que encontramos una estética básica y simple, que no queda definida sólo por la ausencia de elementos, sino por el equilibrio de éstos.
Frente a otros compañeros de generación más dados, en palabras de Robert Bevan, a una arquitectura high-tech, el trabajo de este británico es sencillo, mínimo, discreto y casi silencioso. Su paso durante varios años por Japón fue acentuando en sus creaciones un toque zen, escueto y elemental, y un gusto por las extensiones lisas, los materiales naturales y la ausencia de artificiosidad. Haberse iniciado con maestros como Richard Rogers o Norman Foster no sólo le dio un plus de credibilidad cuando abrió su propio estudio en 1984, sino que además le proporcionó unos sólidos conocimientos técnicos reforzados por su filosofía de trabajo: seguir un control absoluto de los proyectos desde el diseño hasta el acabado final. En esa búsqueda de lo esencial, sus creaciones se apoyan en el uso del hormigón, el vidrio, la piedra y la madera. Una sobriedad de elementos que hace de sus edificios construcciones, más que minimalistas, funcionales y sugerentes. Como ocurre en el Neues Museum.
La arquitectura como memoria
Con un inmueble tan gravemente dañado, lo primero fue recuperar la secuencia inicial de las salas de exhibición, muchas de ellas destruidas total o parcialmente. Una vez que se recompuso la estructura y se añadieron, además, nuevas áreas expositivas, se pasó a la reforma de los interiores. En todo este proceso, y para resaltar aún más la edificación original, se recurrió a una mezcla de hormigón blanco y mármol de Sajonia. Su uso contrasta fuertemente con las paredes primitivas evidenciando la carga histórica del conjunto. Algo que vemos a lo largo de todo el museo, aunque llama especialmente la atención en la inmensa escalinata de acceso, devastada, como se ha comentado anteriormente, durante los ataque aliados. Destacar también, en este sentido, el cerramiento con cristal de los patios interiores, donde el vidrio y las vigas que lo sujetan mantienen un diálogo callado con el rigor del espacio.
Junto al hormigón, han sido el ladrillo, la piedra y las maderas escandinavas los otros elementos que ha empleado Chipperfield: materiales usados sin estridencias que el arquitecto ha ensamblado con las partes originales del museo. Para ello se rescataron los fragmentos derruidos y se unieron de forma que tuvieran sentido en la nueva ordenación. De este modo, hay una relación de equilibrio y respeto entre el refinamiento decimonónico de Stüler y el estilo contemporáneo de Chipperfield.
La rehabilitación del Neues ha pretendido que el edificio cuente su propia historia; que muestre, en palabras de Chipperfield, “todo su bagaje, incluidos sus últimos sesenta años de erosión”. Por eso, en vez de disimularse las diferencias entre lo antiguo y nuevo, éstas se han potenciado para crear múltiples capas arquitectónicas: el presente de Chipperfield, el abandono durante la Guerra Fría, los daños de la invasión aliada (balazos incluidos) o el esplendor decadente de su peculiar neoclasicismo. Una reforma que reconstruye: ni repite ni suplanta. O como dicen los miembros del jurado del premio Mies van der Rohe: un trabajo donde lo nuevo refleja lo perdido.
Para acabar, añadir que el programa ha costado 212 millones de euros y forma parte del Plan Urbanístico de la Isla de los Museos. Un plan que estará acabado para el 2028, que unirá por una pasarela subterránea cuatro de los cinco museos de la Isla y que quiere ser la gran competencia del Louvre parisino.