Este centro de ocio y deporte, obra del estudio KOZ ofrece un fuerte contraste con la realidad urbanística circundante, grisácea y discreta. La construcción semeja un castillo, una montaña cúbica con una fachada de paneles que van del verde al rojo y del azul al amarillo.
Saint-Cloud, pueblo de la aglomeración parisina, es conocido hoy día como un tranquilo y acomodado barrio de periferia, que ha sido puesto en el mapa de la arquitectura contemporánea gracias a un proyecto fresco, audaz y colorido; un edificio de uso público que renueva por completo la imagen de la pequeña urbe: un efecto Guggenheim a pequeña escala.
En primer lugar, este centro de ocio y deporte, obra del estudio KOZ (formado por Christophe Ouhayoun y Nicolas Ziesel) ofrece un fuerte contraste con la realidad urbanística circundante, grisácea y discreta. La construcción semeja un castillo, una montaña cúbica con una fachada de paneles que van del verde al rojo y del azul al amarillo. Nos repetimos, es audaz y fresco, y no sólo en el exterior. Por su funcionalidad, el proyecto alberga tanto una sala polideportiva, como unas instalaciones para las actividades extraescolares de los más pequeños.
En una parcela relativamente limitada para estos fines pero hábilmente rentabilizada por los arquitectos, la sala deportiva se localiza en la planta baja, donde el fondo gris contrasta con paredes y señaléticas en rojo, rosa y naranja. La iluminación eléctrica se ve completada con la luz diurna que entra por la fachada y por un techo que puede abrirse para tener más presencia solar.
Los pequeños disponen de su propio acceso. Aquí los colores cobran más protagonismo si cabe, creando espacios que nunca se encuentran totalmente separados: unas puertas de cristal o unas simples ventanas pueden ser el enlace perfecto. Los tonos cromáticos distribuyen las diferentes áreas: el verde se ocupa de dar identidad a la sala de escalada, el rojo a la de las actividades en grupo y el amarillo a un espacio de descanso (futbolín incluido), así como a las salidas al tejado donde se encuentra el patio de recreo. Como vemos, hasta las zonas residuales se convierten en lugares con presencia y personalidad.
Los niños pueden subir y bajar sin poner límites a sus energías. La eliminación casi completa de pasillos y accesos “peligrosos” ha permitido a los dos arquitectos acabar con algún que otro recuerdo recurrente de su niñez. “¡No corran por los pasillos!” fue la consigna que sirvió de punto de partida a un proyecto que potencia en la infancia el dinamismo y la diversión. Un proyecto consciente del impacto que la arquitectura ejerce sobre la educación, y que va en la línea del parvulario Primetime de Marcio Kogan (Sao Paulo) o de la escuela infantil La Corita de Galvez+Wieczorek (Valdemoro).
