Cuando reduce sus escalas, la arquitectura toma nuevos rumbos y hace de la experimentación su motor creativo. Desde ROOM hemos seleccionado seis proyectos que se mueven entre la escultura, el diseño y el land art, y en los que el material y las formas funcionan como un delicado campo de pruebas.
La vida de un edificio —en la mayoría de los casos— suele ser más larga que la de su arquitecto. Si pensamos que cada pilar que se dibuja está condenado a convertirse en un monumento arqueológico de la próxima civilización, el proceso de diseño puede ganar una solemnidad incómoda y perder la frescura de las buenas ideas.
Hemos identificado como proyectos de microarquitectura a ese tipo de proyectos que nacen con una actitud más desenfadada —muchos de ellos con carácter temporal— para trabajar sobre los conceptos de una manera más directa. Obras que no necesitan responder a las exigencias de un uso específico durante la eternidad. Edificios que son maquetas de sí mismos.
Este espíritu de sencillez hace que resulte necesario cierto grado de experimentación en el planteamiento. Encontramos proyectos de microarquitectura que parten de la relación con el entorno, algunas que actúan como un volumen escultórico y otras que lo hacen desde la capacidad de expresión de un material. Se sitúan en enclaves difusos, muchas veces a caballo entre el diseño, la pieza de land art o la escultura, pero siempre reivindicando cualidades puramente arquitectónicas.
Land art y la relación con el paisaje
Cuando el paisaje comparte límite con la arquitectura, una barrera precisa separa lo doméstico de lo salvaje. Los proyectos de microarquitectura pueden evidenciar esa frontera haciéndola desaparecer y propiciando un lenguaje más enriquecedor entre ambos. Cambian la utilidad, las dimensiones o las texturas, y el reto se convierte en comprender el contexto y conseguir hablar su mismo idioma.
En el caso de Pflug Installation —Christoph Hesse Architects—, se trabaja sobre un paralelepípedo para encajar una topografía tan artificial como el acero corten sobre una colina a las afueras de una población rural, en la región alemana de Kassel.
Los volúmenes se sustraen de las aristas de la pieza land art para generar un recorrido que comunique la parte baja de la ladera con la más alta. Los cortes sobre el prisma abren un interior abstracto, un sobrante. Algo que podría ser fruto de un proceso de meteorización de la roca o de la erosión del suelo a pesar de ser metálico. La funcionalidad queda delatada solo cuando se descubre que los peldaños para el ascenso se encuentran hábilmente tallados entre las sombras del hueco.
El estudio Biotope, en cambio, parte de la tradición escandinava del uso de la madera para dar forma a sus diseños. Este equipo noruego desarrolla arquitecturas en lugares de contemplación rigurosa para llevar a cabo análisis casi científicos del medio. Investigar los movimientos migratorios de las aves o fotografiar la naturaleza bajo las auroras boreales requiere un punto de observación neutro que permita una visión amplia y no contamine la escena.
En esa línea se mueve Domen Viewpoint, un proyecto de microarquitectura para estudiar la migración de una especie de pato del ártico. Los arquitectos viajaron hasta uno de los emplazamientos más septentrionales de la costa noruega para plantear un prisma hueco partido en tres trozos. Un gesto con el que se consigue una panorámica completa y pequeños espacios donde protegerse del viento.
El armazón se resuelve entero en madera. Por fuera tratada contra el frío y contra el viento y acabada en blanco polar, por dentro con una solución cálida en el color del suelo. Un mismo elemento adaptado a la climatología y a los tonos de la tierra con la sobriedad propia del diseño nórdico.
Proyectos de microarquitectura o esculturas habitadas
La atención de estas estructuras no siempre tiene que recaer en su relación con el entorno. Algunas piezas pueden buscar satisfacerse a sí mismas, por encima de lo que pueda ofrecerles el contexto. El objeto se convierte en icono para provocar una reacción más allá de la función que cumpla después, como un recipiente que pueda albergar líquidos de varios sabores. En un área culturalmente deprimida, Atelier Xi ha buscado estimular la creatividad de los habitantes a través de la arquitectura. Peach Hut es la experiencia piloto de un proyecto que originalmente contemplaba la edificación de un centro cultural de 300 m2. Los arquitectos pensaron que podían generar un impacto mayor si fragmentaban la superficie construida en partes más pequeñas y las repartían por el territorio. Pequeños hitos insertos en la inmensidad de los cultivos chinos.
El reclamo se realiza a través de la imagen. Un volumen moldeado en hormigón armado de color rosa —como el de los melocotones de los campos de alrededor— en el que se introduce un bar. La figura tensiona el paisaje cuando parece a punto de volcar. Dentro, la fantasía se completa con el recorrido que la luz sigue sobre las zonas curvas. Un lugar esculpido in situ para contrastar con el modelo estandarizado de producción agrícola.
El checo Jiří Příhoda ha centrado parte de su trayectoria en la experimentación sobre estancias habitables. El enfoque se realiza de forma teórica sobre el uso del espacio y sus posibilidades, sin tener que detenerse a solucionar ciertas complejidades técnicas. En su porfolio encontramos ejemplos que solventan unidades para el autoaislamiento, cápsulas para vivir por la noche sin necesidad de energía eléctrica o incluso el prototipo de una vivienda en Marte. Desde su estudio en Praga, el artista imagina estas situaciones y diseña objetos por los que se puede caminar y en los que experimentar en primera persona nuevos modos de vida surgidos de la contemporaneidad.
El proyecto de microarquitectura Biblio-pavilion nace de la necesidad de buscar un rincón ajeno a la actividad laboral que, durante los meses de confinamiento, ha invadido nuestros hogares. Jiří Příhoda ha creado con habilidad un recoveco dentro de una librería cilíndrica de planchas de contrachapado blanco. Una escalera en espiral, forrada con un textil translúcido, crea una barrera visual que protege la intimidad del vano que queda dentro. El hueco se percibe orgánico, como la intersección entre el ascenso de la escalera y el contorno del mueble. Un sitio rodeado de libros para leer o meditar. Un aislamiento dentro del propio aislamiento.
El límite de la materialidad
Un enfoque honesto sobre cualquier material hace que aumente su expresividad y puedan abrirse nuevas soluciones creativas. La gran ventaja de no tener que resolver estructuras complicadas hace que los planteamientos no se traicionen y se puedan llevar hasta el final de la ejecución. Cuando el punto de partida se establece en el material, todo se piensa desde el detalle.
The Chapel of Tears fue el proyecto de microarquitectura ganador de la pasada edición de Le Festival des Cabanes en Faverges (Francia). El concurso analiza el concepto de cabaña como un punto de vista sobre la campiña, y el estudio Atelier Poem respondió con un pequeño rincón de reflexión realizado únicamente en madera.
La espiritualidad se refleja en las texturas, en el contraste de tonos o de olores entre los tablones de madera quemada y los listones sin tratar. El detalle construye un cerramiento que nunca abraza al visitante por completo y que ofrece una panorámica de la naturaleza a través de las aperturas del cielo y de los lados cortos del prisma. La escena —que también puede contemplarse antes de entrar en la capilla— parece distinta cuando se mira a través de la madera.
The Walk es un proyecto de microarquitectura para conectar a la población con la importancia que, en la cultura de algunas regiones de Tailandia, tienen acontecimientos triviales del día a día como el crecimiento de la hierba. Bangkok Project Studio ha diseñado un recorrido de pasarelas que vuelan sobre el terreno a partir de la superposición de barras de acero corrugado.
Los arquitectos proponen este tipo de pieza para levantar los caminos flotantes. Con esta idea pretenden reivindicar un punto de reunión y de interacción social que reduzca al máximo su impacto sobre el desarrollo del ecosistema. Las pasarelas de un metro de ancho se sustentan con ligereza sobre unos pilares del mismo material. La estructura queda protegida de la intemperie con una capa de pintura roja que realza la textura metálica sobre el verde del suelo.
La habilidad con la que se trata el acero corrugado convierte The Walk en el hito necesario para captar la atención y transmitir el mensaje. Igual que ocurre en los proyectos de microarquitectura anteriores —y por encima de cualquiera de sus planteamientos—, la sencillez del uso vuelve a jugar a favor de las cualidades de estos caminos en altura. E igual que ocurre con los ejemplos que le preceden, The Walk demuestra que las microarquitecturas hibridan por naturaleza. El hilo conductor que las conecta es su capacidad para moverse en ese límite difuso entre espacios con utilidades infinitas y objetos inútilmente bellos.
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