En Nanjing, el futuro parece tener curvas, y concretamente se asienta en las de la nueva flagship store de Zara diseñada por AIM Architecture. Una tienda retail que se presenta a modo de experiencia espacial con un planteamiento que transforma el acto cotidiano de comprar en una coreografía tecnológica y take away.
La fachada de AIM Architecture que se deja llevar
En el centro comercial de Xinjiekou, una de las zonas más densas de Nanjing, el estudio AIM Architecture ha levantado una fachada de vidrio ondulante que pone en entredicho los límites del escaparate tradicional. Una cortina futurista que parece haber sido modelada por el viento o el agua, y que se abre paso entre los transeúntes como un organismo urbano. La nueva flagship de Zara es uno de esos proyectos que sientan nuevas bases en lo relativo a los ambientes retail, y lo hace desde su piel exterior: sinuosa, fluida y sostenida por un gran voladizo, convirtiéndose en un umbral entre la ciudad y una experiencia completamente tecnológica.

Fundado por Wendy Saunders y Vincent de Graaf, AIM Architecture lleva más de una década interpretando este tipo de espacios como un campo de experimentación arquitectónica. Sus múltiples colaboraciones con la firma cosmética Harmay les ha permitido ahondar en esta modernización de la atmósfera comercial. En este caso, frente al habitual escaparate cerrado, en Zara Nanjing han presentado una arquitectura porosa, transparente y sensorial que amplifica la identidad de marca con una visión orgánica y casi líquida. Un planteamiento preparado que se inserta en el imaginario futuro, donde se combina lo físico con lo digital en lo relativo a la compra; y donde se han incluido tanto máquinas expendedoras de ropa como otros servicios cada vez más demandados: el primer Zacaffe de Zara en Asia.


Zara Nainjing y la estética de lo fluido
En estos 2500 m2, la topografía contenida sugiere mucho más que una simple estética futurista —considerada ya el nuevo minimal del retail global—. AIM Architecture, junto con Zara Architectural Studio, ha articulado la tienda en torno a una escenografía continua sin rupturas visuales. La planta baja se dispone a modo de atrio con doble altura; en ella surgen escaleras de ladrillo rojo que se proyectan como terrazas y graderíos con usos múltiples, con lugares para sentarse, mirar, probarse o, simplemente, esperar. En la trastienda, la estancia se traduce en un sistema automatizado de transporte de ropa, observable por una pared acristalada por la que las prendas se deslizan y muestran siguiendo una danza mecánica.


Los materiales elegidos —hormigón visto, piedra natural, acero, madera maciza— definen una paleta sobria, casi brutalista, que resalta las texturas y dignifica el producto. Las zonas de exposición se adaptan a distintos perfiles según su utilidad; el Zara Salon, por ejemplo, es un rincón íntimo con una voluntad doméstica; el piso superior, por su parte, es más juvenil y atrevido donde hay sitio para un photo booth de calidad profesional, que digitaliza el ritual de probarse y permite al usuario vivir su propia campaña de moda. En conjunto, una topografía entre la rigidez de la máquina y la suavidad del paisaje.

La intervención en Zara Nanjing cuestiona qué puede ser una tienda hoy en día. El proyecto es una envolvente brillante para el fast fashion, que propone modos de habitar el entorno público y privado. AIM Architecture no cae en tópicos de luces de neón o superficies llenas de espectacularidad y grandes pantallas. El futurismo en esta tienda se expande con otra profundidad, en una arquitectura integrada y tangible donde lo monumental se mezcla con lo íntimo y se avecina la posibilidad de imaginar otra relación con el consumo.

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