Yayoi Kusama (1929) se perfiló desde el primer momento como un personaje carismático y particularísimo. Representa el imaginario que a nivel colectivo tenemos del artista. Es decir, alguien extravagante, creativo y con una vida personal plagada de excesos y misterios. A contracorriente.
A todo esto se le suma su condición de mujer y de extranjera tras abandonar Japón para instalarse en Nueva York. Un cóctel intenso con el que agitar los múltiples dibujos, pinturas, esculturas, intervenciones, happenings, fotografías y performances que componen su obra. Hablamos de una señora de 82 años que vive en un centro psiquiátrico de Tokio al que entró por voluntad propia hace varias décadas y que a día de hoy continúa dedicada a la creación.
En su periplo artístico destacan dos fechas. Por una parte, 1958, el año en el que cambió Japón por Nueva York: ese momento decisivo en que abandona el hogar familiar para dejar atrás a una madre que, según ella misma comenta, le causó una gran inestabilidad emocional. Al año y medio de estar instalada en la ciudad de los rascacielos, Kusama ya realizó su primera exposición individual. Las buenas críticas que recibió le fueron dando reconocimiento y respeto dentro del ambiente artístico.
Pero sería durante la década de los sesenta, cuando realizó las propuestas más alabadas: las Infinity nets (extensiones interminables de puntos blancos) y las piezas de Accumulation sculptures. El gesto constante, casi patológico, de las primeras, junto con sus esculturas y pinturas fálicas, forman los elementos más definitorios de su arte. Son interesantes, por otra parte, las relaciones que cultivó. Podía estar exponiendo con Yves Klein o James Rosenquist, asumir en su obra corrientes contraculturales como el movimiento hippie, y a la vez decir no al consumismo de Andy Warhol.
La siguiente fecha decisiva será 1973, cuando rompe con todo y se vuelve a su país. Años después, instalada ya en el hospital psiquiátrico en el que vive actualmente, fue abriendo otras facetas creativas en el campo de la literatura. Y retomó con fuerza nuevamente el medio pictórico.
Su cuerpo ha sido también elemento inspirador que durante años utilizó para crear. Porque entre otras posibles definiciones, sus trabajos son hoy por hoy considerados precursores del arte feminista. Un punto de pop, un tanto de minimalismo, otro de abstracción, etc. Y ese universo de lunares, de penes, de autorretratos, de flores…
Yayoi Kusama, con peluca de color o sin ella, no deja indiferente. En la amplia retrospectiva que el museo Reina Sofía organizó el pasado septiembre, y que este año ha pasado por la Tate Modern Gallery de Londres, Yayoi vuelve a sus series de instalaciones de Infinty Mirror Rooms. Una de ellas especialmente diseñada para la exposición. Un alucinante espacio estridente y catártico, donde o cierras los ojos o te devora la locura.