La capital del Turia ha dejado atrás su megalómana apuesta por la grandilocuencia turística para reinventarse y dinamizarse redescubriendo lugares y modernizando ruinas.
Valencia, como casi toda España, llegó algo tarde a la industrialización. Sin embargo, lo hizo justo en esa etapa en la que empresas y magnates tenían claro que la estética formaba parte de la estrategia de toda compañía. De ahí que, cuando Carlos Gens decidió levantar su fábrica de bombas hidráulicas en el barrio de Marchalenes, eligiera a Cayetano Borso di Carminati para diseñar todo el complejo. Este arquitecto valenciano le ofrecía la mezcla perfecta entre racionalismo y art nouveau, entre eficacia y fachada. Por eso, la manzana que sigue ocupando este coloso industrial mantiene ese lustre de antaño, que ahora luce más que nunca.
La culpable de esta nueva vida es la fundación Per Amor a l’Art, que seleccionó este conjunto abandonado para convertirlo en la sede de sus exposiciones y, también, de su labor social. Esta reconversión tuvo dos principales responsables. Por un lado, la arquitecta neoyorquina Annabelle Selldorf, quien centró su trabajo en transformar las salas de los altos hornos en galerías de arte, apostando por la luz natural y por el minimalismo más luminoso. Por el otro, Ramón Esteve, quien dotó de coherencia a todo el espacio apostando por el ladrillo y la elegancia y desplegó toda su creatividad en el jardín.
Y es que, además de albergar las muestras de arte contemporáneo, en las que enseñan su amplia colección y amplían la visión sobre un autor actual, Bombas Gens tiene varios secretos que se desvelan a lo largo de la visita. Sobre todo en el vergel trasero, donde sorprende A través, de Cristina Iglesias, una escultura-fuente site-specific art por la que el agua discurre en torrentes minutados. La magia de este patio modernista se completa con una selección de flora mediterránea, escogida por el paisajista Gustavo Marina, y por un rincón inesperado: una alquería del siglo XV. Este hallazgo, realizado durante las obras del complejo, obligó a Esteve a crear un cerramiento que ejerce de santuario arqueológico. En él, la luz se cuela entre los sutiles vanos de un muro-celosía para iluminarlo todo con sutileza.
Cuando se cruza el Turia, comienza una nueva fiesta. En concreto, la de la celebración de los 30 años del IVAM, la institución museística y cultural que cambió el color de Valencia. Pese a que sus exposiciones han estado demasiado vinculadas a los vaivenes presupuestarios de estas décadas, sus fondos no han dejado de crecer, lo que la ha convertido en un actor indispensable de la contemporaneidad actual. De ahí que conmemore este aniversario con una gran exhibición sobre Léger como paradigma del artista multidisciplinar contemporáneo. El programa se ha basado en la evolución del arte durante este tiempo y, además, el jardín trasero busca integrar el arte con el día a día de los vecinos del divertido barrio del Carmen.
Es precisamente este distrito, tan céntrico y tan arrabalero, el que más ha experimentado este cambio fundamentado en la revitalización del pasado. El principal exponente de ello es el Centre del Carme Cultura Contemporánia, un enorme complejo monástico — formado por dos claustros y sus correspondientes estancias— que siempre estuvo muy vinculado a la creación. De hecho, primero fue escuela de artes y oficios.
Después, se transformó en una sala de muestras un tanto insulsa. Sin embargo, desde que ha cambiado su denominación a “Centro”, su sino es mucho más divulgativo y cercano que elitista, sin por ello perder su esencia exhibicionista. De ahí que en sus antiguas salas conventuales haya manifestaciones tanto de jóvenes artistas como de estrellas consagradas y comisarios reivindicativos. ¿Lo más llamativo? Su apuesta por domesticar el arte urbano acogiendo monográficos de grafiteros e intervenciones casi clandestinas en sus patios y capillas, para crear un diálogo único y fascinante.
Cerca del mar, los antiguos poblados —hoy barrios— de Cabanyal y Canyamelar están viviendo su particular resurrección. Pese a que estuvieron amenazados por la especulación urbanística, la fuerza de sus vecinos y el valor cultural de sus calles marineras hicieron posible el triunfo ante la voracidad. Hoy en día siguen siendo distritos populares llenos de bodegas de toda la vida que, a través del buen ambiente y la gastronomía, comienzan a despegar sin caer demasiado en la tontería de la modernez. De ahí que los hallazgos arquitectónicos en estos pueblitos marineros se hagan pensando por y para el gran público. Por eso, no es extraño ver que entre el hormigón y los estratégicos ventanales que el arquitecto Ignacio de Miguel seleccionó para el Teatro El Musical, cuelguen retratos fotográficos de los vecinos del barrio. Un edificio magistralmente intervenido donde no solo sorprende el uso inteligente de la luz, también el enorme acceso con que el sol está presente durante todo el día.