Los eventos deportivos de gran magnitud tienen la fuerza de arrastrar ciudades y países a la euforia urbanística y arquitectónica. Con ellos se justifica un dispendio impensable en otros momentos y, a veces, el aprovechamiento de zonas baldías o la desaparición de barrios enteros según lo dicte el plan urbano. Sea lo que fuere, constituyen el motor de una transformación que merece la pena observar y a veces aplaudir.
Tras las Olimpiadas de Beijing de 2008, China volvió a convertirse en la anfitriona de otro evento deportivo. En 2005, Shenzhen presentó su candidatura a la organización de las Universiadas u Olimpiadas Universitarias, que finalmente ha organizado este verano. El conjunto del proyecto, que ocupa unos 870.000 m2, es una gran obra a cargo del estudio de arquitectura alemán GMP, y está pensada para el uso temporal de los juegos y posteriormente como un gran centro deportivo y de ocio a disposición de la ciudad y sus ocho millones de habitantes. El objetivo era crear un lugar relevante e identificativo para Shenzhen, y por eso cuenta con espacios comerciales y zonas residenciales. Todo está integrado en una gran área verde que adopta las características de un jardín chino tradicional. Las instalaciones se han concebido mediante enormes elementos cristalinos que rompen con la fluidez del paisaje circundante lleno de ondulaciones y de cursos de agua.
El lugar cuenta con un centro de natación que puede acoger a 3.000 aficionados, una sala multiusos para 18.000 espectadores y un estadio con capacidad para 60.000 personas. Aunque cada uno tiene su propia estructura, en lo que se refiere al exterior los tres edificios han sido diseñados mediante prismas y sus respectivas fachadas translúcidas han permitido integrar un sistema de iluminación total. De noche proyecta luz desde sus múltiples caras triangulares como si la misma carcasa externa de las tres construcciones fuera una inmensa lámpara que irradia luz hacia dentro y hacia fuera. Se trata de una iluminación global de todo el objeto arquitectónico, no centrada exclusivamente en puntos concretos del exterior, como suele ser habitual. Algo que recuerda al procedimiento lumínico empleado por Herzog y de Meuron en el Estadio Olímpico de Beijing o en el Alliance Arena de Múnich, pero, eso sí, cediendo a esta sinfonía angulosa lo que antes era protagonismo de la curva.
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