Las bienales no son otra cosa que festivales de arte que se celebran cada dos años y que sirven como muestra o catálogo de las producciones más contemporáneas. En ellas se exhibe lo más actualizado y fresco de todo aquel que participa; son al fin y al cabo, focos de interés cultural. Las trienales funcionan igual, con una única diferencia: se organizan cada tres años. La de Echigo-Tsumari, en Japón, es una de ellas: aproximadamente 160 obras de arte habitan espacios abandonados para descubrir a los visitantes -tanto nacionales como internacionales- un Japón poco conocido.
Echigo Tsumari es una zona situada al noroeste de Tokio, caracterizada por la virginidad de sus tierras, así como por sus fuertes nevadas. Los paisajes fértiles todavía mantienen las formas tradicionales de cultivo, y el envejecimiento de la población es cada día mayor. La riqueza natural y agraria del lugar, que antes era fuente de vida, ahora no es de interés para los jóvenes, quienes acuden a las grandes ciudades para abrirse tanto a oportunidades educativas como laborales.
Es precisamente esa pérdida de contacto entre el ser humano y la naturaleza la que ha despertado una alarma en la sociedad japonesa e inspirado a MAD Architects en su participación para con el festival en su séptima edición. ¿La ubicacion concreta de su acción? en el histórico tunel Kiyotsu Gorge, en la provincia de Niigata, bajo la forma de una instalación titulada “Tunel de Luz”. Inspirado en los cinco elementos de la tierra, el proyecto reconecta a través del recorrido al visitante con la belleza de lo natural.
El primer elemento hace las de entrada. La madera parece representar lo funcional, y se materializa en forma de cafetería, tienda y balneario de pies. Todos los demás elementos, sin embargo, se presentarán como alteraciones visuales. Los primeros pasos del túnel pertenecen a la tierra, pasillo equipado con efectos lumínicos de diferentes colores que activan la curiosidad del paseante y celebran su bienvenida. Los segundos, al metal. Las paredes del corredor desembocan en una estancia más amplia, y la luz se torna blanca. Detalles plateados adornan los fluorescentes y el suelo gris ubica al invitado dentro de una placa de plata. Un rincón intimo, pero solitario. El punto más surrealista quizá sea el tercero. Espejos retroiluminados por una luz roja simulan lunas ardiendo, ventanas a la incertidumbre, o un fuego controlado. Una tempestad dentro de la calma, que al mismo tiempo es cálida y reconfortante. El segmento estrella, sin embargo, se encuentra al final de la ruta. Cubrir el suelo con agua y la cúpula con una lámina de acero inoxidable será más que suficiente para lograr visualizar la eternidad; o mejor dicho, para reflexionar, para terminar de extraer lo infinito de la naturaleza.