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Salirse de la norma. Eso es lo que ha logrado Bassam El-Okeily al proyectar la Narrow House en el centro de la pequeña ciudad belga de Bilzen. Transparencia, juego de volúmenes y minimalismo son tres cualidades que ha sabido conjugar en este trabajo. A primera vista, la casa recuerda algunos ejemplos de la arquitectura moderna japonesa por esa fragmentación interior a la que cualquier viandante tiene acceso desde el exterior y que se asemeja a una suerte de origami a través del que se desplazan los habitantes.

La fachada, con algo más de cinco metros de ancho, surge como una burbuja que rompe la monótona sucesión de bloques de ladrillo, construidos a lo largo de una calle de arquitectura un tanto insípida. Pero lo que verdaderamente impacta es su iluminación nocturna, compuesta por haces de luz. Ocultos a la vista y con colores cambiantes, dichos haces prestan mayor efectismo y dan profundidad a un interior deconstruido que se convierte, de este modo, en una escultura cuyas formas asimétricas otorgan al conjunto altos niveles de expresividad.

A efectos prácticos y de distribución, la residencia consta de una austera entrada principal, completamente revestida en blanco, con acceso al garaje, a pie de calle. Corona ese neutro zócalo de bienvenida la fachada acristalada como si del marco de un cuadro se tratara. A modo de caja abierta, encierra los niveles superiores y convierte esa especie de atrio luminoso en un escaparate que refleja la vida diaria de una familia. Los propietarios -un amante de la historia del arte y una pintora-, desarrollan sus dos hobbies en espacios diferenciados: la biblioteca se ubicó en la primera planta y el estudio de pintura en la segunda. Las dos balconadas cobran un protagonismo absoluto.

La primera conecta con la biblioteca, que recibe luz natural y una agradable vista panorámica de la calle; y la segunda, parece enfrentarse levemente a la anterior y se cierra con una barandilla de cristal para dar mayor iluminación al estudio de pintura. Estos dos balcones propician la cohesión entre ambos niveles y, no solo facilitan la comunicación visual entre los habitantes de la casa, sino que, además, regalan vistas de los tejados de la ciudad a quien se asoma a ellos.

En cuanto a la planta baja, el estar principal se encuentra retranqueado detrás del garaje y acoge salón, comedor y cocina. Cuenta con una doble altura que permite amplitud visual y tiene el blanco como aliado. Gracias a la existencia de pequeñas ventanas y claraboyas geométricas, tanto esta zona como las habitaciones que no están vinculadas a la calle principal gozan de brillo y luminosidad. En la fachada que da al interior, grandes ventanales y cristaleras garantizan la máxima transparencia y cumplen idéntica función al abrirse a un recogido patio zen presidido por un arce. Otro detalle muy japonés, sin duda.

En la misma línea que el trabajo de Bassam El-Okeily, el interiorismo se caracteriza por la ausencia de concesiones a lo superfluo. De este modo, encontramos paredes desnudas, inmaculadamente blancas, y pocas piezas de mobiliario: por ejemplo, sillas Panton negras, de Vitra, en el comedor, y dos butacas Wassily, enmarcando el área del salón. Todo esto sin olvidar, soluciones brillantes como la cocina, escamoteada tras unas puertas lacadas en blanco de suelo a techo, para que lo que destaque por encima de todo sea la personalísima arquitectura de El-Okeily.

Vicita la web de Bassam El-Okeily

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