Desde hace dos décadas Tenerife ha puesto en marcha un ecosistema artístico y arquitectónico que empieza a tener un rasgo propio. Herzog & de Meuron son solo la punta de lanza.
El manual de usuario de esta isla —en materia de cultura actual— solía estar reservado al chapuzón en los Lagos Martiánez, una serie de piscinas diseñada por César Manrique en Puerto de La Cruz. Y, sin embargo, desde hace dos décadas Tenerife ha empezado a espabilar, creando un ecosistema artístico y arquitectónico que, sin llegar a tener la armonía de Lanzarote, sí que empieza a tener un rasgo propio. Eso sí, todo ello sin obviar que por cada edificio bello en este entorno se suelen construir diez anodinos.
Este recorrido de redescubrimiento debe comenzar por la capital, Santa Cruz de Tenerife, donde dos instituciones han modernizado la ciudad. La primera, el auditorio Adán Martín, una creación casi escultórica e imposible de Santiago Calatrava, un icono que se puede visitar gracias a tours guiados diarios y que tiene como joya de la corona la gran sala y su casi perfecta acústica.
No muy lejos espera el TEA (Tenerife Espacio de las Artes), un emplazamiento multiusos que brilla por dos motivos. El primero, por su arquitectura firmada por Herzog & de Meuron y que despunta por ser honesta: poco excesiva pero repleta de rincones emblemáticos, como su biblioteca. El segundo, su fondo fotográfico con un archivo notable que, ahora por fin, tiene el escaparate que se merece.
En el resto de la isla conviene ir deteniéndose en los proyectos que Fernando Menis ha realizado en los últimos 15 años, quien ha trabajado poco a poco en la reinvención de Tenerife basándose en los materiales volcánicos y en el dominio de los espacios. Entre sus obras, destaca el centro Magma Arte y Congresos (Costa Adeje), la iglesia del Santísimo Redentor (La Laguna) y el Museo Sacro y Plaza de Adeje. También en el sur, el Hotel Flamingo Club, una rehabilitación llevada a cabo por el estudio Zooco con claros guiños al distrito Art Decó de Miami.
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