El nombre de Sabine Marcelis resuena con fuerza en el Star-system del diseño contemporáneo. Su firma es reconocible casi como una marca registrada dentro de un panorama que a veces tiende a la homogeneidad. Con Tanit, la diseñadora neerlandesa se suma a un nuevo capítulo en su trayectoria: una colaboración entre la tecnológica LYMA, los hoteles Six Senses y la galería Soleille de Ibiza, que desde el 25 de junio hasta finales de octubre ha instalado en la playa del resort un monolito cristalino que homenajea —al menos nominalmente— a la diosa cartaginesa más venerada en la isla.
El brutalismo degradado de Sabine Marcelis
La referencia histórica se sitúa en un terreno ambiguo. Tanit fue una deidad asociada a la fertilidad, la guerra y la maternidad, profundamente ligada a los rituales en el Mediterráneo antiguo. En Ibiza, su culto tuvo especial arraigo, pero la evocación de Sabine Marcelis no ha sido literal salvo por el nombre y la retórica de la nota de prensa, ya que el vínculo se diluye en favor de una interpretación más libre. La pieza, sin embargo, funciona en un plano reconocible: es 100% Marcelis.
Desde su célebre serie Candy de 2014, la diseñadora ha consolidado una voz plástica tan personal como inmediata. Sus colaboraciones con marcas globales como Ikea o Dior, así como con galerías de prestigio —Side Gallery o Etage Projects, por nombrar algunas—, ha demostrado que su práctica puede transitar entre la industria y el coleccionismo sin perder identidad. Su lenguaje se articula en tres ejes fundamentales: material, forma y color. Absolutamente nada nuevo y, sin embargo, Marcelis ha sabido construir una estética propia e inmediatamente reconocible a través de la consistencia en la pureza geométrica, el predominio del ángulo recto y el uso de materiales como el cristal, la resina o la piedra.
Con ello crea una especie de brutalismo suavizado por la elección de gamas pastel, las transparencias y los colores degradados que oscilan entre lo etéreo y lo sensual. Tanit responde de manera perfecta a esta fórmula.
Un tótem que refleja el paisaje de un resort en Ibiza
Este nuevo monolito, comisariado por Soleille Gallery, se alza como un tótem de cristal reflectante y con degradado cromático, ubicándose junto a la playa del resort Six Senses, en la bahía ibicenca de Xarraca, al norte de la isla. El componente principal —desarrollado por la firma LYMA— absorbe la luz solar durante el día y, al caer la tarde, la devuelve en un resplandor sutil, reflejando el entorno y jugando con la percepción del espectador. La instalación rememora trabajos anteriores de Marcelis, como Honing Passage (2023) para elNorfolk County Council, Merging Blocks (2024) para el Wellington Sculpture Trust o Light Horizon (2024) para el Stedelijk Museum.
“Cada día solar convierte a Tanit en un monumento vivo a la relación entre tierra y cielo, entre tecnología y naturaleza”, reza el comunicado oficial. Es el tipo de retórica grandilocuente que acompaña a muchas propuestas creativas en la última década, donde el gesto estético se viste de trascendencia espiritual, de innovación o de ecología. Nada de eso desmerece la obra, pero sí invita a preguntarse: ¿necesitamos elevar el diseño a la categoría de arte para validarlo? Resulta tentador leer Tanit en clave de land art o de tótem contemporáneo. Esta creación, al fin y al cabo, dialoga con el paisaje circundante —el cielo, el mar, la arena— y, por el simple hecho de plantarse en él y reflectarlo, podemos decir que lo convierte en un escenario.
Tanit: ¿land art o diseño sensorial?
Pero la comparación con el land art revela enseguida sus límites ante la colosal escultura expuesta frente a las tumbonas, los cócteles y el marketing de una experiencia “sensorial” orquestada por una cadena hotelera. Es inevitable señalar esa tensión. ¿Se trata de un homenaje sincero a la deidad Tanit o de un recurso narrativo para dotar de aura cultural a un destino turístico? En este sentido, Tanit es un espejo no solo de la playa ibicenca, sino del propio sistema del diseño contemporáneo: monumentalidad y producción que se reduce y coquetea con lo artístico, con el circuito de galerías, con un discurso que bordea la trascendencia, lo simbólico y que, en ocasiones, incluso coquetea con lo espiritual.
El diseño transita un terreno híbrido, donde las colaboraciones con marcas de moda, firmas tecnológicas y hoteles de lujo se convierten en escenarios de visibilidad tanto como los showrooms o los museos. Sabine Marcelis lo entiende y juega con ello. Su coherencia estilística se mantiene también en contextos que podrían diluir la carga simbólica de lo que crea. Por ello Marcelis es una buena diseñadora: signifique eso lo que signifique en el año 2025. Su porfolio no necesita manifiestos ni rituales místicos para tener valor. Lo que aporta es claridad formal, una apariencia depurada que, con materiales industriales y acabados impecables, logra generar un efecto sensorial y una identidad inconfundible.
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