Los artistas Lonneke Gordijn y Ralph Nauta fundaron DRIFT hace más de una década. Junto a programadores, biólogos y un amplio espectro de científicos crean instalaciones artísticas pensadas para espacios específicos, donde combinan esculturas cinéticas y lumínicas con un objetivo: generar experiencias que reconecten al público con la naturaleza. Estos días presentan en Nueva York Fragile Future, una gran exposición que nos sirve de pretexto para entrar en su universo.
Coreografías entre el hombre y la máquina
Hay una pulsión que se repite en las Instalaciones artísticas de DRIFT: detectar los patrones que usa la naturaleza para solventar la existencia y encontrar en ellos una guía con la que hacer frente a los retos que cuestionan nuestro modelo de sociedad. La tecnología es la herramienta con la que traducen esas pautas; estudian y desarrollan durante años sistemas técnicos para cada acción con el fin de que sus interpretaciones nos transporten al origen de las cosas.
“Cuando miramos las nubes —afirman desde su estudio—, cuando escuchamos el sonido de las olas que llegan a la playa o cuando observamos el fuego, sentimos que estos movimientos nos calman, y en nuestras instalaciones los usamos para recrear la sensación de estar en sintonía con el mundo”.
La materia viva es su punto de partida —su fuente de inspiración—, y esta es inseparable del principio de movimiento: entenderlo es una de sus obsesiones. De ahí que las esculturas de DRIFT tengan carácter cinético y sus instalaciones puedan danzar, como ocurre en Ego (2020), su aportación para la ópera L’Orfeo de Monteverdi. En ella, un enorme bloque de tejido manejado por motores, softwares y algoritmos —y bajo el control final de un titiritero— entra en un diálogo escenográfico con los actores que, en realidad, es un diálogo entre el hombre y la máquina.
Una espectacular coreografía propulsaba también la instalación In 20 Steps, mostrada en el Centro de Arte Contemporáneo y Vidrio de la Fundación Berengo durante la Glasstress 2015: 40 tubos de vidrio mecanizados formaban una veintena de alas que, sincronizadas, sintetizaban el acto de volar. Una obra que aborda los modos de enfrentarnos a las limitaciones físicas del ser humano, que lleva siglos mirando fascinado al cielo, aspirando a surcarlo.
Biomecánica: criaturas florales
“Para nosotros —mantienen con rotundidad— es fácil reconocer el comportamiento humano en una sola planta, y eso es lo más hermoso que se puede descubrir”. De la observación de los ecosistemas y sus cambios —el crecimiento, la condición cíclica de su esencia— DRIFT concibió en 2015 Shylight: estructuras de flores mecánicas cuyo dinamismo se basa en el nyctinasty, el impulso biológico que cierra los pétalos en respuesta al estímulo de la oscuridad. Su morfología partía de la combinación de módulos de papel, hasta que dieron con los códigos matemáticos que más tarde llevarían al material definitivo, la seda. Cada flor tiene su propio ritmo, inducido por dispositivos independientes donde interviene un software diseñado ex profeso. De nuevo, estamos ante una danza perfectamente ejecutada tras cinco años de investigación digital.
“Cuando miramos las nubes o cuando observamos el fuego, sentimos que estos movimientos nos calman, y en nuestras instalaciones los usamos para recrear la sensación de estar en sintonía con el mundo”.
Lonneke Gordijn
Estas piezas pertenecen a la colección permanente del Rijksmuseum y se han desarrollado en diferentes formatos: en Semblance (2016) los aparatos ascendían y descendían por la fachada de la citizenM Tower Hill de Londres. En Shy Synchrony (Basilea, 2021), los multiplicaron para conseguir su instalación cinética más grande hasta el momento. Con Meadow (2017) dieron un paso más incorporando el azar. ¿Cómo? Reprogramando el sistema informático de movimiento para hacerlo sensible a estímulos externos a través de sensores que captaban la presencia de los visitantes. Las flores de DRIFT son un artefacto cargado de belleza y ambición poética. La distribución, las alturas, los colores, el uso de la iluminación o su cadencia pausada dulcifican el complejo mecanismo que las mueve, como ocurre en la propia naturaleza.
Los algoritmos biológicos de DRIFT
Los engranajes de la biosfera convertidos en lenguaje de programación dan lugar a los algoritmos biológicos de DRIFT, que luego trasladan a las máquinas. En el proyecto Franchise Freedom (2017) recurren a drones que se congregan en bandada originando un impresionante espectáculo aéreo. Su configuración conllevó una profunda investigación sobre el comportamiento de los estorninos que les sirvió para cuestionar, a partir de ahí, el concepto de libertad y de enjambre social.
Rebaños, cardúmenes, enjambres… En el medioambiente hay nombres para cada colectividad. En nuestra sociedad, sin embargo, la individualidad aflora como en ningún otro sitio, y vernos desde arriba como manada nos abstrae de esa tendencia. Franchise Freedom habla de autoorganización y ausencia de líderes, del equilibrio entre acción grupal e individualismo, de cómo las reglas instauradas nos impactan como seres únicos.
Sus autores lo tienen claro: “Las bandadas de pájaros son muy similares a los grupos de humanos cuando las miras desde la distancia. No siempre tenemos el control. A veces los pájaros dirigen, a veces siguen. Eligen una dirección, pero también reaccionan a factores externos como los depredadores. Las aves toman el mismo tipo de decisiones que nosotros todos los días”. Con estas luces voladoras han recorrido Art Basel Miami, el Burning Man Festival de Ámsterdam y los terrenos de la NASA por su 50 aniversario, aportando especulaciones estéticas a los modos de convivencia entre especies.
Luz en transición
Franchise Freedom fue una creación pensada para la noche. Los drones establecían entre ellos códigos lumínicos que servían de lenguaje y determinaban el vuelo. La luz en las obras de DRIFT es un símbolo que hermana lo natural con lo artificial. ¿La luz es un invento o es materia prima transformada? ¿Son nuestras estas materias cuando las manipulamos? Los límites entre lo que producimos y lo que tomamos prestado de la Tierra es un problema que el tándem neerlandés aborda directamente. De estos límites depende nuestra conciencia de consumo y de desecho, nuestras relaciones políticas y económicas o la noción de riqueza.
Allí donde no hay dinamismo, la luz es el movimiento. La instalación Flylight (2011) es la versión estática y primitiva de aquella coreografía de drones, y en ella decenas de bombillas parpadeantes simulan el ritmo del vuelo. Fue diseñada en colaboración con Carpenters Workshop Gallery para el hall del Jardín des Tuileries, durante la edición del PAD de París. En esta ocasión, una serie de delicados tubos de vidrio crearon un flujo de luz que se veía alterado por la presencia del espectador.
“Para nosotros es fácil reconocer el comportamiento humano en una sola planta, y eso es lo más hermoso que se puede descubrir”.
Ralph Nauta
También en Fragile Future III (2009), flora e ingeniería avanzada conviven en una escultura lumínica, donde dientes de león engastados en circuitos eléctricos de cobre forman un entramado infinito. Así sucede igualmente con Tree of Ténéré (2017) —un árbol robótico que interactúa con el público—, dedicado a la acacia más solitaria de la tierra, alegoría de que la vida se abre camino en las circunstancias más difíciles.
Instalaciones artísticas con montones de materia prima
Qué mejor que un desglose pormenorizado de los objetos para tomar conciencia de lo que pesan, de lo que cuestan o de lo que son. En la instalación Materiales en construcción, la artista Lara Almarcegui planteaba los conflictos del urbanismo desde una reducción de la arquitectura a residuos apilados: una forma de racionalizar aquello que produce nuestra cotidianidad.
Materialism (2019) es también una creación dedicada a los objetos que nos rodean. En ella se reflexiona sobre la transformación de las materias primas. Para ello, simplificaron los componentes de nuestros enseres cotidianos a ortoedros de diferentes tamaños. Teléfonos móviles, botellas de plástico, bombillas o ametralladoras son deconstruidos —o en palabras de DRIFT , “deproducidos”— en un trabajo de arqueología que implica la catalogación de todos sus elementos. Al reordenarlos dan cuenta de su procedencia, de la historia de sus sistemas de fabricación, a la vez que hablan de los oficios y de las estrategias geopolíticas que se encuentran tras su comercialización.
Estas composiciones octogonales evidencian el uso excesivo que hacemos de los bienes de la Tierra y batallan con la falta de apego e interés de la sociedad de consumo por el origen de los recursos. Volvemos a ver esta idea en Drifter, un enorme bloque de hormigón flotante y motorizado que se mueve lentamente en museos y galerías de arte.
“Un bloque de hormigón parece algo pesado, duro, muerto. Es un obstáculo. Pero cuando comienza a flotar en el aire, de repente cobra vida. Podemos identificarnos con el objeto. El movimiento le da una sensación diferente”.
Ralph Nauta
El hormigón —el símbolo de la construcción moderna convertido aquí en una imagen extraña e ilusoria— sirve para recapacitar sobre los límites de lo material, y cuya descontextualización lo despoja de su utilidad. “Un bloque de hormigón parece algo pesado, duro, muerto. Es un obstáculo. Pero cuando comienza a flotar en el aire, de repente cobra vida. Podemos identificarnos con el objeto. El movimiento le da una sensación diferente”.
Preocupados por la procedencia y también por el destino de nuestra industria, el dúo holandés se embarcó en The Obsidian Project (2014). Con esta serie de piezas se plantean cómo resolver el problema de los desechos químicos: un proyecto de investigación en marcha que sintetiza en objetos escultóricos los resultados que arroja el trabajo de un químico especialista. Y es que los métodos de creación y desarrollo en DRIFT son tremendamente minuciosos y analíticos. Implican una cadena de profesionales que provienen de diferentes ámbitos y participan de largos procedimientos de estudio, prototipado, manufactura y proceso técnico.
Con una visión crítica, pero utópica, las obras resultantes transitan sobre el eje ecosistema-hombre-tecnología para hablar, no solo de futuro, sino también de raíces y de esencia. Una manera artística de trazar paralelismos entre estructuras artificiales y naturales: ese “pacto entre dos evoluciones” que estos dos artistas convierten en imágenes poéticas para responder a la pregunta de qué es exactamente la naturaleza y hacia dónde queremos que vaya el progreso humano.