Llama la atención la proliferación en los últimos años de pequeñas arquitecturas que se insertan en parques nacionales o entornos naturales de interés. Se trata de piezas pequeñas puestas al servicio del paisaje donde se emplazan, generalmente como miradores o plataformas de observación, algo que hasta ahora solía resolverse de manera rudimentaria, mediante construcciones circunstanciales de madera ajenas al ámbito arquitectónico, que simplemente daban respuesta inmediata y sencilla a una demanda, como esta de META-Project.
Estas atalayas de nueva generación —como esta de META-Project en un resort de esquí en la provincia de Jilin, en el extremo suroriental de China— tienen algo de declaración de intenciones. Son reflexiones sobre cómo construir en la naturaleza con una intervención mínima, y proponen una exigua alteración del paisaje a cambio de una cierta canalización conciliadora del uso que las poblaciones urbanas pretenden hacer de él.
Esta plataforma busca desdibujar y abrir su propio destino funcional: es un mirador y, como nos dicen en el estudio, “también un espacio público flexible que puede acoger eventos, exposiciones, reuniones y talleres”, de ahí el nombre —más indeterminado— de Stage of forest. Por tanto, es una propuesta de explotación comercial de un entorno compatible con su conservación y su integridad, una suerte de pacto en el que un buen ejercicio arquitectónico no renuncia a mejorar el lugar en que se emplaza, aunque sea desde la humildad.
Como pieza en el paisaje, la distinta disposición de la base de hormigón y el mirador superior busca la mejor orientación de las vistas hacia la vecina pista de esquí —en cuyo borde se eleva— y el inmenso panorama del lago Songhua, todo un espectáculo de neblinas, distintos tonos de verde o nieve y ramajes helados, según la estación.
Por fuera, la piel exterior es un revestimiento de shou-sugi-ban, las características tejas chinas de madera de cedro carbonizada que reaccionan con destellos plateados y texturas complejas a la diversidad visual de la masa boscosa. El interior, un forro de tablas de cedro rojo sin tratar, está sabiamente concebido en términos de coreografía espacial, con unas delicadas gradas en un extremo y dos óculos —uno en el techo y otro en el suelo— que sacan partido también desde dentro a la tensión del voladizo.